Desde la más remota antigüedad el desarrollo del deporte respondió al desarrollo de las aptitudes sociales de camaradería y a la instrumentalización de los totalitarismos.
Lo primero por la razón de compartir el tiempo libre en una actividad lúdica que implicase el esfuerzo sin fines productivos, alienantes como el trabajo. Por la puesta en escena del espíritu gregario de la comunidad, y también por canalizar de manera inofensiva la competitividad inherente a al especie humana. Lo segundo por dos razones, la elevación a la máxima categoría del cuerpo, de lo físico frente a lo intelectual y a lo emocional, y precisamente por su eficacia para crear espíritu de comunidad, de equipo, y de seguimiento de normas pautadas en detrimento de libertad de pensamiento y de acción, de individualidad.
Por ende la práctica del deporte de manera periódica, pautada, aporta dosis nada despreciables de percepción positiva y constructiva de la disciplina en el individuo, toda vez que su carácter lúdico proveniente de constituir una suerte de “juego” , le dota de la suficiente aceptación como una cualidad deseable, imprescindible para pasarla bien, a diferencia de la percepción de la disciplina cuando proviene del esfuerzo propio de las obligaciones, del sacrificio residente en el deber. Continuar leyendo