“Tomando el té con mi abuela”
Mi abuela se llamaba Hilda de los Milagros Ranea, nació en Santa Fé y le gustaba tomar el té. Siempre te invitaba a las cinco de la tarde casi como un ritual, jugaba a las cartas, bordaba pañuelos y te contaba cuentos mágicos. Su desarrollada imaginación hacia que me quedara toda la noche escuchándola cuando era chica para no perderme sus historias, que jamás podía volver a repetir, ya que improvisaba con una seguridad que te hacia pensar que el cuento existía y que lo había estudiado de memoria. A mi abuela le gustaban las estampitas, los rosarios y los pesebres. Cada vez que viajaba le traía alguna de estas cosas porque las coleccionaba y las guardaba como un tesoro. El puente de santa fe era su memoria y le gustaban las rosas, pero lo que mas le gustaban eran los bombones de chocolate y los secretos que terminaban siendo conocidos por todos porque empezaba una cadena de contar sin que nadie cuente nada pero se tentaba y le contaba a varios, por lo tanto si uno solo abría la boca nos enterábamos que todos sabíamos la misma historia. Mi abuela siempre lograba lo que se proponía y como si tuviera una varita mágica le hacia honor a su segundo nombre: Milagros.
Este cuadro es mi homenaje a su existencia en mi vida, era puro corazón y muy femenina, le gustaba la noche y las joyas y si quería podía hacerte ver que se podía volar en alfombras mágicas y que el príncipe de tus sueños siempre estaría esperándote si te hacías rogar lo suficiente. Mi abuela tenia tácticas de los si y los no en una relación aunque después no los aplicara. Le gustaba cocinar y te hacia sentir que su cocina era la del mejor restaurante. Sus placares estaban llenos de tesoros de antaño, los sombreros y los guantes eran mis preferidos, te llevaban a otro tiempo con solo abrir las cajas que los guardaban, por momento me sentía cenicienta bailando en el baile con las zapatillas de cristal por las piezas que me mostraba.
Cuando murió prometí escribirle un cuento ya que siempre la imaginaba como una muñeca de porcelana, porque era muy sensible y muy bella.
“Había una vez una abuelita que se llamaba Hilda, tenia la piel como la porcelana, rizos colorados y los ojos claros que cambiaban según el tiempo. Hilda parecía una princesa que se había escapado de algún cuento de hadas. Era tan bella que pasaba horas contemplándose en el espejo para estar siempre radiante. Hilda estaba llena de secretos, de cofres y cajas en las que guardaba recuerdos. No podía desprenderse de nada, a cada objeto le encontraba un lugar especial. Su marido Jaime trabajaba la mayor parte del día lo cual le daba mucho tiempo para estar consigo misma. Hilda se imaginaba historias para contarles a sus nietas cuando se quedaban en la casa…” Han pasado varios años desde esa promesa y cada vez que siento a escribirle no puedo continuarlo, tal vez porque no quiero convertirla en un personaje de mis cuentos sino quiero que siga fresca y real en mi vida tal cual era.
Esta es la historia que nunca termina de cerrarse…
MUÑECA DE PORCELANA
Había una vez una muñeca de porcelana, era tan hermosa como frágil por lo cual tenia que ponerse dentro de una vitrina especial siempre bajo llave. La vida pasaba por detrás de la vitrina, ni el aire le llegaba. La muñeca se acostumbro al silencio del espacio y a inventarse amiguitos imaginarios dado que la soledad era su gran compañera. Desde la vitrina veía como las niñas la miraban pero siempre terminaban eligiendo a las muñecas de goma o de trapo. Se imaginaba a veces que era una de ellas pero también de esa forma corría el riesgo de ser olvidada o dejado de lado por una más nueva. Como ella era tan cara y hermosa nadie la compraba en la juguetería, era lo que pensaba. Todo el mundo la miraba deslumbrada: ¡que hermosa es! Puede dejármela ver, le preguntaban al juguetero y cada vez que el la sacaba respiraba el aire puro y se llenaba de ilusión; pero duraba tan poco fuera de la estantería que ni bien sentía el aire en sus pulmones se daba cuenta que ya estaba dentro de nuevo. El problema de la muñeca era que tenia una pequeña rajadura en su mejilla derecha, era un defecto de fabrica, por eso debía ser tratada con mucha cautela y todos los compradores al verla en detalle creían que no valía la pena comprarla.
Hasta que un día, una niñita de pecas coloradas y ojos color del tiempo la compro. La niña era tan frágil como la misma porcelana, de piel blanca como la nieve y labios morados. Sentía que como la muñeca no podía hacer muchas cosas así que le parecía que iba a ser una buena compañía para su largo viaje y la nombro Marilu, por haberla encontrado. La niñita llamada Hilda se mudaba de ciudad, se había tomado la decisión por el trabajo del padre y dado que sus cuatro hermanitos se habían muerto por diferentes pestes a lo largo de sus seis años, la cuidaban con extrema delicadeza para que nada le pasara. Solo ella y su hermanita más chica que estaba enferma desde su nacimiento quedaban. Los padres les habían prometido que podían llevar solo dos objetos, uno viejo para recordar lo que dejaban atrás y uno nuevo para que puedan ver lo que les esperaba. Hilda tuvo que dejar su caballito de madera, los vestidos de seda de las muñecas de trapo, el oso de peluche que solo le quedaba un ojo, y todo lo que le había pertenecido a lo largo de esos años. Hasta los soldaditos de plomo de sus hermanitos tuvieron que ser dejados. Todo su mundo para ella desaparecía, pero el único objeto que no podía dejar era un armario dorado de fino metal con cajoncitos de nácar y perchas del mismo material. El armario tenía muchos cajones donde Hilda guardaba recuerdos, su primer diente, una piedra de forma de corazón, un pedazo de piel, y otras cositas que había encontraba por el camino. En su interior, también había sombreros, pañuelos y algunos tapados para muñecas. Por la mudanza solo podían llevar lo imprescindible, repetía el padre sin cesar, por eso Ángeles, la madre, decidió salir de compras con las dos niñas. Ni bien Hilda vio la muñeca de porcelana con sus ojos de vidrio y sus cachetes colorados, sintió que era la cosa mas extraordinaria que había visto en su vida y le pidió a su madre que se la comprara. La verdad que el juguetero al ver a la mujer y a las dos niñas que le contaron su historia decidió dejarle la muñeca a un precio más accesible, considerando que hacia años que se encontraba en la vitrina y nadie finalmente la compraba. Hilda, descubrió al sacarla que tenia una grieta en su cachete pero para ella era tan hermosa que no le importo, era la poseedora ideal del placard dorado. La hermanita eligió un conejito de peluche que se sumaba a la cajita de música rosa con una bailarina en su interior que siempre la acompañaba. De esta forma salieron del negocio contentas y agradecidas por sus nuevos objetos que llevarían de viaje.
El viaje duraba dos largos días en auto y sus cosas recién llegarían en dos semanas. Dejaban no solo su casa sino todos sus recuerdos. Empezarían una nueva vida en una nueva ciudad. Así fue como ni bien llegaron a su nueva casa, las dos niñas eligieron el cuarto que compartirían. Marilu se había acostumbrado a mirar el mundo por la vitrina pero no ha vivirlo y ahora tenia la oportunidad de estar en él. Todo la sorprendía, pero veía que Hilda no se manifestaba, permanecía en su mundo, recluida, sin decir casi palabras. Su hermanita no hablaba bien, por lo cual su relación se basaba en el cuidado de Hilda para que nada le pasara. Marilu quería que su dueña le contara cosas, le mostrara el mundo. Pero Hilda tenía miedos de que le pasara algo como a sus hermanitos y por eso permanecía encerrada dentro de la casa. No salía a jugar con sus amiguitas a la soga sino que se pasaba muchas horas en la cocina aprendiendo nuevas recetas y escuchando los chismes de las vecinas del barrio que le contaba la cocinera de la casa.
Marilu fue la compañera de todos los cambios de Hilda, desde su paso por el colegio hasta cuando decidió casarse con Jaime, un extranjero que la conquisto por su insistencia y su determinación en el amor que le profesaba. La muñeca fue la testigo del nacimiento de sus tres hijas y hasta de sus nietos y la que escuchaba las confesiones de su dueña sin filtro y sin palabras endulzadas. Hilda siempre la cuidaba, pero con el paso del tiempo la guardo en una vitrina al igual que en el negocio que había estado. Un día Hilda se olvido de ella, y abrió la vitrina apurada para sacar unos bombones que había guardado y Marilu queriendo llamar la atención de su dueña se cayo del estante. La muñeca se destrozo a pedazos y con ella todos los secretos de Hilda se esfumaban. Marilu se transformo en partículas de porcelana brillante y Hilda entendió que a pesar de que ya no estaba más sus recuerdos siempre la acompañarían porque eran parte de su alma y que finalmente la muñeca que había sido su futuro se había convertido en su pasado.