Por: Claudio Cuscuela
Ya no llueve. O al menos eso creo oír desde este lado de la habitación. La costumbre de esperarte se está volviendo un veneno helado en las manos. Duelen las horas, el tiempo, las fotos, las gotas explotando contra el ventanal.
Si todo fuera un poco más fácil, diría que ya no me importa, que ya te olvidé, que soñarte no es cosa de siempre, que ahora puedo soñar con cosas que antes no imaginaba.
Si todo fuera más sencillo abriría los cajones y tiraría tus cartas, las prendería fuego, no gastaría más lágrimas negras mientras miro la Luna.
Pero nada es tan fácil ni tan simple y yo soy esclava de esta historia que odio haber escrito y las cadenas que me atan a vos son invisibles pero duraderas.
Aborrezco la televisión, las películas, los libros, las revistas.
Aborrezco todo lo que antes era nuestro, de los dos, y ahora ya no es de nadie, ni tuyo ni mío.
Rezo para que el viento me borre los recuerdos como si nada hubiese ocurrido y vos sólo hayas sido un mal augurio y nada más.
Me repito a cada instante que ya está, que se acabó, que no sirve de nada esperanzarme, que de una vez por todas hay que aceptar que nunca vas a volver.
Me abrazo a la idea de que por algo es, que tiene que ser así, que si ahora toqué fondo es para salir a flote después.
Dibujo en mi cabeza un mapa que me ayuda a recorrer la casa sin cruzar los lugares que te pertenecían, los que tenían tus huellas, los que sabía que podía encontrarte en cualquier momento.
Las paredes me responden con mi propia voz cuando hablo y de esa forma me escucho hasta el hartazgo, intentando apagar el macabro sonido de mi soledad.
Son muchas las palabras que no te dije, muchas las verdades que callé, pero me conformo con pensar que es mejor dejarlas en el olvido.
Seguramente allí esté mi única salida, mi vía de escape, mi alternativa final.
A veces, cuando mi mente se pone en blanco, encuentro algo de paz y tal vez sonrío, tal vez creo, tal vez existo.
Ahí, cuando creo que ya vencí mis propios miedos, cuando creo que le saqué ventaja a los fantasmas, cuando pienso que me toca ser la protagonista del cuento que empiezo día tras día y que todavía no me animo a continuar, justo ahí, aparece el eco en la escalera, el perfume eterno de tus pasos, la sublime presencia de tu boca respirando en el pasillo y el giro inconfundible de las llaves en la cerradura, que se te traban, y tenés que intentar dos veces más hasta que abre.
Y yo te siento, te veo venir con tus ojos que me hablan de otros atardeceres, de otros lugares, de otra extraña felicidad.
Pero en esta casa los tiempos felices no existen, se han hecho humo, se diluyeron silenciosamente, y ése que está ahí no sos vos, soy yo misma creyendo que volviste, que decidiste regresar a estos brazos cansados, soy yo misma que me miro en el espejo y sigo derramando lágrimas negras, mientras afuera llueve o yo creo que llueve, porque desde este lado de la habitación no alcanzo a oír, y me pregunto cuándo fue que dejé de ser yo para convertirme en vos y cómo desde que te fuiste ya no queda nada de mí, ni de vos, ni de ninguno de los dos.