Por: defblog
Como canciller de Itamar Franco y de Lula, Celso Amorim contribuyó para que Brasil consolidara su posición en el escenario global durante la última década. Muchas de esas experiencias personales son parte del libro Breves narrativas diplomáticas (TAEDA Libros), de próximo lanzamiento en la Argentina. Hoy es ministro de Defensa, designado por la presidente Dilma Rousseff. Un diálogo a fondo con uno de los artífices del protagonismo internacional de Brasil
REVISTA DEF / Especial para INFOBAE
-El libro se llama Breves narrativas diplomáticas, pero ciertamente usted allí relata las experiencias de años muy intensos para Brasil.
-Muy intensos, la vida fue muy intensa durante esos años. Por ejemplo, recuerdo haber estado diez días seguidos en diez países distintos, un día en cada uno. Diez días en diez países. Un día desayuné en Qatar, almorcé en Kuwait y cené en el Líbano. Fueron días muy intensos, pero estábamos ahí con una clara misión. Para mí, fue una ocasión única, porque tuvimos un presidente como Lula, quien tenía una visión particular de Brasil y mucho coraje para tomar iniciativas. Él me dio mucha libertad, había afinidad entre los dos. Una vez nos reunimos con el presidente de Colombia (Álvaro) Uribe, con quien teníamos muy buena relación de trabajo aunque no pensara como nosotros. Estabamos con él a propósito de una reunión del Grupo de Río, después del ataque de Colombia a Ecuador, y allí él me pidió opinión y me dijo: “¿Qué dices, Celso? Tú que tienes una relación telepática con Lula”. Yo no sé si eso es así, pero es un poco cómo sentía yo la relación también. Lula tenía mucha iniciativa, y ese fue un período muy intenso y muy importante de grandes cambios en la visión que Brasil tenía de sí mismo.
-¿Cuáles eran esos cambios?
-Mucha gente, sobre todo en los medios brasileños, nos acusaba de meternos en donde no éramos llamados. Pero nosotros éramos llamados. Eso me traía a la mente un libro que leí en el 93, cuando fui a Brasilia por primera vez con (Itamar)
Franco, en el que un articulista del Herald Tribune decía que Brasil estaba jugando en la liga baja. Y, finalmente, lo que pasó es que empezamos a jugar en la liga de arriba y eso molestó a mucha gente, incluso de Brasil. Esa mentalidad colonial no es solo cultural, porque hay mucha gente que vive de esa mentalidad. Fueron años intensos en los que teníamos, como tareas inmediatas, la integración con América del Sur, enfrentar el problema del ALCA –planteado en términos que a nosotros no nos favorecían–, cambiar los términos de negociación en la OMC, además de las iniciativas que tomamos con África y Medio Oriente. Hubo un día en el que tomé un avión prestado por la firma Embraer, fui a buscar al canciller de Uruguay para llevarlo a Lima, y cuando llegué a Lima me enteré de que el cuerpo de Sérgio Vieira de Mello (NdR: Se refiere al diplomático brasileño asesinado en Irak en 2003, mientras se desempeñaba como representante especial de Naciones Unidas) estaba llegando a Brasil y que Kofi Annan estaba con él, entonces desde Lima me tomé un avión para volver a Río de Janeiro. Al día siguiente, volví a Perú para continuar el trabajo. Todos esos fueron deberes que puede soportar una persona con la edad que yo tenía en ese momento, hoy no podría hacerlo.
-En términos de políticas públicas, Brasil es referencia en la región, y en el libro usted revela aspectos interesantes respecto al funcionamiento de la administración nacional. ¿Qué descubrirán sobre ello los lectores del libro?
-Este es mi segundo libro. El primero han sido conversaciones con jóvenes diplomáticos, en esa oportunidad me pareció que debía reunir lo que había hablado porque eran conversaciones, algunas estructuradas y otras sobre la declaración de Teherán. Además, las personas jóvenes tienen la cabeza abierta a lo nuevo. Cuando escribí esas Breves narrativas pensé en dar a conocer episodios que viví de manera intensa y me pareció que era importante compartirlos para que la gente supiera los razonamientos que existieron detrás de las acciones. También lo hice para compartir eso con gente que no conoce la política y piensa que uno toma una decisión solo o escribe una directriz, y eso no es así, la política es algo con mucha vida, muchas dificultades, con muchas cosas curiosas. Por ejemplo, tengo dos momentos muy interesantes ocurridos durante la declaración de Teherán, en la que pasé cerca de veinte horas reunido con el canciller turco, con sus asesores y con los principales negociadores iraníes. Eso coincidió con la visita oficial de Lula. Sucedió que no llegué a la cena oficial, entonces se rumoreaba que “Celso Amorim había sido secuestrado”. Además, durante esa cena el propio canciller de Irán se presentó, y cuando lo hizo un amigo mío decía que ahora sí estaba seguro de que yo había sido secuestrado. Ese día, en medio de las negociaciones y el auge de la tensión, hicimos una parada y nos dirigimos a una terraza en uno de los palacios iraníes. Allí había un árbol de moras, entonces el negociador iraní, que era el jefe de la seguridad nacional, empezó a sacar y a compartir las moras. Fue un momento de dulzura en medio de esas negociaciones. Fue muy poético.
-Ministro, en la Argentina existe la visión de que, más allá de los gobiernos de turno, la Cancillería brasileña destaca por su coherencia histórica, algo poco habitual en los países de la región. ¿Es así?
-Quien ve las cosas desde adentro, las vede una manera un poco distinta. Yo diría que sí, si uno habla a largo plazo, la Cancillería de Brasil tiene una posición de estado, pero no siempre ha sido tan firme. Ha habido cosas poco positivas, inevitablemente la gente sufre la influencia de la época. Por ejemplo, a propósito del ALCA, uno siente que estaba involucrado en esa negociación y estábamos marcados por el hecho de que la negociación debía seguir adelante. Entonces tuve que acercarme a la Cancillería para poder hacer las modificaciones que me parecían necesarias para los nuevos tiempos. No ha sido fácil y eso se reflejó dentro de la Cancillería. Yo fui embajador de otros presidentes y creo que también, en esos momentos, hubo decisiones importantes que fueron difíciles. Por ejemplo, participé intensamente en la negociación de patentes de medicamentos con el presidente Cardoso. No quiero generalizar, pero había una mentalidad de que Brasil no debía hacer ciertas cosas, de que no debía causar algún tipo de incomodidad a EE. UU., había una visión de autolimitación, que a mi juicio no correspondía a lo que debía ser Brasil junto con América del Sur. Y eso fue algo que me llevó a actuar dentro de Cancillería, porque había gente contraria a esa posición. Tuvimos que incrementar la cantidad de diplomáticos en un 40 por ciento, fue el cambio más grande de la historia reciente. También llegamos a tener 30 embajadas en África; todo eso implicó un trabajo en el que no había que ser excesivamente tímidos.
-¿Qué peso tiene Itamaraty en el esquema de poder de Brasil, pensando al país como una potencia regional con una presencia cada vez más importante en la escena global?
-La Cancillería tiene un papel muy grande, porque en muchos casos es innovadora, por la situación internacional misma. De ahí nacen muchas ideas que después, naturalmente, tienen que impregnar el resto del gobierno. Porque toda la integración no es suficiente para que el canciller o el presidente sea integracionista. Yo creo que no se puede subestimar su influencia, pero tampoco se la debe sobreestimar. La política externa toca en el imaginario de las personas, en la imagen que las personas hacen de su propio país. Mucho antes de que apareciera Barack Obama, en ciertos sectores de la dirigencia de Brasil el pensamiento era “Sí, podemos hacerlo”, pero a mucha gente no le convenía que eso fuera así, sobre todo a aquellos que son de la idea de la dependencia.
Mario Montoto, presidente de TAEDA, junto al excanciller y actual ministro de Defensa brasileño, Celso Amorim.
-Ministro, quisiera pedirle algunas reflexiones vinculadas a la doctrina de defensa de Brasil, que desde DEF seguimos muy de cerca. ¿Cómo se inscribe esa doctrina en el marco de la Unasur, donde ha encontrado un plafón interesante para consolidarse?
-Hablo mucho de eso cuando tengo la posibilidad de visitar países de América del Sur, porque creo que es algo muy importante que tengamos, además de los acuerdos comerciales, una fuerte cooperación en defensa. Un tipo de unidad en
defensa pese a las diferencias, que no son sencillas. Desde mi punto de vista, la defensa de Brasil, y creo que puede aplicarse a América del Sur, sería cooperación hacia adentro de la región y disuasión hacia afuera. Dentro de América del Sur,
queremos cooperar porque es la mejor disuasión: cuanto más cooperemos, menos problemas tendremos con nuestros vecinos. Eso no significa que no tengamos narcotráfico o bandas armadas, pero amenazas de Estado en América del Sur no creo que existan. Hacia afuera, es un poco distinto porque es un mundo de incertidumbres. Tenemos el lujo de que los últimos decenios han sido de paz en términos globales. Hubo sangre en regiones específicas que no nos tocaron, pero nada garantiza que en el futuro no pueda llegar a haber conflictos alrededor de los recursos naturales, de las rutas marítimas, entonces tenemos que tener un factor de disuasión hacia afuera. Se trata de tener la fuerza suficiente para causar un daño que los haga pensar dos veces antes de atacar. Esa es la esencia de la disuasión. Creo que lo haremos mejor si progresamos en nuestra unión, porque siempre va a estar el interés externo de dividirnos. Cuanto más unidos estemos, tendremos más capacidad de defendernos y defender nuestros recursos, que no son solo naturales sino también tecnológicos. Tenemos industrias nucleares, de aviación, de petróleo, shale oil;entonces todo eso tiene que ser protegido. Debemos ordenarnos en la defensa y no delegar eso a terceros, sobre
todo cuando son de afuera.
-¿Esa visión común incluye también el combate a las amenazas no estatales, concretamente al tráfico ilícito en cualquiera de sus formas? ¿Cómo se enfrenta esa situación?
-Cooperando. No son cosas separadas, porque esas amenazas existen y hay que enfrentarlas. Hablando de Brasil y Argentina, tenemos el Atlántico Sur, una región que está sujeta, como otras, a ese tipo de cosas. Brasil tiene una relación
muy cercana a África, cultural y étnica, además de que casi el 70 por ciento de nuestro petróleo importado viene de África. Entonces, por ejemplo, lo que pasa en el golfo de Guinea tiene consecuencias para nosotros. Tenemos países ligados a
Brasil con problemas muy graves, como por ejemplo el tráfico de drogas. Entonces no podemos abandonar esas cuestiones, porque si nosotros no nos interesamos en ellas, otros pueden hacerlo. Y si queremos que el Atlántico Sur siga siendo un área de paz, tenemos que estar presentes. Entonces, la amenaza de la droga o del terrorismo puede no solo ser un mal en sí mismo, sino también el remedio para ese mal, porque puede traer una presencia que no deseamos o porque puede traer alianzas militares que son extrañas a nuestra región. No estamos muy lejos de eso, porque si la OTAN ya estuvo en Libia, puede bajar a Mali y un día llegar al Atlántico Sur, por eso tenemos que estar atentos a eso.
-¿Qué importancia tiene hoy la guerra cibernética en la visión general de la defensa de Brasil?
-Tiene que ser una prioridad, por muchos motivos. Hoy casi todo es controlado electrónicamente, digitalmente. Entonces, un ataque cibernético puede causar un gran perjuicio al país. Un arma cibernética es potencialmente un arma de destrucción masiva. Tenemos que estar preparados para defendernos de eso. Claro que los asuntos de los que hablan los periódicos hoy no son guerras, sino espionaje. Pero entre el espionaje y la guerra, la frontera no es muy grande.
Entonces, sin ninguna paranoia, tenemos que estar capacitados para defendernos o hacer con la disuasión que el ataque tenga un costo para los que tienen capacidad. No es secreto para nadie, porque sale en los periódicos que muchos países contratan hackers para integrar sus Fuerzas Armadas, incluso hackers condenados por su propia justicia. Por ello tenemos que estar atentos. El hecho de que existan nuevas amenazas no quiere decir que hayan desaparecido las antiguas. Tampoco se deben confundir las nuevas formas que las amenazas pueden asumir. Los actores principales siempre serán los Estados.