Mientras los escritores consagrados se disputan un aéreo a Paris, o renuncian a él para mostrarse despojados, coherentes con sus principios o coquetear con los opositores, hay una feria más acogedora; con menos glamour y público, es cierto, pero que es una verdadera fiesta para los libros, los escritores y los lectores.
Una feria chica, si se compara con la monstruosa Feria del libro de Buenos Aires, por ejemplo, pero que, a cambio, puede recorrerse en un par de horas, sin perderse entre la multitud, ni quedarse con las ganas de pasar por algún puesto escondido. Una feria autogestiva, que no recibe aportes, ni públicos ni privados, ni cuenta con sponsors de gaseosas o empresas de telefonía. Una feria en la cual se prioriza la libre circulación cultural y cualquier artesano o editor puede sumar su mesa y mostrar sus creaciones, es decir, “lo que hace”.
Entre el sábado 22 y el domingo 23 de marzo, desde el mediodía hasta la noche, se realizará la novena edición de la Feria del Libro Independiente y Autogestiva de Rosario (FLIA Rosario). Este es el cuarto año consecutivo en que vuelve a concretarse en la ciudad. Siempre en un espacio público diferente como fueron, en otras ocasiones, la Plaza del Foro, la plaza San Martín, o la plaza Libertad. Esta vez, la cita es en las calles Esmeralda y La Paz, en apoyo a la inauguración del Espacio Comunitario que impulsa la Asamblea de vecinos de Barrio La Sexta.
Vista de lejos y por ojos prejuiciosos, la FLIA puede parecer una feria hippie. Pero al acercarse y entrar, recorriendo los puestos, se pueden conseguir libros que no llegan a las librerías o que, si lo hacen, quedan perdidos entre las “manchas” o escondidos en los recónditos e inaccesibles “depósitos”. Salvo que se trate de un librero amigo, claro está. Y ojo que hablo de libros publicados por editoriales con trayectoria, con catálogos cuidados y en crecimiento como: El ombú bonsai, La pulga renga, Ivan Rosado, Yo Soy Gilda, Erizo, Tropofonía y muchas más. Editoriales locales que publican a autores de la ciudad, de la región, y que encuentran en esta feria un espacio para mostrar sus producciones. También, en las últimas FLIA, por ejemplo, uno podía asociarse a la Biblioteca Vigil, que estaba próxima a reabrirse, comprar artesanías, disfrutar del buffet con tortas caseras, que recuerdan a los té canasta de la escuela, allá por los ochenta, y escuchar a las bandas y músicos que también se presentan en las FLIA. De mis visitas a las distintas ediciones, recuerdo haberme traído El hit del verano, de Tomás Boasso, Casi boyitas de Gilda di Crosta y Daniel García, un ejemplar de La deriva, la primera novela policial de Osvaldo Aguirre, entre otras lecturas que cansaría enumerar.
En Rosario no hay una Feria del libro. Ni como la de Paris, ni como la de Guadalajara, ni siquiera como la de Casilda o Santa Fe. Y, si la hubiera, estoy seguro de que la FLIA seguiría existiendo porque sus organizadores y participantes, lejos de los imperativos de mercado, no salen a buscar un público ni consumidores sino que, picando un poco más alto, salen a encontrarse con los lectores.