Existen innumerables novelas y películas que tratan, de diversas maneras y con variadas perspectivas, sobre la creación literaria. Tema que, en principio, solo interesa a quienes practican habitualmente la escritura pero, por cierta intriga o curiosidad sobre cómo surge eso de contar historias, atrae también a un público más amplio.
Hace unos días vi el filme de François Ozon, Dans la maison (traducido: En la casa) que pone en escena la obra de teatro de Juan Mayorga, El chico de la última fila, ambientándola en Francia. Hace unos años, la obra de Mayorga se presentó en Madrid, en el teatro Galileo, dirigida por Víctor Velasco y, en San Miguel de Tucumán, bajo la dirección de Leonardo Goloboff.
El argumento parece simple. Un profesor del liceo Gustave Flaubert, Germain (interpretado por Fabrice Luchini) descubre en los escritos de sus estudiantes uno que es diferente a los otros. Primero, no tiene errores gramaticales y ortográficos y, también, es el único que al responder a la consigna: “escriba qué ha hecho durante el fin de semana”, narra algo distinto a los demás. Germain y su esposa, porque ambos comparten la lectura del texto, quedan atrapados por el relato. Por lo que plantea ese comienzo: un joven que se introduce, después de desearlo por mucho tiempo, en la casa de un compañero que tiene una familia conformada y burguesa, “ideal”, y porque, de golpe, se interrumpe para prometer un “continuará”. Ha aparecido el suspenso, el deseo en el lector de saber más, qué va a pasar con esa familia y ese intruso que se introduce entre ellos para quebrar el orden que han conseguido.
Luego de identificar al alumno – autor, un muchacho silencioso llamado Claude (Ernst Umhauer) que se sienta al fondo del salón, Germain se transforma en su maestro, ya no en un profesor de literatura, como para el resto de la clase, sino en ese guía que lo formará en el arte de la escritura creativa, literaria. Las lecciones particulares, los diálogos que comparten maestro y discípulo, despliegan ante el espectador los debates internos que todo escritor atraviesa cuando escribe un cuento, una novela o una obra de teatro. En este sentido, la película de Ozon se convierte en una excelente oportunidad para que el principiante –y no tanto- incorpore o refresque las preguntas que debe realizarse al comenzar un texto, cómo evitar los lugares comunes y qué es preferible no hacer al componer un personaje.
Claude continúa escribiendo su relato y Germain lo estimula y lo orienta para que consiga armar un texto logrado. Pero Claude no puede “inventar” lo que narra sino que necesita “vivirlo” y esa ficción que escribe repercute, produce consecuencias en la realidad. Sí, en esa familia, la de su compañero Rapha, que va transformándose, alterándose, rompiéndose con las acciones que realiza (y que les hace realizar) ese alumno – autor – narrador y demiurgo llamado Claude. Hay aquí una referencia, un homenaje a Teorema de Pier Paolo Pasolini que a muchos no les pasará inadvertido.
El maestro y su esposa no pueden escapar de la red, de la trama del relato, y necesitan leer hasta el final, conocer cómo se resuelve ese texto que es el reflejo de una realidad. Y Claude, porque ya ha aprendido de las enseñanzas de Germain, prepara un desenlace que va a conseguir sorprenderlos, sorprendernos como solo puede hacerlo un buen final. Aquí, tal como proponen la película y Germain, “confía en el lector, él completará lo que sigue”. Ya ustedes verán de qué manera.
Una situación inicial productiva, el suspenso, los personajes que, aunque parecen “normales” e inofensivos, pueden entrar en crisis, desbaratarse producto de las acciones que genera o facilita ese intruso – narrador, y la sorpresa, lo inesperado, hacen de En la casa no solo una película muy atractiva, sino también una buena lección o repaso sobre el arte de escribir una ficción, en clave realista.