De todos los lugares que visito me traigo algún libro. Uno, dos o todos los que pueda comprar o cargar después en la mochila. De recuerdo o de puro obsesivo, quizá para confirmar mi zoncera, ahora que se pregona que la acumulación de volúmenes es una enfermedad que raya con el fetichismo.
También, cuando algún amigo viaja al exterior, le pido –a veces soy insistente- un souvenir libresco de los países que visita. Casi siempre, algo típico, aunque también permito que me sorprendan. Así armé mi pequeña colección de joyas sudamericanas, que consta, entre otros, de Los ríos profundos de José María Arguedas (regalo de Diego Landi, y con dedicatoria fechada en octubre de 2004), Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos, (traído de Asunción por Martín Maggioni) y El astillero, de Onetti, en una edición de Arca, Montevideo, donado por Jorge Nocino. Y, como también tengo amigos que cruzan el charco, he recibido, previo pedido o demanda, una Commedia en su idioma original, Maragall en catalán y, el último presente que me llegó, de parte de Carlos Galmarini, es un libro de poemas de Ahmed Hasim, en turco, que nunca podré leer. Bien entonces por quienes me acusan de fetichismo.
Pero, a lo que iba, es que del Festival de Literatura de Santa Fe (FELISA), además de nuevos amigos y la alegría de haber compartido charlas e ideas, me traje libros. Algunos de regalo, de manos de sus autores, y otros adquiridos en los puestos o mesitas que rodeaban al Centro Experimental del Color, en la estación Belgrano.
Me gustaría, ahora, hablar solamente de dos. Primero, y porque fue la lectura que sucedió a la FELISA, de los cuentos de Federico Coutaz (Santa Fe, 1977), reunidos bajo el título Papeles en el suelo. Aunque este pretenda engañarnos con la locación de los mismos, esos papeles puestos en libro, no son borradores descartados ni ejercicios de precalentamiento de un escritor. Son, a pesar de la brevedad, relatos que bajo el disfraz de la cotidianeidad y el lenguaje sencillo, sin artificios ni forzamientos, exhuman historias simple pero de una intensidad abrumadora. De hecho, algunos parecen postales que, si se las observa con atención, sugieren algo mucho más inquietante que aquello que la imagen presenta. Me sorprendió el giro que da, en el desenlace, el cuento “Traslado” pero, sin dudas, mi favorito es “Volver”. El relato narra el regreso de Fátima a su Santa Fe natal, después de haber probado suerte, sin suerte, en Buenos Aires. La acción transcurre durante los fatales días de diciembre de 2001 pero, más que un parangón o un reflejo, el destino del país y el de la joven, parecer correr hacia su resolución por caminos paralelos, que no se tocan sino en el imposible infinito del relato. Estos textos de Coutaz, para mí, se siguen leyendo después de que la lectura se cree terminada.
Del segundo libro que quiero hablar es de No llores, hombre duro, de Mariano Quirós (Resistencia, 1979). Como tarjeta de presentación, la novela viste una faja roja que anuncia: Premio Novela Negra Festival Azabache 2013 y, para el entendedor, sobran palabras. Sin embargo, no sé si trata exactamente de una “novela negra”, género que puede parecer cerrado o de márgenes estrechos, o si escapando a la clasificación, es eso y mucho más. Porque el humor desborda sus páginas y los personajes que la habitan, desde el protagonista, Emilio Reyna, hasta el trío de policías salvajes y tiernos, o el intendente y su hijo Bebo, deformados por la lente del grotesco, se apoderan de la escena y dejan en segundo plano al argumento. Esto, que podría restar méritos a la narración, aquí le agrega un plus que la lleva a superar, en mi opinión, a las representantes más fieles al género. Además, en ese carnaval que es Laguna Fría, localidad imaginaria del Chaco, reina la inmoralidad y hasta aquellos que en el imaginario contemporáneo encarnan al Bien, allí también son partícipes de la corrupción absoluta. De alguna manera, arriesgo, ese humorismo que atraviesa al narrador y a su relato, hace olvidar que hay un misterio por resolver, que el periodista investigador está en ese pueblo tratando de averiguar el paradero de dos ambientalistas desaparecidos. Porque No llores, hombre duro es una fiesta del humor al estilo pirandelliano. Me dijeron que Río Negro, la novela anterior de Mariano Quirós, es tan buena como esta. Espero conseguirla o viajaré a donde la vendan para traérmela de recuerdo.