A mí me quieren engatusar.
Hacer creer que es mejor la finitud porque de lo contrario no haríamos nada. Lo postergaríamos todo. Y, además, para qué queremos la eternidad terrenal si no sabemos qué hacer un domingo a la tarde.
Todas argumentaciones precarias y falaces, que sirven de premio consuelo.
Y, como todo premio consuelo, no conforman a nadie.
No cuestiono por supuesto al hombre de fe, porque tener fe y nutrirla es una elección reconfortante. Y, desde mi humilde opinión, es a la vez una decisión conveniente.
Tal vez no haya una contradicción insalvable entre la fe y la expectativa de generar la vida eterna en nuestro mundo. No sé qué pensarán ustedes. Sería cuestión de bucear sobre esas problemáticas, indagar las diferentes posiciones y arribar a un entendimiento que pueda resultarnos razonable.
Para eso, como para cualquier posibilidad de evolucionar intelectualmente, tenemos que ser capaces de escuchar y aprender de quien piensa diferente.
Aunque no quisiera desviarme del tema. Si para algo escribo es, sin la menor de las dudas, para tomar carrera, avanzar con convicción unos buenos metros y darle de derecha con todo al hormiguero.
A ver qué pasa.
De lo contrario, sería aburrido. O impropio para nuestros tiempos, porque si para algo estamos, por supuesto entre otras cosas, es para divertirnos. Pasarla bien. Disfrutar. Celebrar la vida.
Y tantas otras cosas que hacen muy bien en recordarnos los gurúes de nuestros tiempos, que a fuerza de palabra y convicción, constituyen una ayuda invalorable para remover las creencias en el sacrificio, que solían ser muy fomentadas en nuestras cabezas de niños pequeños. Por eso, y aunque sea nada más que por eso, bien vale que muchos maestros se encarguen del tema y nos ayuden a liberarnos de esas ideas perniciosas, que contribuyen a deshonrar la vida, postergar el disfrute y amargar innecesariamente a la gente.
Pero no nos vayamos por las esquinas y sigamos un poco con el tema de la eternidad frente a la finitud.
Acá hay que hacer algo.
Y si bien se está haciendo mucho de manera indeclinable, los resultados no son suficientes. O por lo menos no parecen ser suficientes para construir la posibilidad de elección. Que no es ni más ni menos, que la alternativa de quedarse en la tierra tanto como a uno se le dé la gana.
Habrá quien diga que eso es un infantilismo, propio de un espíritu ingenuo, positivo o fantasioso. Que en estas tierras todo el mundo se murió. Y que nos guste o no todos nos vamos a morir.
Hay que respetar. Pero esa posición ante la vida no hace más que atentar contra la alternativa de crear realidades superadoras. Y favorece las condiciones para desalentar los intentos. Para quedar reducidos a lo que somos, en vez impulsarnos a lo que podemos ser.
Si el escepticismo hubiera doblegado al optimismo y lo hubiera persuadido de su imposibilidad para manifestarse, no existiría el avión, Internet, el tv e innumerables alternativas que están disponibles en nuestros tiempos y benefician al ser humano.
Alguien podría también levantar la mano y decir que en la vejez habría mucho sufrimiento. Que sería mejor concluir un ciclo y descansar en paz.
Pero en este escrito nadie está hablando de una vejez averiada, menguada, menoscabada por el paso del tiempo. Una ancianidad sufrida para persistir a toda costa.
Nada de eso.
Se habla de la eternidad como posibilidad positiva. Donde cada uno se hace tan viejo como quiere. Y vive sin achaques.
Sin dolores ni malestares.
Es decir, una eternidad bien vivida. Una que valga la pena.
Que le permita postergar o procrastinar al espíritu holgazán. O aburrirse a quien quiera un domingo cada tanto. Para volver a disfrutar el fin de semana cuando quiera.
Eso se resuelve fácil.
Y si alguien piensa que se dicen pavadas porque la evidencia se impone, es posible que tenga razón. Pero para desmentirlo bastaría con preguntarle a un hombre dentro de mil, diez mil o cien mil años a ver qué opina.
Es posible que se agarre la cabeza cuando piense en estas generaciones que morían con mansedumbre, sin decir nada.
Sólo hablando del dólar blue, del pelado que criticó al gordo. O del gordo que insultó al pelado.
Por eso parecería conveniente saber que sólo con la visualización se generan las condiciones para construir la posibilidad. Y, si no creamos una imagen de la posibilidad de la vida eterna terrenal entre nosotros y el tiempo que nos queda, después no nos quejemos.
Es mejor sacar la muerte debajo de la alfombra y ver si podemos hacer algo con ella.
Para eso, deberíamos ser capaces de dejar de creer tanto en la finitud y empezar a creer un poco en la eternidad.
Ese es el primer paso.
Dios quiera que tengamos suerte.
.*¡Hasta la próxima!