¿Somos desconfiados?

#EscritosDeLaVida

Las generalizaciones se caracterizan por ser siempre fallidas, porque alguien o muchos se escabullen de la regla que se pretende determinar. Por eso decir que somos todos desconfiados sería una pretensión errática. Una determinación equivocada.

Eso no quita que no podamos pensar sobre el tema y preguntarnos qué tan desconfiados somos. Si es que somos desconfiados.

En mi caso yo era muy desconfiado de chico, quizás influenciado por un entorno que era  con claridad más desconfiado que yo. Y, aunque ellos por supuesto no tenían la culpa de que yo eligiera ser desconfiado, tuvieron sin dudas un rol de injerencia en mi predisposición a desconfiar sobre disímiles cuestiones.

Con el tiempo esa desconfianza la fui menguando hasta prácticamente reducirla a una dosis de razonable desconfianza. Lo cual me permitió ser menos engañado de lo que hubiera sido si eliminaba por completo la desconfianza. Pero me posibilitó a la vez el beneficio de acceder a mundos y circunstancias que la desconfianza obstaculiza.

¿Qué hace la desconfianza?compras

Ustedes sabrán, pero pareciera que nos alerta para que nos jodan menos o nos perjudiquen menos. O nos engatusen menos.

Es por lo tanto un escudo de protección ante la estafa, que puede ser más o menos relevante.

Por ejemplo a mí cada cierto tiempo me llaman de un banco para decirme que he sido seleccionado. Que Juan Manuel ha sido elegido entre los clientes afortunados. Y que ahora a Juan Manuel le enviarán una tarjeta sin gasto alguno, que le permitirá comprar en cuotas por todo el territorio nacional y por el mundo entero. Y que por ser Juan Manuel un cliente elegido, no pagará nada hasta que la use, o incluso después que la use, porque se le bonificará todo y podrá llenarse de regalos él y repartir regalos a voluntad a sus seres queridos o a quien quiera para alegrar al mundo…

Yo escucho eso cada tanto y trato de meter un bocadillo, pero la determinación del telemarketer es irrenunciable y apenas si puedo balbucear algo, para decirle qué pasará con tal o cual gasto. Pero el telemarketer no quiere escuchar eso, ni que le pida precisiones, porque está convencido que yo soy un afortunado, una persona llamada por el universo este día a recibir la generosidad de la existencia, manifestada en el espíritu benevolente del señor dueño del banco que ha querido solidarizarse conmigo y hacerme feliz.

Apenas si puedo decir que no me interesa. Y reafirmar la palabra para que luego no se me adjudique una respuesta contraria y se me entregue la tarjeta con la explicación de imposibilidad de rechazar el beneficio adquirido.

Esa es por ejemplo una situación en donde la desconfianza opera. Y como vemos no sabemos si está bien interpuesta, porque el resultado es que impide que un nuevo mundo se manifieste.

Podría tener altos costos aceptar el beneficio. Pero también quizás me hubiera llenado de regalos.

Y eso hubiera sido estimulante si no fuera que soy poco consumista.

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