Creo en los buenos.
Sin ellos la vida sería un fracaso, un despropósito. Se transformaría en circunstancias trabajosas y sufridas, de espíritu maloliente y peligroso, donde a cada uno pueden joder, embaucar o perjudicar en cualquier momento. Situación que llevaría a las personas a andar como retraídas en sí mismas, alertas ante la adversidad que se preanuncia y expectantes para resguardarse de los eventuales riesgos y consecuentes perjuicios que podrían recibir de sus semejantes.
Porque los malos, son peligrosos. Además de obstinados.
Muchos parecen estar tomados por una suerte de espíritu diabólico que los impulsa al obrar malicioso, que acomete las más diversas prácticas para hacer daño o vulnerar a la víctima de turno.
Nada es más complicado que tener que vérselas con un malo que está jugado en sus lógicas y no tiene la más mínima predisposición a renunciar a ellas.
Sólo podemos esperar lo peor de ese ser desalineado, que embaucado por su energía negativa muchas veces está cegado en su propósito.
De ahí que nada es mejor que esquivarlos, o evadirse como sea para impedir cualquier incidencia negativa que pueda generar su persona.
Los buenos en cambio son gente confiable, que hacen más lindo el mundo y permiten que sea un buen lugar para vivir.
Con ellos uno anda tranquilo, porque no debe cuidarse de nada.
Y si lo bueno de la vida es elegir, nada es mejor que construir un ejército de buenos que compartan con nosotros las más disímiles circunstancias.
Lo que suelen aportar ellos es calma, previsibilidad y confianza.
No es poco para vivir en bienestar.
. ¡Hasta la próxima!.
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