Por: Paula Echeverria
Ser extranjero implica sentirse distinto de quienes te rodean. Ser completamente ajeno al lugar en el que uno se encuentra. El extranjero se caracteriza por tener la constante necesidad de conocer todo lo que lo rodea. Es curioso, inquieto y apasionado de lo que ve. Es perceptivo y sensorial: observa, toca, oye todo lo que le llama la atención. Muchas veces parece estar buscando algo, tratando de encontrar un objeto perdido con su caminar ansioso y su mapa en la mano. El extranjero se delata, es completamente identificable. Cualquier oriundo que va caminando por su cuidad podría distinguirlo en unos segundos. Ahí va él , encantado y anonadado. Todo lo ve nuevo y diferente mientras otros ni siquiera gastan su tiempo en admirar lo propio. Pero, ¿Cómo se siente un extranjero viviendo en un lugar por más de 160 días? ¿Acaso pierde el encanto por la novedad?, ¿o persiste esa actitud de investigador?
Hace ya un mes y medio que llegué a Sevilla. En un comienzo dediqué mi tiempo completo a ir a cada rincón de la ciudad y llevar a cabo algunas de las costumbres españolas: almorcé tapas, tomé una caña durante una tarde de sol, probé los chupitos en los bares de la Alameda antes de ir al boliche, degusté el famoso jamón ibérico en una picada y conocí los lugares tradicionales y monumentos. Básicamente hice lo que todo turista hace en su visita a España. Intente no quedarme con las ganas de nada. Si me hubiese quedado un par de semanas podría decirse que, en los primeros días, conocí muy bien Sevilla. Sin embargo, mi estadía en la capital de Andalucía lejos está de finalizar. Todavía queda un largo camino por recorrer. Así que, después de la euforia del principio de a poco me voy adaptando a este lugar. Siento que estoy cómoda, un poco como en casa. De hecho, cada vez que viajaba por rumbos extrañaba un poco este lugar. Tengo mis rutinas establecidas durante la semana. Tengo una lista de lugares a los que voy semanalmente para hacer las compras típicas y una lista de números a las que llamar por cualquier emergencia o dificultad. Podría decirse que estoy bastante instalada. Pero más allá de esta rutina armada, el extranjero se delata siempre.
En la facultad hubo momentos en que mis actitudes me dejaron en evidencia. Los primeros días, fueron varias las veces en que me confundí de clase. Las cuatro argentinas llegábamos sobre la hora, nos sentábamos atrás y en cuanto el profesor comenzaba la clase no sabíamos de qué hablaba. Nos mirábamos entre nosotras con desconfianza. Esperábamos unos minutos para comprobar que realmente nos habíamos confundido. Y siempre había sido así. Intentando hacer el menor ruido posible, guardábamos las cosas y nos íbamos. Automáticamente la clase entera entraba en silencio, se daban vuelta y el profesor se callaba. Ahí estábamos, las extranjeras que ni siquiera saben donde están paradas. De esas, hubo varias. Una vez llegamos a entrar a tres clases distintas antes de encontrar la indicada. Y cada vez que nos íbamos, la misma escena. Otras veces, por curiosidad hacíamos preguntas al profesor sobre temas europeos de los que no teníamos idea. Y ahí estaba otra vez, la mirada de los demás ante nuestros cuestionamientos quizás, para ellos, un poco absurdos.
Sin embargo, otras veces no hace falta decir ni una palabra para que te identifiquen. Pareciera que tenemos algo distinto, un no sé qué, que llama la atención y nos vuelve exóticas ante los ojos ajenos. Todavía no logro distinguir cuales son los rasgos o las actitudes que nos delatan. Se ve que están demasiado naturalizados como para ser distinguidos. Pero ahí están.
Al mismo tiempo, sigo conservando ese espíritu propio del turista. No me canso de observar los paisajes. Disfruto de frenar, mirar con detenimiento lo que me rodea y extraer lo admirable del lugar en el que me encuentro. Pase el tiempo que pase, no pierdo el entusiasmo y la adrenalina que me genera viajar y recorrer ciudades.
Podría decir, entonces, que un extranjero nunca pierde las cualidades que lo distinguen. El tiempo pasa y va asimilando nuevos hábitos y rutinas pero, en mi caso, la argentinidad se mantiene intacta.