Encontrar el equilibrio entre dar protección y libertad a los hijos es, acaso, la tarea más difícil. Criarlos para que sean autónomos, por sobre todo de nosotros, los padres, es lo mejor que podemos darles: que sean libres de nuestra mirada; que no tengan nuestros ojos en su nuca en la toma de decisiones y elecciones. Si tengo que escribir desde lo que yo observo diariamente, digo que la sobreprotección es más discapacitante que la desprotección. Por supuesto que los dos caminos son negativos para el buen desarrollo de un niño. Pero si uno evalúa los efectos de uno y otro, el primero prepara menos para la vida. Cuando los padres, por sus miedos, por sus propias experiencias, están demasiado encima de sus hijos, estos tienen dificultad en desarrollar sus defensas, o sus propios criterios.
Los padres que encuentran más o menos un equilibrio, son aquellos que entienden que su función es generar en sus hijos un gran airbag, pero no evitarle las tensiones, los golpes y las frustraciones de la vida en la ruta, hay mencionarles los recaudos que hay que tener, sin atemorizarlos. Es decir, con un soporte, los golpes duelen menos, no nos tumban, y evolucionamos. Las frustraciones, las agresiones y tensiones del mundo social y el cómo vamos respondiendo a ellas por nuestros propios medios, es lo que nos garantiza el crecimiento y la maduración psicoemocional. Uno ve permanentemente adultos que llegan al consultorio y hablan de papá y mamá como si fuesen niños, que no pueden con los avatares de la vida adulta. Cuando esos consultantes se van metiendo en el trabajo que implica una terapia, muchas veces lo que surge, es esa sobreprotección durante su infancia, y una extrema dependencia hacia los padres, ya de adultos. No pueden con la vida porque de niños no estuvieron habilitados para pensar, elegir y gozar de la vida a su manera, por sí mismos, con sus propias categorías.
En cambio, con el desamparo, a veces uno ve que el chico, intuitivamente, y frente a cierto desierto de contención y referencias familiares, sale al mundo y busca otros referentes y se va armando a sí mismo con sus pares, o con otros adultos que le sirven para su buen desarrollo, con lo bueno y lo malo que ese “salir al mundo”, muchas veces precozmente, implica. No estoy diciendo “desprotejamos a los niños”, no: sólo refiero que en mi trabajo cotidiano y frente a esos dos escenarios en la historia de un sujeto, la sobreprotección de los padres termina resultando el más discapacitante. El “desamparado” también llega muy lastimado, pero sin duda que habiendo vivido más y, en consecuencia, con más chances de rearmarse. Insisto: estoy hablando de personas adultas, que llegan, muy trabados, habiendo transitado uno u otro camino. Nada más. Lo ideal o, corrijo, lo más cercano al mejor camino, es dar, corregir, soltar y nutrir de herramientas; dar libertades, pero todo a su debido tiempo, usando el sentido común y teniendo en cuenta el factor social, y los riesgos de la sociedad en que vivimos. Riesgos que sólo podemos reducir, no eliminar, pues el mundo “es lo que es”, no lo que nosotros quisiéramos que sea para nuestros hijos.
En el medio están los padres que, sin querer ser perfectos (ese es -sin duda- el peor de todos los caminos), van encontrando, conflicto de por medio, ese equilibro entre protección y libertad y los sueltan al mundo y entienden que los hijos, luego, son personas que andan por ahí, y que tienen que vivir sus experiencias y que son sujetos diferentes a nosotros: que “a menudo se nos parecen”, como dice J. M. Serrat, pero que para crecer tienen que empezar a mirarse en otros espejos además de el nuestro .
Ser padres responsables es revisar cada tantos estos asuntos: nuestros miedos, nuestros puntos ciegos, pueden generar efectos complejos en nuestros hijos. Y algo central: los niños observan permanentemente como nosotros, los adultos, resolvemos los conflictos de la vida, esa es su escuela en esos asuntos: copian, imitan, arman parte de su personalidad profunda observando a ese punto. Vieron que ahora está de moda decir “déjalo fluir”, sí, es central, pero eso no anula que vuelta a vuelta revisemos nuestra actitud general hacia esas personitas que andan a nuestro alrededor, y hacia cómo manejamos nuestra vida. . Los seres humanos sufrimos mucho el desprendimiento, y más aun los latinos, que somos muy apegados en los vínculos, fundamentalmente con los hijos. Pero bueno, es la vida, es la lógica de la existencia, transformarnos en seres libres y autónomos. Lograr cierta felicidad, siempre incompleta, tiene que ver en gran medida con esa autonomía de la que estoy hablando.