Es una realidad observable, una cuestión que se escucha a diario, ya sea en pacientes individuales, en consultas de pareja o en los diferentes ámbitos por donde circulamos: sostener la pasión, el erotismo, con la venida de los hijos, se hace muchas veces difícil.
Para abrir el tema, me gustaría decir que no hay que alarmarse o sentirse en falta con uno, con la pareja: es algo que en mayor o menor medida, le ocurre a todo el mundo. La llegada de un hijo es un acontecimiento extraordinario, en el mejor de los casos ese niño viene desde hace meses ya en las fantasías de esos padres. Son momentos de mucha expectativa; de una espera que puede ser hermosa, pero también es tensionante y se acoplan montones de lógicos miedos; y ni hablar cuando la pareja es primeriza. No tengan ninguna duda: tener un hijo es un acontecimiento traumático, nacer también. Es un hecho tan, pero tan extraordinario y delirante, que supera ampliamente nuestra capacidad de metabolizarlo, de simbolizarlo. Es un tsunami de estímulos visuales, emocionales, racionales… todo en horas. Pero ocurre que hay traumas positivos y otros negativos. Entiendan “lo traumático” como aquel acontecimiento o situación que nos supera en la capacidad de procesarlos, no como sinónimo de algo negativo. Por ejemplo: la metamorfosis de la pubertad es un acontecimiento traumático, pero es parte de la evolución. Allí lo biológico, el cuerpo y sus transformaciones, van delante de la apropiación simbólica/emocional de ese suceso. Con un hijo es algo por el estilo, la escena (potente y desorganizante como lo es un parto) se presenta antes de que tengamos las herramientas para entenderla y digerirla… por eso “traumatiza” un poco. Nadie está preparado para esos partidos. Continuar leyendo