Nacemos siendo un manojo de impulsos desorden e inestabilidad. La cultura, la sociedad -encarnada en principio en esos primeros cuidadores que son los padres- nos va ordenando, “organizando” en ese caos que somos de origen. Así entran las normas y coordenadas de comportamiento, medio a la fuerza, que le vamos a hacer. Llegamos a un mundo que ya está traccionando, y nos tenemos que adaptar; mucho, no tanto: pero un grado de adaptación es necesario para la socialización. Después, bueno: es la suerte en dónde caemos, y “la forma” en que nuestros “cuidadores” intenten insertarnos en esas normas sociales.
No llegamos al mundo con autocontrol o regulación de esos impulsos, pero es un objetivo lograrlo ¿Por qué? Porque sin ello sufrimos mucho, pues la realidad, y funcionar en ella, precisa que tengamos un orden interno y una administración de nuestros pensamientos, actos y emociones. Funcionar pasando de los impulsos a los actos (si en el medio no metemos la razón, el pensamiento) en general, genera problemas. Y digo “en general” porque también es cierto que ciertas conductas valoradas por la gente, necesitan de un grado de impulsividad o arrojo. La sociedad gusta de la valentía, de personas con cierto nervio para hacer algunas cosas o actos. Pensar desmedidamente todo, y no accionar, es algo patológico también. Pero lo cierto es que tener cierta “estabilidad” y equilibro es un punto de llegada, habla de cierta madurez alcanzada. Continuar leyendo