Por: Alejo Schapire
Cada mañana, al tomar el metro, entre los laburantes precarizados que te meten tiritando entre las manos el diario gratuito, el zombie que avanza jugando al Candy Crush y el muchacho que hace descubrir a todo el vagón su banda favorita de rap, la imagen de una mujer leyendo genera una empatía inmediata. Es una forma deleitable de resistencia ante la alienación urbana. Es toparse con una cara amable, reconocer el título de una obra y poder entonces no sólo descubrir a la lectora recién maquillada, bañada y vestida para vender su fuerza de trabajo, sino poder ir más allá e intuir lo que pasa detrás de sus ojos.
Están las jóvenes estudiantes de Filosofía, concentradas en una edición de bolsillo de segunda mano de Deleuze; las treintañeras con el último de Murakami o la trilogía Millenium. Después lo cambiarán por Pancoll, Auster, Harlan Coben, best-sellers globalizados de calidad diversa que pululan en el supermercado, entre la góndola de perfumería y la de útiles escolares. Las perlas son raras, la poesía casi nunca se muestra. A veces, un escritor de culto entre las manos de una chica es un vertiginoso atajo para creer saber mucho de ella, a menos que se lo haya regalado un novio…
En otras cosas, identificar la tapa sirve para mantener distancia. De las que leen Cincuenta Sombras de Grey -por lo general mayores de 50-, parcas, que tienden a abrirse paso entre el gentío a carterazos. ¿Frustración o necesidad de contacto físico por esas páginas de violencia carnal y sumisión? Una entrega parecida a las que pueblan las páginas de las chicas veladas, que invariablemente leen el mismo libro; tampoco parecen disfrutar de la lectura.
La categoría más desconcertante es la que abarca a las que se esconden detrás de tapas orientadas decididamente a un público femenino, donde un título empalagoso flota sobre un fondo pastel. Los autores suelen llamarse Marc Lévy o Guillaume Musso, y son sin dudas los más leídos por mujeres que leen como quien hace turismo. Nunca los leí, nunca los leeré. Pero estoy seguro de que las pasajeras podrían hacer algo mejor que leer eso, mirar el paisaje, por ejemplo.