Por: Miriam Molero
Siempre digo que honesto no es quien no roba; honesto es quien teniendo la oportunidad de hacerlo, no lo hace.
Estoy convencida de que mucha de la gente buena que uno conoce en la vida, sólo es gente sin ocasión de ser mala. O con ocasión pero demasiado cobarde para serlo.
Quiero decir: así como prestarle dinero a un amigo es darle la chance de revelar su estafador interior y así como ascender a un empleado raso puede manifestar al jefe mal nacido que lleva dentro, el divorcio suele ser la luna llena bajo la cual dos amorosos seres humanos se convierten en lobos sedientos de sangre.
Todo es cuestión de oportunidad, insisto.
“La mujer de un solo hombre”, de A.S.A. Harrison (Salamandra, 2014) es un libro de oportunidades. Para él y para ella. Para ambos entre sí y respecto de otros, no importa sin son mejor amigo, amante, mejor amiga, empleada, proveedor, pacientes. Y de los demás con ellos.
Cada uno de los personajes tiene la oportunidad de convertirse en un ser humano peor y no la desperdicia.
El único que se salva es el perro, creo recordar, y aun así no pondría las manos en el fuego por él.
Jodi y Todd son una pareja modelo. Veinte años de convivencia. Pero algo se rompe y no, la cosa no se desmorona, se sostiene con alambre, se tambalea, amaga con derrumbarse hasta que finalmente cae con poco ruido. En efecto, no hay golpe de efecto. No hay la bomba, la detonación, el estallido. Hay un proceso de transformación por el cual lo bueno desciende y la podredumbre se eleva. Esa podredumbre que llevamos dentro, claro.
Y si bien A.S.A. Harrison elige un formato de alternación de perspectivas: Él, Ella, y si bien algunos dirán que Oh, es como “Perdida”, desde ya aseguro que “La mujer de un solo hombre” tiene algo de lo que la novela de Gillian Flynn carece: la capacidad de meter el dedo en la llaga de la moralidad humana.
Encima hay un asesinato.
Porque esta no es una historia de amor, qué va. Es una novela de intrigas. La tercera de la serie Salamadra Black que hasta ahora no desilusiona (arrancó con la extraordinaria “Galveston”, de Nic Pizzolatto; siguió con “La entrega”, de Dennis Lehane).
“La mujer de un solo hombre” es entonces, en el fondo, una novela de falsos buenos que teniendo la oportunidad de hacer el mal, valerosamente lo perpetran; es un calmo remolino que se traga un virtuoso por vuelta, y es una lectura para la que hay que estar preparado porque esa fuerza centrípeta te atrapa en las primeras páginas y no te suelta hasta ver la catástrofe consumada. Es un libro de una atracción morbosa, esa que te lleva a bajar la velocidad para poder observar mejor un accidente en la ruta.
Ahora que lo pienso, además del perro, hay un personaje que pudiendo hacer el mal, hace el bien. Uno pequeño. Uno solo en una historia con tantos personajes. En fin… la vida misma.
Ya me dirán.