Por: Mariana Skiadaressis
Los seres humanos de clase media urbana estamos condenados al consumo. Mi bebé toma una leche de fórmula que viene en un tetra brick marca X y usa pañales descartables marca Y desde el día cero. Además de generar mucha basura, mi pequeñito tiene destinado todo un mundo de productos infantiles que, a decir verdad, dan un poco de miedo.
Actualmente en los canales de cable para niños, están pasando un comercial que promociona una muñeca que crece. Obviamente, está dirigido a las nenas. El humanoide de plástico se llama “Daphne”: Posee movimientos faciales reales que le hacen parecer un bebé de verdad. Llora, se ríe, al tomar su tetero sus brazos y piernas se estiran como si creciera de verdad.
En el spot, la nena que juega con Daphne está feliz de darle de comer y verla crecer. Siempre los juegos y juguetes han sido performativos de género, pero esta muñeca que emula la labor maternal de un modo tan realista me resulta espeluznante porque define qué es lo esperable del comportamiento de una madre, dejando en claro -a través del target- que el cuidado del bebé es una tarea correspondiente a las mujeres.
La reproducción de una ideología de género reaccionaria está en la base del consumo cultural infantil y, lamentablemente, está naturalizada en personas de lo más educadas. Cuando mi hijo de cuatro meses llora, hombres a los que considero inteligentes le dicen que no sea maricón. Qué le dirán entonces al pobre chico si un día se le ocurre jugar con muñecas, si le gusta algo de un color que no sea celeste o azul, y que ni se le ocurra la idea loca de querer “jugar al papá”, porque seguro me va a llamar la psicopedagoga del jardín para decirme (en sus palabras) que el nene está fuera del canon heteronormativo.