Por: Fernando Taveira
Como ocurrió alguna vez en los mundiales de Italia ‘34 y Argentina ‘78, o en los Juegos Olímpicos de 1936, en julio de 1969 el deporte volvió a ser utilizado por dirigentes políticos y militares con fines espurios. Honduras y El Salvador llevaban años de tirante relación, hasta que la eliminatoria para la Copa del Mundo de México ’70 se transformó en la excusa perfecta para comenzar un conflicto bélico.
En los meses previos a la denominada “Guerra del fútbol” un escuadrón clandestino hondureño llamado la “Mancha Brava”, aterrorizó a más de 300 mil salvadoreños que se habían afincado en el país vecino para trabajar en plantaciones bananeras y establecer negocios en esas tierras. Estas formaciones paramilitares asesinaron y detuvieron a una gran cantidad de inmigrantes agudizando aún más la situación entre los dos estados.
En tanto, los seleccionados se enfrentaban entre sí para mantener las posibilidades de conseguir el boleto que los depositaría en el torneo organizado por los aztecas. En el encuentro de ida, disputado en Tegucigalpa, los locales se impusieron por 1 a 0, pero en la revancha El Salvador consiguió un 3 a 0 a su favor para igualar la serie. En este último partido, se produjeron serios incidentes en las tribunas entre los seguidores de ambas escuadras, y el dictador Oswaldo López Orellano exigió que los medios hondureños magnifiquen los hechos, para fomentar una fuerte campaña nacionalista encendiendo el odio xenófobo en sus residentes.
Como en aquella época no se tenía en cuenta la diferencia de gol, debió jugarse un tercer partido en campo neutral y dicho compromiso se estableció en la Ciudad de México. De este modo, mientras López Orellano ordenaba la expropiación de los bienes de los salvadoreños y la redistribución de sus propiedades entre los campesinos locales, en el norte, el equipo comandado por el chileno Hernán Carrasco Vivanco respondía a con una sabrosa victoria (3 a 2), que terminó de encender la mecha de la guerra que se estaba gestando.
Al mismo tiempo que en Honduras se seguía practicando el abuso de poder, el ejército salvadoreños cruzó la frontera para defender a sus compatriotas hasta llegar a Tegucigalpa. Sólo por la rápida intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA) el conflicto bélico duró cinco días, pero las batallas que se llevaron a cabo durante ese período dejaron un saldo de más de 4.000 muertos y cerca de 15.000 heridos. Como siempre, la pelota siguió rodando y El Salvador llegó a su primera cita mundialista dejando atrás una de las páginas más oscuras de su historia.
Una situación bastante similar a la que pasó con Israel, que en los días previos al inicio del certamen, el país entró en guerra con el Líbano. “Mientras algunos hacían su incursión futbolística por América, otros dejaban la vida entre el humo de los cañones”, fue la frase de Amos Bar Hava, el preparador físico del seleccionado asiático, quien tuvo que dejar la concentración en Puebla para unirse a las filas del ejército de Medio Oriente.
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