La infancia de Rivaldo en el estado de Pernambuco no fue de las más felices. Criado entre escombros y calles de tierra, él y su familia eran víctimas de la pobreza que atravesaba un gran sector de Brasil. Las pésimas condiciones a las que estaba sometido se reflejaban en la precaria sanidad y la modesta educación, teniendo como única escapatoria el potrero.