La posición para escribir no siempre es cómoda, de repente, el narrador está parado en una esquina de la calle cualquiera, con su cámara y los colectivos pasan y los buitres asedian y las personas miran.
Es difícil contar con palabras una ciudad como Buenos Aires. Y la fotografía es un gran instrumento. Cada imágen es una historia, un poco de abono para la inteligencia.
En todos los meses que llevo escribiendo los artículos para #PatrimonioBA pude desarrollar muchas ideas dispersas. Estuve ante rincones impensados de la capital Argentina. Ante obras de arte imponentes, creadas en bronce, en mármol, cemento, moldes perfectos.
Todo bello. Paralizado en el tiempo, o en otro tiempo. Tristemente obsoleto; y bello al mismo tiempo. Hay estatuas de infinitos tipos: algunas no dicen nada, son pedazos de materia inútil y otras son geniales: retratos de guerras, batallas, hazañas, en bronce.
El punto negativo de todo esto es que hay solo un concepto claro, acabado: creo fervientemente que las estatuas de la ciudad están vivas.
Entiendo que nos engañan durante los inviernos; en el día común, y despiertan por la noche, cuando en las calles solo caminan almas vagabundas. Y hay viento, mucho viento. Justo al momento en que vos estás durmiendo. Estas fotografías confirman mi teoría.
Fotos y edición: Belisario Sangiorgio Trogliero