Un cigarrillo humea apoyado sutilmente sobre las rejas que contornean el monumento a Norberto Aníbal “Pappo” Napolitano. Algún transeúnte, algún misterioso sin nombre que pasaba por allí, desandando mil caminos, dejó el tabaco encendido a modo de homenaje.
Son las nueve de la mañana en el barrio Villa Mitre. Sobre la avenida Juan B. Justo, lejos, sobre el Río de la Plata, el sol comienza a elevarse. Ilumina de costado la estatua metálica diseñada por Virginia Carames que reposa en la intersección con Andrés Lamas. Hace frío de invierno.
La silueta de “Pappo” está quieta. Empuña, negra, una guitarra. La silueta inmortal de la estatua, congelada en un momento de éxtasis.
Un rockero que nació en La Paternal allá por 1950, autor e intérprete de canciones inolvidables para los argentinos, mira el infinito. Con la cintura quebrada, probablemente frente a un escenario, mira directo a un colectivo de la línea 166 que pasa por el lugar.
Los pasajeros del transporte público también se detienen sobre la obra de arte, sobre una silueta que, a simple vista, lleva música hacia los oídos. Las estatuas de los políticos traen historia, palabras ordenadas. Las estatuas de los músicos traen música, versos, poesía.
Abuelos de la Nada, Riff, Aeroblues y La Pesada del Rock and Roll fueron solo algunos de los grupos que “Pappo” integró.
En el silencio del parque que antes solía llamarse Sáenz Peña, comienzan a revivir los acordes.
En el silencio del invierno y en el frío de la muerte, para quien se detiene frente a la estatua, reviven los versos uno a uno.
“Son muchos pensamientos para una sola cosa/estoy algo cansado de vivir, en realidad”.
Prendo un cigarro. Lo dejo a los pies del maestro.
Y vuelvo a escuchar: “No se por que imaginé que estábamos unidos/me sentí mejor/pero aquí estoy tan solo en la vida/que mejor me voy”.
Sólo las canciones que suenan en la radio hace tantos años. Sólo las canciones que hicieron brillar la adolescencia de generaciones. Sólo los ritmos que bailamos en aquellas cantinas, apretando una cintura bonita.
Hombres suburbanos que siguen su rutina pasan junto a la estatua. La miran de reojo, como, quizás, con un tanto de asco. ¿Por qué alguien rinde homenaje a un rockero?, preguntarán unos. ¿Por qué, si un rockero como Pappo no buscaba la gloria ni la veneración?, se preguntarán otros.
Yo, simplemente, estoy allí. Un impulso, breve o momentáneo, me dijo que debía escribir sobre aquella estatua.
Y mientras veo como ven, vuelvo a escuchar…la sencillez de la poesía bien cantada: “Ven a verme te quiero mostrar/como llueve en la oscuridad”.
Aparece el silencio. Un semáforo rojo corta el ruido de los autos. Un vacío, una zona de nadie. “En la ciudad terminal/vagamos como sombras/como un rumor animal/hoy la ciudad nos nombra”.
Disparo la última foto. Sólo una foto. Sólo un músico. Sólo una estatua. Y, mientras me alejo rumbo a la calle Boyacá, entiendo.
Sólo momentos. Sólo la música de esos momentos. Entiendo, que es necesario combatir el silencio de una plaza muerta con mil estatuas que canten. Que hagan cantar. Que parezcan cantar. Que digan, sin decir que dicen.
Entiendo, finalmente, que sólo el arte vuelve eternas a las vidas. Camino una vereda desgastada.
Ella pasa a mi lado y deja su perfume flotando en el aire. Giro la vista, y veo la estatua, que habla, o creo que habla. Sólo imaginación.
Agudizo el oído, mientras camino tras esa hermosa mujer que corta la mañana fría de Villa Mitre.
Agudizo el oído y, con certeza, logro escuchar los versos más sinceros de la mañana. Vienen desde la silueta, negra.
Perdóname si alguna vez fui descortés,
como una hormiga a la deriva por el andén;
siempre hay algo en mi mente
que te hace estar presente,
detrás de aquella estrella, yo te veo bajar.
La noche dio su brillo y comenzó el descontrol,
flota la adrenalina en una nube de alcohol,
mejor nos vamos a un hotel,
allí la pasaremos bien,
lo importante es estar juntos tu y yo.
_____________________________________________
_____________________________________________
Fotos: Belisario
MÁS SOBRE MÚSICA Y PATRIMONIO CULTURAL, CLICK ACÁ