Por: Claudia Peiró
Existen en París una enorme cantidad de museos que vale la pena visitar. Lamentablemente, están opacados por la fama –merecida sin duda- y la magnificencia del Palacio del Louvre. Aquí les presento uno, cuya particularidad es tener parte de su colección al aire libre, en un jardín.
En su próxima visita, no dejen de ir: se trata del Museo Rodin, donde las estatuas del célebre escultor francés están expuestas en el interior de un hermoso palacio –el Hôtel Biron- y también en los jardines que lo rodean.
Se trata además de un museo de dimensiones “humanas”; puede ser visitado en una mañana, a diferencia del monumental Louvre que, si se lo quiere ver bien y no limitarse a una pasada frente a la Gioconda, como hacen muchos, requiere de una inversión de varios días.
Este museo fue creado en 1916 por iniciativa del propio artista, Auguste Rodin, quien sintiéndose ya cercano a la muerte, donó buena parte de sus obras al Estado, además de otras colecciones, libros y manuscritos de su propiedad. Él mismo eligió el lugar que sería sede de su museo: un palacete que ocupaba en calidad de inquilino y que había descubierto gracias a los buenos oficios y el buen gusto de su amigo el poeta Rainer María Rilke.
Rodin también donó al Estado su residencia de Meudon (en las afueras de París, hacia el sudeste), llamada Villa des Brillants, que hoy funciona como anexo del museo.
El Museo Rodin, ubicado en el 79 de la calle Varennes, en el 7º distrito, muy cerca de los Inválidos, está en un largo proceso de refacciones, que durará hasta el 2014, pero la mayor parte de la colección puede visitarse de todos modos. Igual, antes de ir, conviene averiguar en qué estado están los trabajos.
El museo fue abierto al público en 1919, dos años después de la muerte de Rodin, y ofrece una reconstrucción de la carrera del artista a través de sus obras. Buena parte de su encanto radica, como dije, en el hecho de que muchas de las estatuas pueden verse en los jardines que rodean la mansión Biron.
Rodin es posiblemente el más célebre escultor francés y algunas de sus obras son verdaderos clásicos: El Beso y El Pensador, por ejemplo.
En su taller se formaban y trabajaban muchos artistas jóvenes. La más conocida fue Camille Claudel con quien Rodin vivió un tormentoso y largo romance –más de una década- que acabó trágicamente cuando la familia de ella decidió internarla en un manicomio. Hasta hoy sigue la polémica sobre si algunas obras de Rodin no son en realidad de Claudel, debido a que ambos trabajaban juntos.
En Argentina, tenemos una edición de una de las estatuas más emblemáticas de Rodin, El Pensador, de la cual existe una veintena en todo el mundo. Pero la nuestra es única en su tipo en Sudamérica. Lamentablemente, no la hemos cuidado, pese a que se trata de la edición nº 3 de esta creación, hecha además en vida del artista.
En septiembre de 2011, la estatua, ubicada en la Plaza de los dos Congresos, apareció pintada de rojo.
Según una ley del año 2008, El Pensador de Rodin debía ser emplazado en lo alto de las escalinatas del Congreso, ubicación prevista en el momento de su adquisición, en 1907. Más de un siglo después, sigue en la plaza, a varios metros del Congreso y desprotegida, ya que los legisladores no han logrado aún aprobar su traslado al sitio originalmente previsto. La solución encontrada a comienzos de este año fue colocarle un blindex, similar al que rodea la fuente de las Nereidas, de Lola Mora, en la Costanera Sur.
El Pensador de Rodin, fue realizada en 1880 como parte del grupo escultórico “Las puertas del infierno”. En 1906, con los mismos moldes, Rodin hizo tres “pensadores” más, con su firma. Eduardo Schiaffino, entonces director del Museo Nacional de Bellas Artes, encargó a París una de ellas para colocarla en las escalinatas del Congreso. La escultura llegó a nuestro país en 1907.
Otro de aquellos pensadores está en el Museo Rodin, en los jardines, y un tercero en un museo dedicado al artista en Filadelfia (Pensilvania, Estados Unidos).
Volviendo a París, el Rodin es una recorrida a la que vale la pena dedicar unas horas, eligiendo un día de sol -esto no es muy fácil en París, ya sé, pero no hay que desesperar. Si se tiene suerte, se podrá hacer un paseo inolvidable, que combina arte y naturaleza en un rincón de la ciudad lleno de encanto.