Nuestra sociedad va acostumbrándose a que todos los grandes temas nacionales se conviertan en simples temas de conversación, como si el “chusmerío” fuese política de estado.
Estas semanas les tocó el turno al narcotráfico y a la reforma de los Códigos Civil y Comercial. Hemos visto cómo la dirigencia nacional en pleno se despachó sobre estos temas con comentarios de buena crianza y muy poco más.
Así “licuamos” la sustancia de los problemas, banalizamos su trascendencia, canalizamos las energías en debates superficiales hasta que finalmente, en diez días como máximo, el gran tema nacional desaparece del interés público sin haber dejado tras de sí más que “propuestas” de solución.
Y el problema no es que los grandes temas desaparezcan de los medios, sino que al desaparecer de los medios también desaparecen del interés de la clase política “encuestista” como si algunos de nuestros dirigentes fueran “movileros” y no pensadores políticos.
Con Francisco ocurre todo lo contrario.
Como “perro e’sulky”, S.S. se aferra a los temas y los sigue hasta el final. No por capricho, sino porque entiende que esos temas son solamente expresiones o síntomas de un problema más profundo, universal y perenne: la miseria que a veces campea en la condición humana.
Cuando habla de narcotráfico, condena lo mismo que cuando habla de la trata de personas. Si se refiere a la cultura que ha endiosado al dinero, pone el acento sobre lo mismo que cuando lamenta las muertes en Lampedusa. Al criticar a la Iglesia clerical y cerrada, lo hace del mismo modo en el que señala el flagelo del individualismo y el desinterés.
Otro tanto hace con las soluciones que propone y al analizar el conflicto en Medio Oriente pone de manifiesto las mismas necesidades que cuando nos conversa sobre los enfermos: fraternidad y solidaridad.
Tal vez en esa persistencia quirúrgica del Papa Francisco para encarar los “temas” radique su mayor peligro.
Porque digámoslo: Francisco no es gratis.
La personalidad de S.S. ya de por si es capaz de irritar a muchos intereses, pero lo que molesta más a los intereses del lucro, es la exactitud en la denuncia y la persistencia en la prédica.
Vimos que apenas se anunció que el Cardenal Bergoglio sería Papa, varios sectores de poder nacional reaccionaron atacándolo. Después supimos de las resistencias que S.S. enfrenta dentro de la Iglesia. Esta semana nos enteramos de que las mafias lo miran. Quizá en esta enumeración podamos incluir los disturbios producidos en la Catedral Metropolitana por un grupo de lefebvristas en rechazo del diálogo interreligioso, justamente uno de los pilares de la obra que Bergoglio le heredó a Francisco.
Ser Francisco, evidentemente, no es gratis.
Las reacciones no podían dejar de aparecer en cuanto las acciones del Papa empezaran a tener eco institucional. Bastó que la Iglesia argentina emitiera un documento muy crudo sobre el narcotráfico en nuestro país, para que a la semana se empiece a hablar sobre la preocupación mafiosa…
Pensemos que cuando Francisco ataca un problema lo hace siempre desde el fondo y la periferia. Desde atrás y desde abajo. Por eso cuando equipara la corrupción con el consumo de drogas, lo hace inmediatamente después de haber difundido una encuesta mundial sobre la familia.
Francisco llama a defender a la familia hablando desde una favela, sinónimo de narco. Entre sus palabras y sus gestos, todo queda dicho.
Debemos estar atentos porque si para el Papa, principal líder mundial, el problema del narco estriba en el deterioro de la familia como institución, mientras que en nuestro país se discute una reforma a los códigos Civil y Comercial, queda planteada la médula de la batalla que se va a generar.
Estamos demasiado cómodos con nuestras epopeyas de “entrecasa”. Nos han enseñado que combatir a los poderes es mudar la concentración económica de un grupo al otro.
Hasta ahora, no hemos sido capaces como sociedad de darnos a nosotros mismos un dirigente como el que le regalamos al mundo. Hoy que en el mundo se conmueven estructuras de enorme poder por S.S., confío en que sepamos acompañar desde su tierra la batalla que Francisco da desde Roma.