Francisco acaba de dejarnos por escrito el carácter humanitariamente revolucionario de su pontificado en Evangelii Gaudium, que sintetiza su pensamiento cristiano y político: veraz, social, disconforme, inquieto, ruidoso y solidario.
En su primera exhortación, nos deja claro cuál es el adversario que ha elegido y señalado: el espíritu mundano o “la coyuntura”, en su paralelo político.
Con el lenguaje sencillo y por momentos llano que lo caracteriza, Evangelii Gaudium alumbra francamente los problemas de la Humanidad, con una crudeza que era necesaria y con una solución imprescindible.
Lleva luz a los rincones insospechados de la hipocresía política y económica y no deja lugar dónde esconderse. Descubre y apunta las mañas aparentemente simplonas de la mundanidad para elevarlas al cargo de culpables.
El capitalismo insensible. El apego a los bienes materiales. La figuración social. Las comodidades. El clericalismo.
Todo lo aparentemente establecido como “normal” queda enjuiciado a la luz del texto vaticano. Nada está dado como normal e inamovible, ninguna ley de mercado es razón o excusa para la indiferencia ante el dolor del hermano.
La hipocresía es la estrategia de la ambición y eso se denuncia, finamente, en Evangelii Gaudium:
“También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden” (Capítulo Cuarto).
La enseñanza política que ha dejado escrita S.S. es de orden moral, como no podía ser de otro modo: cuántas veces la dirigencia política se hace la distraída frente a los problemas y, como el tero, levanta sus tribunas bien lejos de las miserias, y por el simple hecho de pegar tres gritos se cree con el derecho de ser “un poquito mundanos” y disfrutar de los beneficios que critica.
Muchas veces Francisco ha mencionado la tibieza de los corazones creyentes y en esta exhortación dedica las primeras líneas a su Iglesia, esa que le duele. Ahora le toca el turno a la política y a la economía, que cierran un ojo y se encojen de hombros, lamentándose de las “inevitables” injusticas producidas por leyes y sistemas que ellas mismas han creado.
Evangelii Gaudium no deja lugar en las sombras: ya no vale ampararse en el progresismo o en la reacción si esa es la coartada del poder por el poder mismo.
Evangelii Gaudium definitivamente no deja lugar a dudas: el liderazgo mundial hoy tiene su sede en Roma.
Francisco vuelve a enseñarnos la Gran Política con una doctrina traducida del argentino porque en Evangelii Gaudium se adivina el Gran Pensamiento Nacional llevado al mundo.
Queda más que claro también que las ideas de Francisco son las de un cristianismo nacido y criado en La Argentina, acrisolado por sus corrientes de pensamiento nacional. Las ideas de San Martín, de Yrigoyen y de Perón, con un toque de Scalabrini Ortiz, aparecen como un color de fondo.
Una doctrina “en criollo” de la que hoy hablan los principales centros de poder mundiales pero nosotros no…
Mientras Francisco profetiza en otras tierras, el cinismo criollo reza “roban pero hacen” y con esa sentencia nos damos permiso para un poquito de mundanidad.
La pregunta es cuánto más permitiremos que se nos robe como Nación y como comunidad, mientras se nos pague con el lujo mundano de la individualidad:
“Lamentablemente, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos” (Capítulo Cuarto).
Justifico esa pregunta porque el debate sobre la reforma y unificación de los Códigos Civil y Comercial parece ser el espejo “demi-mondaine” con que la dirigencia nacional le contesta a Evangelii Gaudium. Al “modelo papal” de sociedad humana en hermandad solidaria, se le antepone aquí un criterio individual y oportunista.
Por poner solo un ejemplo: Francisco hace un llamado de atención a “la crisis del compromiso comunitario” (Capítulo Segundo) y nosotros evaluamos eliminar la responsabilidad estatal para resguardar la estructura del Estado.
Nos hacemos los distraídos y mientras Francisco se pone el mundo al hombro, en su tierra nos tapamos de mundanidad, y no es lo mismo.
Todo vale, parece, con tal de poder seguir siendo un poquito mundanos aunque sea.