A esta altura del pontificado de Francisco ya podemos hablar de una “política papal”.
Para intentar aprehender esta Gran Política del Papa, creo que es necesario no repetir con S.S. el error que solemos cometer con todos nuestros líderes: salgamos un momento del rótulo y de la anécdota.
¿Modifica en algo nuestra realidad quedarnos con la idea de “el papa argentino”? ¿Entenderemos algo de lo que Francisco quiere decirnos si nos dejamos deslumbrar por “el papa peronista”?
Podemos elegir contarnos una y otra vez el cuento de Francisco Papa o escribir la historia de la Nación que le dio origen a su política.
Creo que es necesario ir un poco más allá para acercarnos a lo que necesitamos.
El papa “argento”
Si, Francisco es completamente argentino. Es un criollo y no intenta disimularlo, tal vez porque comprende que ser “neutro” es la mejor forma de no ser. Tanto es así que hasta en Evangelii Gaudium, un texto para 2.000.000.000 de fieles, se cuelan los acentos porteños del Papa. Y él los deja colar.
Pero, ¿qué nos dice a nosotros, sus compatriotas, que Francisco sea tan nacional?
Lo argentino de S.S. no se consume en la miseria que hemos llegado a creer de nosotros mismos, no. Tampoco es la exaltación de lo “argento”, ese infame sinónimo de “trucho” y “avivado”. No es ese cínico permiso que nos acostumbramos a darnos, disfrazando nuestros defectos como idiosincrasia para evitar el esfuerzo de nuestras virtudes.
No sé quién nos enseñó que ser argentino es equivalente de indolente, de apócrifo, de egoísta y de soberbio. Lo que si sé es que lo aprendimos demasiado bien y lo practicamos tanto que se nos ha hecho carne.
Desde donde yo lo veo, deberíamos dejar de hablar de “el papa argentino” y empezar a pensar que el Papa ES argentino. Que eso que Francisco es y que deslumbra al mundo, es la esencia de lo bueno que podemos ser o el monumento a la argentinidad en todo lo que hemos tenido de humildad y de grandeza, de orgullo y de generosidad, de dramática torpeza pero de perseverancia y astucia.
Insistir en la idea de un “papa argento” es un intento de sellar la mediocridad a la que nos creemos condenados.
El papa peronista
La formación política de Francisco es pública, notoria y documentada.
Pero, ¿qué debería significar para nosotros ser la sociedad que le regaló al mundo un líder del tamaño de Francisco?
Evangelii Gaudium está atravesada por una raíz doctrinaria nacional que, me disculparán mis amigos peronistas, no se limita a la década del 40, sino que expresa una vez más la originalidad de nuestro pueblo referida a política nacional e internacional.
Si creyéramos que Francisco se agota en el peronismo (o que el peronismo se agota en sí mismo, en autoreferencias), nos perderíamos otra vez la posibilidad de salir del caudillismo faccioso que tanto daño le ha hecho a las corrientes políticas auténticamente nacionales y, en consecuencia, al desarrollo del pueblo argentino.
Francisco habla (perdón por la obscena obviedad) desde su fe católica. Pero esa fe siempre ilumina las ideas y las doctrinas que el Papa se ha llevado hacia Roma desde La Argentina.
Ideas de justicia social, de comunidad solidaria, de dignidad humana, de desarrollo, de cooperación internacional, de orgullo e independencia para comprender y respetar el orgullo y la independencia del otro. Todas ellas son ideas profundamente argentinas, nacidas en doctrinas y acciones que se han repetido a lo largo de nuestra historia, con mayor o menor éxito, en diferentes hombres, políticos o no.
Quedarnos en “el papa peronista” sería poner un punto final en lugar de tomarlo como un punto de partida para recuperar la fe en nosotros mismos que, repito, hemos sido capaces otra vez de enviar al mundo un argentino sobresaliente.
El “papa nacional”
Le hago una gambeta a la herejía en la que puedo caer con un pasito más, y digo: lo que deberíamos rescatar de Francisco, si es que decidimos aceptar el desafío de volver a recuperar los valores para nuestra vida en comunidad, es que si Francisco es posible porque es argentino, entonces nuestra Nación es posible también, otra vez.
Había una vez un pueblo con tamaña confianza en sus fuerzas y con tanta fe en la dignidad del hombre, que pudo pararse frente a los poderes del mundo y arrancarle a las montañas la libertad de otros pueblos.
Había una vez un pueblo que por tanto hambre de justicia, le puso el pecho a los vencedores de La Gran Guerra diciendo que la justicia es para todos o no es justicia.
Había una vez un pueblo con tanto coraje y tanta humildad, que le susurró al mundo una posición política cuyo mayor anhelo fue la felicidad del pueblo.
De ese pueblo salió Francisco. No del pueblo que nos hicieron creer que somos, porque cuando somos mejores somos nosotros mismos.