Por: Adriana Lara
#ProyectoPibeLector es un blog de ficción.Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Entrega N° 48
Una noche en la 11
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Capítulo 4.
Roberto resultó ser muy, pero muy, pero muy simpático. Todos los pensamientos desoladores sobre la sanción, el acta, su abuela llegando a la casa vacía, la noche, la soledad, la sed y la espalda se desvanecieron en segundos gracias a la locuacidad del nuevo amigo, a su risa estridente que no hacía eco pero se desparramaba por los pasillos desiertos de la 11 como Pancha por su casa, a sus anécdotas. Porque Roberto parecía una fuente inagotable de relatos; sabía la historia de la escuela desde sus inicios, los secretos de miles de alumnos, de profesores, de maestros, de directivos. Historias picantes, escabrosas, guardadas por generaciones. Larry estaba fascinado, escuchando y escuchando.
_ ¿El caño? Tengo que golpearlo sí o sí. Me hiciste acordar. Si paro determinado lapso de tiempo me pueden sancionar más y no estoy ni ahí…
Larry lamentó haber preguntado. El chico se había parado como por un resorte, pálido y sombrío, y se había puesto a hacer clanc clanc otra vez con todas sus fuerzas.
Tuvo que gritar para continuar la conversación:
_ ¿El qué? ¿Qué sanción con el caño? Y además no me acuerdo de haber visto ese caño de día…
Roberto contestó sin dejar de golpear. Era una historia corta y simple: Una tarde, cuando él estaba en 8vo, en la época en que existía 8vo, durante uno de los recreos había arrancado el caño de gas que estaba en la escalera. Y lindo lío. Había empezado a salir gas, obviamente, la escuela se había llenado de gritos de alarma, un olor espantoso que subía y se metía y se te metía, gente corriendo desesperada hacia el parque de enfrente, tironeos de mangas, chicos que se caían y se golpeaban, miedo, miedo, uy, qué hice. Fue cuando tuvo el accidente de la cadera el gordito Pereyra, que quedó usando bastón de por vida. Él no había pensado que iba a salir gas. Y no era ningún tonto, tenía un 8 en Matemáticas y en Inglés estaba casi aprobado ese año. Pero bueno, hubo que evacuar la escuela y había intoxicados que fueron llevados al Hospital de Niños. Él también estuvo ahí unos días. Pero no se pudo hacer nada. Así que ahora le tocaba golpear el caño todo el tiempo hasta que el director avisara.
_ Es directora. Se llama Norma.
_ No, ya sé, no ésa. El de verdad, el director.
Larry estaba en una edad en la que las preguntas estaban de más. Roberto usaba algunas palabras que no entendía, pero lo de romper un caño no le parecía nada escandaloso a un adolescente que esa misma tarde había arrancado un lavatorio de cuajo y roto una puerta a las patadas.
_ ¿Y por qué nunca vi el caño?
Roberto sonrió misteriosamente.
_ Aunque no lo veamos, el caño está. Tonto, lo embutieron en la pared después de que me mandé ese mocazo. Era un peligro.
_ ¿Y no podés parar de hacer eso, que me estás haciendo gritar, me estás dejando sordo y me estoy aburriendo?
Roberto meditó unos instantes.
_ Bueno, pero por vos nada más. Te voy a presentar al Michi. Te va a hacer un tour, seguramente, porque le encantan los de tu 2do. Él fue el que te salvó el año pasado cuando se cayó el ventilador de techo derechito sobre tu cabeza…
Larry lo miró asombrado. El año anterior, durante la hora de Geografía, el ventilador de techo se había desprendido y había caído sobre su mesa haciendo tal ruido que los profesores de los otros salones habían corrido para ver qué pasaba. La de Geografía había tenido una crisis nerviosa; hubo que llamar la ambulancia y eso había estado muy bueno, ver a la vieja toda blanca y con las medibachas al aire, pataleando en el suelo. Acordarse de eso y tentarse de risa fue una sola cosa. Estuvo ahí riéndose hasta que le dolió la cara.
_ No puedo más, Roberto, pará de hacerme reír. No me salvó ningún Michi ese día, si el ventilador me pasó raspando, pero no me hice nada…
Larry se detuvo en la mitad de la frase. Ya no tuvo ganas de reírse. Los clanc clanc habían cesado mientras él carcajeaba como un desenfrenado, al igual que Roberto y el caño. Pasó la mano por el borde de la escalera, de los dos lados. Nada, no había ni señales de agujero, de revoque, de caño, de Roberto. En eso estaba, meditabundo, cuando oyó un chistido que venía desde adentro de la pecera. Pero antes de que pudiera ni siquiera asustarse, apareció en la puerta (tijera en mano en lugar de picaporte, naturalmente), un chico altísimo, flaquísimo y blanquísimo que dijo sonriendo: “Hola, soy Michi, vos debés ser el amigo nuevo de Roberto. Él se tuvo que ir porque lo llamó el director, pero vení, dale, que yo soy buena compañía también. ¿Damos una vuelta por la escuela?”.
_ Y sí, dale, vamos…, murmuró Larry, mientras pensó: “no me queda otra”.
Continuará…
Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la próxima parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector
Imagen: Adriana Lara.
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