¿Por qué siguen funcionando los realitys de canto?

#RespiroTV

No todos los años, pero casi todos, la TV alberga un reality show que busca a la futura estrella del canto nacional. De las “páginas amarillas” surge el triunfo de Claudio Basso en la primera vuelta de “Operación Triunfo”,  el ganador de “Generación Pop”  y la consolidación de “Marilyn” en “Escalera a la fama”. Casi ninguno pudo mantener el éxito registrado en el reality que lo consagró. No obstante, dichos antecedentes no amedrentan a los aspirantes que, ante cada nuevo lanzamiento, están al pie del cañón.

La regla indicaría que lo sucedido tiempo atrás podría llegar a signar las convocatorias de los nuevos programas televisivos, cuyos lemas son convertir a cantantes amateurs en estrellas profesionales. Pero nada más lejano. Las consecuencias anteriores no inhiben las causas renovadas que llevan a tantos adolescentes y adultos a presentarse a los casting masivos que, sólo este año, se hicieron para “Cantando 2012″, “La Voz Arentina” y “OT, La Banda”.

Los datos hablan e indican que, salvo “Súper M”, aquel reality que tuvo dos ediciones y sacó a la luz una gran cantera de modelos que aún hoy continúan en el centro de la escena, el resto (hubo de candidatos políticos, de estrellas de fútbol, de actores y demás) no alcanzó un puerto más lejano.

Las excepción es “Popstars”, reality del que surgieron “Bandana” y “Mambrú”, dos bandas que llenaron teatros y estadios y que luego de algunos años se disolvieron por la mayoritaria disconformidad de sus integrantes respecto a las condiciones de contratación.

Del resto, se sabe poco y nada. Los mismos que un día llegaron a una final después de duras pruebas, ensayos y exposiciones en vivo, que ganaron con el aval de la gente, que lloraron y agradecieron, recibieron premios económicos y contratos discográficos, presentaron temas propios ante audiencias de más de 30 puntos, se corrieron de la tele y pasaron al anonimato, por lo menos mediático.

Sin embargo, los productores reinciden en el lanzamiento de estos ciclos, el público los compra y los protagonistas vuelven a apostar. Con esperanzas, ambiciones y mochilas concurren a las audiciones, pasan cada etapa y sueñan con ganar; seguramente saben que el éxito es efímero, pero desean probarlo, un instante, al menos un bocado, una pizca.

El de canto es el que más se elige y suena lógico. El artista musical convoca más en este país que un bailarín, o un futbolista o un actor. Además, el show que se monta alrededor de sus presentaciones, más los repertorios que se eligen son piezas claves para llamar la atención del público y convencerlo de quedarse.

Mas, aquel seguidor que eligió a su preferido, se fanatizó con el ciclo y llegó hasta votarlo en una final, en el mismo momento en que se le pone llave al programa, cierra el libro y “a otra cosa mariposa”.

El código está claro y sin “notas al pié”. Todos sabemos que el ganador no será “la voz argentina” por mucho tiempo, que “la banda” se formará y luego se desintegrará y que el “soñador” del famoso, terminado el ciclo, volverá a su condición de soñador.

Pero mientras dura el baile, todos bailamos o, mejor dicho,  cantamos. Cómplices el público, los productores y los protagonistas comparten estas mentiras piadosas de algunos meses y cuando se cierra el telón, se cierra para todos.

¿Por qué siguen funcionando los realitys de canto? fue la pregunta que motivó estos renglones. Las respuestas son varias. Me quedo con una: todos amamos el cuento de la “Cenicienta”. Los relatores lo cuentan porque saben que los que ven y escuchan, disfrutan. Los protagonistas adoran vivir esa historia, aunque sea un momento.  Las “tres patas de la mentira” saben que, cuando suenan las doce, la carroza se convierte en calabaza y se rompe el hechizo, y que, como todo cuento, tiene un comienzo y un fin.

Pero como todos lo saben, no hay engaño de por medio. Y aunque sea un cuento corto, todos coinciden en que vale la pena vivirlo.