Por: Gastón Calvo
Tras conocerse la triste noticia del fallecimiento de Gustavo, en este espacio nos hemos remitido a hacer sólo una breve mención porque pensábamos que no era momento para otra cosa. No es que ahora estemos seguros de sentir lo contrario -sólo han pasado unos días de la desaparición física del ídolo-, pero creemos que es oportuno expresar algunos sentimientos que nos invaden desde hace varios días.
Estoy convencido de que el 4 de septiembre de 2014 va a quedar en la historia como el día en que murió un gran artista pero también como el día en que nació una gran leyenda. Esa fue una de las primeras cosas que se me pasaron por la cabeza cuando llegaba triste a mi casa tras haber estado hasta muy tarde en la Legislatura Porteña.
Eso mismo lo reafirmé al otro día cuando me encontraba en el cementerio de Chacarita despidiéndolo junto a muchísimas personas, las cuales obviamente no conocía. Pero todos teníamos algo en común: llorábamos y nos lamentábamos por su partida.
Es muy difícil expresar en palabras lo que uno siente cuando muere alguien a quien admira y aprecia. El sólo hecho de saber que físicamente no está más y que no podremos volver a verlo arriba de un escenario es un puñal que se clava en nuestro pecho. Sin embargo, creo que el legado está y persistirá en el tiempo.
Gustavo Cerati cambió para siempre la historia del rock en español: no sólo produjo un quiebre en nuestra música, sino que también lo hizo en todo el continente. Nunca antes -ni después de Cerati- alguien recorrió tantos lugares y llenó tantos estadios en toda América. Él lo hizo y lo llevó adelante con una personalidad y un carisma que muy pocos tienen.
“La voz más bella del continente” se metió en los oídos de miles de personas de distintas generaciones. Sus frases inolvidables quedarán por siempre retumbando en nuestras cabezas y el legado sin dudas se extenderá. El maestro nos enseñó que “poder decir adiós es crecer” y, aunque cueste, habrá que aplicar su consejo…
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