A lo largo de mi carrera, siempre me ha sorprendido lo que los líderes son capaces de hacer por sus organizaciones. Muchos fundadores y CEOs pasarían eternas noches en la oficina, tolerarían largos y agotadores viajes de negocios, y hasta sacrificarían su propio dinero, todo para aumentar las probabilidades, aunque sea un poco, de que sus compañías tengan éxito. Lamentablemente, estos esfuerzos suelen acarrear consecuencias familiares y problemas de salud –mental y corporal–.
Pero lo que me sorprende aún más que lo que los líderes harían por sus empresas, es lo que rara vez harían: soportar el malestar emocional en el trabajo.
Aunque esto pueda sonar inofensivo y obvio, no hay nada insignificante en ello. De hecho, esta determinación para evitar la disconformidad emocional es el fenómeno más costoso y sorprendente que he presenciado en toda mi carrera. Y visto en su propio contexto, es bastante ridículo. Déjame explicarlo utilizando una analogía.