Entre las consecuencias ocultas del “aborto libre” se encuentra una radical y nueva forma de discriminación: la sistemática eliminación prenatal de personas con discapacidad.
En efecto, la disponibilidad de estudios genéticos prenatales cada vez más tempranos, precisos y amplios junto con el aborto libre, permite que algunos decidan poner fin a la vida del niño en razón de alguna discapacidad. Muchas veces es un hijo buscado y el estudio se convierte en un “control de calidad” que termina descartando al que no resultó “apto”, “sano” o “normal”.
Pero dado que esos estudios se expanden y están cada día más a mano, tal posibilidad se termina convirtiendo “casi” en una obligación por la notable presión que reciben los médicos y los padres. La presión sobre el médico, incluso, es un menosprecio por la objeción de conciencia.
Según estadísticas internacionales, en los países donde el aborto es libre o bien donde se permite el aborto por “malformaciones”, los niños con discapacidades detectables prenatalmente son abortados en casi el 90% de los casos detectados.
La cultura del descarte no es “inevitable”. Este horizonte de exclusión no puede ser ignorado al momento de considerar las consecuencias del aborto libre propugnado por algunos sectores de nuestra sociedad y que significaría un grave retroceso en la conformación de una sociedad inclusiva para todo ser humano.