Solucionadores de petit problemas

Siempre estoy pidiendo consejos, hoy me toca a mí dar algunos tips. En realidad el objetivo de este post es contarles qué inventos me salvaron en estos dos últimos años solucionando “problemones” que surgieron en mi rol de mamá y que ustedes cuenten si tienen algún “solucionador” para aportar a mi lista.

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Los celos son traviesos

Hace un par de meses escribí por estos pagos un post sobre lo espectacular de ser mamá de mellizos. Hablaba de lo gratificante de tener cuatro ojos te miren con admiración, dos sonrisas que te despierten cada mañana, cuatro brazos que te envuelvan…

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Hay que pasar el invierno

Amo el invierno. Bah, lo amaba. Hasta que fui mamá. Es que, cuando empezaba a disfrutar del primer frío,  llegaron los mocos y la tos, el catarro y la fiebre. Y arrancó una catarata de virus y bacterias imposible de parar.

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Penitencia: cómo, cuándo y por qué

Y sí, las cosas como son: este blog tiene poco de consejo y mucho de S.O.S. Al menos espero que sirva para que se sientan acompañadas, ¡no estamos solas, a muchas les pasa lo mismo que a nosotras!

Como mamá primeriza (por ende, exagerada y fatalista), estoy necesitando algún ayudín en este vertiginoso camino de la maternidad. Hoy quiero tratar un tema al que últimamente le doy vueltas y vueltas: la penitencia.  Como bien señala el título, la cuestión es cómo, cuándo y por qué hay que recurrir a ella.

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Convivir con la culpa: ¿se puede?

Ya sé, hablamos del tema varias veces, pero necesito volver a hacerlo. Otra vez sopa, otra vez la culpa que toca mi puerta. Cuando pensé que ya había usado y abusado de mi persona, reapareció en estos días. Como les conté en el último post, los chicos están yendo al jardín. Pasé airosa el período de adaptación, por ende,  soy una mujer LIBRE (con todas las letras y con mayúscula) durante tres horas: de nueve a doce del mediodía.

¡Guau! 180 minutos dedicados únicamente a mi, sin escuchar llantos, sin retos ni canciones de ronda. 180 minutos en los que puedo escribir una nota, ir a la peluquería, tomar un café con amigas, hablar por teléfono concentrada o hacer las compras tranquila y en paz al ritmo de música “de grandes”.

Pensé que el tiempo de los chicos en el jardín sería una verdadera gloria pero no, no y no. Nada es color de rosa, nada es lo que parece (al menos en mi caso). ¿Por qué? La maldita culpa, otra vez, entre los míos y yo.

Dejar los chicos en el jardín, a veces llorando al grito de mamá, me estruja el alma. Por más que me digan que se les pasa, que al ratito se olvidan y que la pasan bárbaro, ¡cómo me cuesta darme la vuelta e irme como si nada!

Ni hablar del momento en el que bajo la escalera para patear la calle, libre de mochilas,de  autos y muñecos, y emprendo el regreso a casa con el coche vacío. ¡Uf! La culpa punza y duele, me habla, me reta. Me dice que son demasiado chicos para ir al jardín, que van a estar “escolarizados” toda la vida, que todavía tienen edad de estar en casa.

La culpa me susurra al oído con su voz de bruja que los chicos me extrañan, que quieren con su mamá y no con una maestra, que quieren ser únicos y no del montón, que quieren su (casi) exclusividad.

En fin, quiero suponer que andando el carro se acomodan los melones y que esto será sólo cuestión de tiempo. Añoro el momento en el que ellos entren felices al jardín y yo pueda despedirlos y mirarlos desde la puerta con  una sonrisa de oreja a oreja y una enorme lista de cosas por hacer sin indicios de culpa. ¿Llegará ese día?

Espero no ser la única con la culpa atragantada. ¿Cómo lo llevan ustedes? ¿Cómo se liberaron de la culpa?

Bienvenidas!!!

Antes que nada, me presento. Me llamo Constanza Crotto y soy muchísimas cosas  pero, por sobre todo, mamá de mellizos de poco más de un año. Dicen que un hijo te cambia la vida. Traten de imaginar el vuelco que dio la mía cuando llegaron dos, ¡y juntos!

Nunca  voy a olvidar la mañana de la primera ecografía. “Acá hay un corazoncito latiendo. ¿Lo ve, señora?”, me dijo el doctor mientras yo moqueaba mirando en la pantalla el puntito de apenas algunos milímetros.

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