Por: Darío Mizrahi
En las últimas décadas pasamos de un modelo de sociedad en el que todo estaba regulado y las personas no tenían mucho espacio para decidir, a uno en el que prima el libre albedrío para planificar la vida.
El problema es que el primer modelo venía acompañado de una fuerte protección social: el Estado, la familia, el barrio y el trabajo aseguraban que a nadie le faltara nada. En cambio, en la actualidad cada uno está solo frente a sus éxitos y fracasos, y corre el riesgo de quedar a la deriva si no tiene la suerte o la capacidad para sobrevivir.“Trabajadores responsables y organizados, consumidores satisfechos, padres de familia, estudiantes disciplinados y ciudadanos conformistas. Ese era un modelo”, explica Miguel Serna, sociólogo de la Universidad de la República, Uruguay, en diálogo con MundoEnCrisis.
“Pero después aparece otro modelo, de sujetos que no se sienten parte de las instituciones, sino que hacen uso de su autonomía y de su libertad. Demandan trabajo digno, que les dé un buen ingreso. Son apasionados por el consumo y buscan consumir cosas distintas todo el tiempo. Son estudiantes que cada vez le piden más cosas a la educación. Y ciudadanos activos, que permanentemente golpean la puerta de la democracia y reclaman más, porque si algo tuvo de bueno el último cuarto del siglo XX fue que extendió la ciudadanía a la gran mayoría de la población”.
¿Qué cambió para que la vida empezara a organizarse de manera tan distinta? Muchas cosas, pero fundamentalmente se produjeron cambios en la economía que afectaron todas las demás relaciones.
Roger and Me, de Michael Moore, es un documental que muestra las drásticas consecuencias que sufre un pueblo luego del cierre de una inmensa planta automotriz que daba trabajo a miles de personas, en un contexto en el que el Estado y los sindicatos ya no ofrecen protección.
“Hay transformaciones en el trabajo que han debilitado la capacidad de integración social por el desarrollo del trabajo flexible. El trabajo ya no es tan firme, y se debilitó su capacidad de protección, que había sido un logro del siglo XX”.
Si antes las personas trabajaban casi toda la vida en la misma empresa o en el mismo rubro, sus salarios estaban protegidos por grandes sindicatos y la educación, la salud y la jubilación eran garantizadas por el Estado, ahora gran parte de eso se terminó.
Los empleados ya no ganan todos igual sin importar lo que trabajen, ni están condenados a hacer siempre lo mismo. Cada uno puede pelear su contrato libremente, y si le va bien, puede llegar a ganar mucho más dinero que en el pasado.
La contrapartida es la incertidumbre. Como todo depende de uno mismo, y el mercado laboral es muy cambiante, nadie puede estar seguro de que la bonanza de hoy durará hasta el mes siguiente.
En el mejor de los casos, esto genera ansiedad, estrés y adicción al trabajo. En el peor de los casos, entre aquellos que no tienen tanta suerte o no poseen las calificaciones que exige un mundo tan competitivo, sólo queda la desesperanza, porque los sindicatos, las asociaciones vecinales y el Estado ya no están ahí para ayudarlos. Y si están, no pueden hacerlo con la misma efectividad que antes, porque son instituciones que quedaron muy debilitadas.
“Se multiplicaron las zonas de vulnerabilidad social y la desigualdad económica es cada vez mayor. Hoy aparecen múltiples espacios de desintegración y descomposición del tejido social. Por ejemplo, en los años ochenta, la pobreza en Chile, Argentina y Uruguay estaba en torno al 5 o el 7 por ciento de la población. Hoy supera el 15 por ciento en las mediciones más optimistas”.
“En Europa se habla de la sociedad de los tercios. Hay dos tercios de la población que están fuertemente insertos en la educación y el trabajo, y otro que está en la periferia no integrada, que no puede usufructuar todos los beneficios de la modernidad. Sus estrategias no son de reclamo, sino de supervivencia. Para ello se apoyan en redes de solidaridad barrial, en la asistencia social, en los vecinos, y muchas veces se encierran en el territorio como un lugar de integración. Ante la crisis del mundo del trabajo, estos sectores tratan de hacerse visibles en el espacio, en el territorio”.
El mundo nos da hoy muchas más oportunidades que en el pasado, pero en un contexto mucho más competitivo. Impera algo bastante parecido a la ley del más fuerte: triunfan los que tuvieron la posibilidad de estudiar, capacitarse y tener muchas armas para competir. Los que no, apenas pueden pelear para sobrevivir, y en algunos casos ni siquiera eso.
Nadie podría rechazar la libertad. Pero si viene sola puede volverse una condena. El mundo sería bastante más vivible si a la libertad se la pudiera acompañar con algo más de organización y de contención social.