“¿Por qué me gusta estar con los jóvenes? Porque ustedes tienen en su corazón una promesa de esperanza. Ustedes son portadores de esperanza. Ustedes, es verdad, viven en el presente, pero ustedes están mirando hacia el futuro, ustedes son artífices del futuro, constructores del futuro”.
Así empezó Francisco el mensaje dirigido a los jóvenes de la diócesis italiana de Piacenza-Bobbio.
Y siguió: “Convertirse en constructores del futuro. Cuando a mí me dicen: “Pero, Padre, qué feos tiempos éstos… ¡Mira, no se puede hacer nada!”. ¿Cómo no se puede hacer nada? Y explico que ¡se puede hacer tanto! Pero cuando un joven me dice: “¡Qué feos tiempos, éstos, Padre, no se pude hacer nada!”, lo mando del psiquiatra, ¡eh! Porque… es verdad, ¡eh! ¡No se entiende! No se entiende a un joven, a un muchacho, a una muchacha que no quieran hacer una cosa grande, apostar por ideales grandes, grandes para el futuro, ¿no? Después harán lo que puedan, ¿no? Pero la apuesta es por las cosas grandes y bellas”.
Francisco, este hombre mayor, este “viejo”, este representante de las cúpulas eclesiásticas se para frente a los jóvenes y pareciera decirles:
“¡Moléstenme! ¡Moléstennos, que para eso están!”.
Lejos de una actitud patriarcal, S.S. parece que se planta en el lugar histórico, como una síntesis de la historia, y toma a los jóvenes de las orejas y los sacude para avivarlos, para avivarles la llama del escándalo, de la esperanza y la rebeldía. El se coloca como el centro y los desafía a que cambien lo que está mal, a que lo ayuden a mejorar. A que lo molesten hoy para superarlo mañana.
Francisco predica a contramano de los tiempos. El ve y sabe que millones de jóvenes están destruidos en su esencia, perdidos en su propia condición y ganados por una moda de comodidad sin destino.
Consciente el Papa de que estos tiempos (ya la palabra moderno es una herejía) son la antesala del futuro, ve por un lado la generación de los Ni-NI encerrados en su nihilismo y por otro, las muchedumbres de chicos y jóvenes condenados al hambre, a la esclavitud de la trata a veces encubierta y a la ferocidad del tráfico de órganos. No se cansa de repetirlo cada vez que puede y la ocasión le cuadra.
Y el Papa reacciona: “Por eso les pidió que no sean holgazanes ni tristes, porque es algo feo en un joven”.
Reacciona para hacerlos reaccionar, para despertar a los apáticos y mostrarles que “la causa” es la lucha solidaria por los otros, por esos otros jóvenes que no tienen ni tiempo ni fuerzas para deprimirse. También reacciona para mostrarles a esos jóvenes cautivos de un mundo desvalorizado, una esperanza.
Otra vez, lo que hace Francisco está totalmente a contramano de lo que vemos en nuestro país.
Aquí hacemos gala de la ausencia de políticas públicas en beneficio de la familia y de la instrucción de los jóvenes. Aquí premiamos la apatía. Aquí se hace publicidad con “la vagancia” y se promueve indiferencia. Aquí hemos confundido las cosas a un extremo peligroso: les dijimos a los jóvenes que la única forma de ser felices es dejándose sobar la individualidad.
Nuestro país ha renunciado a las políticas sociales en nombre de una “legislación individual” que desdice nuestra historia, nuestras costumbres y nuestra manera de ser lo que somos.
Total …ya fue.
Los jóvenes (sea lo que sea que defina con tanta firmeza semejante transitoriedad), han (hemos) sido siempre iguales, menos ahora.
Desde la Grecia antigua, pasando por la India medieval hasta el Japón de hoy, siempre los jóvenes, en mayor o menor medida, se han “rebelado” contra lo establecido (sus padres, digamos).
Eso jamás ha sido un problema (aunque siempre un dolor de cabeza), primero por la propia transitoriedad de tal ebullición idealista y también, porque de esas rebeliones han salido saludablemente conmovidas algunas estructuras que se creían intocables pero que eran perfectibles al fin y al cabo.
La tragedia de hoy (si, tragedia), es que ser “joven” se vende como un valor en sí mismo y que han extendido desde la infancia a la vida adulta como una imposición que termina siendo apenas, una gesticulación inapropiada y vacía. Ridiculizamos la juventud imitando sus modos.
¿Qué valor tiene tu propia condición si todo lo que la define puede ser simulado por los demás?
Con esa palmada en la espalda de los jóvenes, con ese decirles desde lo adulto que “está todo bien”, con esto de haberlos convertido en el mayor grupo de consumidores sin dinero propio, les tendimos la trampa perfecta y los vaciamos de sustancia.
Con el beso de Judas, les dimos las noches y el alcohol a cambio de su rebeldía.
“Y por favor, vayan contracorriente y sean valerosos en esta civilización que nos está haciendo tanto mal con el alcohol y las drogas”.
La “juventud” ha dejado de ser un “regalo” y un “divino tesoro” para ser un “derecho”.
Al joven se le ha dicho que tiene derecho a serlo (algo así como tener derecho a ser pelirrojo, zurdo, bueno en matemática, etc.), que su rebeldía es “bien vista”, y entonces le han escamoteado la responsabilidad de ser joven.
Este permiso (vuelto prescripción), dado en el contexto de adultos que posan de jóvenes, ha venido a lograr el efecto contrario y dramático: los jóvenes se han quedado sin su esencia porque no tienen contra que rebelarse, de tanto ser “cool” esto de ser rebeldes.
En el mundo ha aparecido esta marea de apáticos, lánguidos e inerciales “jóvenes” cuya única rebeldía posible ahora, es renunciar a ser rebeldes porque eso es lo que se espera de ellos.
Les hemos regalado los límites abandonándolos así al desierto de su propia melancolía.
Paréntesis para derrapar.
(Esto es algo así como cuando los hombres decimos ante un embarazo de nuestras mujeres “estamos embarazados”. ¡No, muchachos, no! Las embarazadas son ellas. Nos les estropeemos tan divina exclusividad con una pose uterina ridícula).
“Ir adelante, hacia el futuro y hacer el futuro con la belleza, con la bondad y con la Verdad. Éste es el desafío. Su desafío”.
Nuestro desafío como adultos, como Nación, es devolverles a nuestros jóvenes las paredes contra las cuales golpearse. Es darles un límite para que lo usen como un punto de apoyo para ir a su futuro. Seamos la oportunidad de su rebeldía y dejemos de ser los farsantes que les aplauden los fracasos total…ya fue.