Muchas veces el día a día se nos hace cuesta arriba. ¿Cómo sería pensar la familia como trabajo en equipo? Les propongo 5 puntos para pensarlo juntos.
Balances de fin de año y otras torturas
Llega esta época del año y es casi inevitable empezar a hacer balances. Nos autoflagelamos porque llegó diciembre y “todavía” no logramos tal objetivo. O nos peleamos por definir dónde pasamos las fiestas. O seguimos una agenda de actividades enloquecedora, poniendo a prueba nuestra paciencia de madre y asistiendo a cuanto evento de “despedida de año” exista.
6 series para ilustrar la vida con niños pequeños
La vida con niños pequeños es, sin duda, mucho más caótica y divertida. En este post repaso los nombres de 6 series para describir algunas de las cosas que pueden suceder a diario cuando tenés hijos deambuladores.
Jugar como chicos
En julio estuve en Villa Gesell con mi hijo Octavio. Salimos a pasear por la playa desierta y encontramos unos juegos. Me animé y me subí a jugar con él.
Colecho y controversias
Contra suficientes prejuicios nos enfrentamos las madres a diario. Mitos, verdades a medias, cuentos del tío. Opiniones que nos quitan poder de decisión y autonomía, que nos hacen dudar y sentir culpa. Por alguna razón hay gente muy bien predispuesta a amargarnos la vida. ¿Por qué generará tanto rechazo y controversia el tema de dónde duermen nuestros hijos?
Preocupaciones de madre de bebé
El bebé se despierta mucho. Hace dos semanas no se despertaba tanto. ¿Tendrá hambre? Me dijeron que el problema es que se duerme en la teta. ¿Y si pruebo darle una mamadera? ¿No tendrá sed? No, tiene calor. Ese pijama le molesta, es muy cerrado. Hace falta ventilar la habitación. ¿El aire acondicionado le hará mal? Debe ser que duerme demasiado de día. ¿No serán los mosquitos? ¡O los moquitos! ¿Será mejor si duerme en pañal? ¿O si lo acostamos de costado? ¿Será mal de ojo? ¿Empacho? ¿Gases? ¿Si le hago bicicleta justo justo antes de acostarlo? ¿Y si probamos bañarlo más tarde? ¿Y si duerme con nosotros? ¿Pero y si lo aplastamos? ¿O se cae de la cama? ¿No serán terrores nocturnos? ¿Y si está asustado porque el otro día escuchó al tío Raúl discutiendo con un cliente y ahora tiene pesadillas con monstruos horribles que tienen la misma cara del tío Raúl, eh? ¿¿¿Tendremos que ver a un especialista???
El bebé quiere teta a cada rato. ¿Se estará quedando con hambre? Seguro, mi mamá tampoco tuvo leche. ¿Y si le damos mamadera? ¿Dormirá más? Sí, yo compro leche. ¿Pero cuál? ¿¿¿Qué maldita marca y qué cantidad??? ¿Y si no quiere la mamadera? ¿Cómo vamos a hacer cuando vuelva a trabajar? Mejor llamo al pediatra ya mismo. Aunque son las tres de la mañana. ¿Y si le damos un tecito? ¿Y si le empiezo a dar papillas? ¿Y si le pongo horarios? ¿Tendremos que dejarlo llorar para que no se malacostumbre?
El bebé está molesto. De nuevo todos los chequeos. Hambre, sed, pañal, gases, calor, frío, gases. ¿Será sueño? ¿Fiebre? ¿Y si llora porque en casa hay mala energía? Debo estar nerviosa por algo y se lo transmito al bebé. ¿¿¿Cómo se hace para tranquilizarse con un bebé llorando??? Ommm Ommmm Ommmm. No funciona. ¿Y si está aburrido? Tal vez lo tengo que sacar a pasear más. ¿Será que lo estimulo poco? Es eso. Mañana le compro uno de esos gimnasios carísimos.
Estas y muchísimas otras preocupaciones (hipérbole más, hipérbole menos) se arremolinan en nuestras cabezas cuando estamos en casa con un bebé en brazos. Todas dudamos.
Hay un dicho que reza En la crianza los días son largos pero los años son cortos. Sin embargo lo más difícil de ser madre primeriza para mí no fue ese día a día. Más bien los cientos de “consejos” que intenté reunir humorísticamente en el comienzo de este post. Opiniones, desaciertos, prejuicios.
Lo mejor que podemos hacer es tomar lo que nos sirve y avanzar. Yo no me perdí nada por oír críticas sin fundamentos. Mi hijo fue bebé una sola vez en la vida y, por suerte, lo disfruté como loca.
¿Y ustedes?
¿Qué es la violencia obstétrica?
Apenas me acuerdo del ingreso a la guardia. Sé que me dolía mucho la cabeza, pero tengo tantas lagunas sobre lo que pasó esa tarde que apenas puedo reconstruirla.
La devaluación de las mamis
¿Por qué será que la palabra mamis está tan devaluada? Porque ma es simpático y cotidiano. Mamá todavía es respetable y madre tiene un estatus superior.
Pero cuando alguien dice mamis hay que persignarse y parar la antena. Son las mamis del jardín y las mamis del pediatra. Las mamis de la notita que anuncia, con todo cariño, que los chicos tienen prohibido hacer algo, se portaron de mil demonios o tienen que llevar 500 pesos para materiales.
¿No son acaso esas mamis del reto encubierto o aquellas que un fin de semana están 100% disponibles para hacer un dinosaurio con los restos de un rollo de cocina (#TrueStory)? ¿Las mamis del cuaderno de comunicaciones del jardincito? ¿Las del consejo condescendiente disfrazado de buena voluntad?
Quizá es porque es lunes y una ve la vida con ojos de lunes. Pero vendría siendo hora de que a las mamis nos asciendan de categoría y empecemos a jugar en la A. ¿No les parece?
La maternidad y nuestro cuerpo
Un día me asaltó una pregunta incómoda. ¿Por qué las mujeres odiamos nuestros cuerpos? Bueno, no es más que una generalización. Ojalá sea eso, una generalización y no una regla.
Supongo que me sabrán entender si les digo que pasé la mayor parte de mi vida odiando mi cuerpo. Por lo que sobra, por lo que falta, por los cientos de imperfecciones, por mi piel que no es todo lo publicitaria que debería ser, por mi pelo que se extiende más allá de toda lógica capilar.
Pero un día fui mamá. Y supe que mi cuerpo podía crear, alimentar, contener, acunar, calmar, nutrir, sostener, anidar. Supe que todo eso que siempre me había importado, de alguna manera, ya no importaba. Aunque, claro, tuve que adaptarme a otro cuerpo, uno metamorfoseado que se estiraba y abría, que goteaba, que dolía, que albergaba nuevos miedos, que se volvía a encoger y que ahora tenía otras marcas y otras imperfecciones. Era el mismo y era otro, todo al mismo tiempo. Y era capaz de dar mucho.
No es mi intención hacer en dos líneas un crítica de la sociedad de consumo, la cosificación de la mujer y demás (que muy atinada sería), porque para eso ya hay grandes pensadores que lo escribieron antes que yo. Lo que sí quiero es afirmar que tenemos derecho a mirar nuestros cuerpos desde otro ángulo.
Por alguna razón mi primer post se llamó Para ser madre hay que poner el cuerpo, y quiero decir que está dedicado a todas las mamás, las que gestan con el útero y las que lo hacen con el alma. El cuerpo lo ponemos todas, y es gracias a ese cuerpo que podemos asumir la eterna y enorme responsabilidad de ser madres.
Tal vez algún día podamos ser menos injustas y darnos cuenta de todo lo que somos capaces. Empezar a querernos sin tantas pretensiones. Porque nuestros cuerpos no son un accesorio. Nuestros cuerpos somos nosotras mismas.
#SerMadres y los opinólogos (2)
Presentamos acá la definición de los opinólogos. Hoy les presento a los Comparadores Compulsivos.
Los Comparadores Compulsivos deberían ir a un grupo de apoyo, sin duda, pero no lo hacen. Tienen una lista mental (no necesariamente ajustada a la realidad) de logros varios y habilidades psicomotrices de sus hijos, nietos, sobrinos y niños allegados con el fin de poder establecer la comparación con una rapidez digna de Flash.
Podemos reconocer la comparación antes de que llegue. El tono de voz y la expresión de sus caras se transforma y nos preparamos para el golpe de gracia. “¿Así que Santi no gatea? Pepito a los 7 meses ya se paraba solito” -te dicen con fingida preocupación y sin remordimiento alguno (mientras vos sufrís un ataque de ansiedad porque el tuyo con 8 meses recién ahora se sienta solo).
Son personas muy adeptas a las tablas, los percentiles, los manuales y el “deber ser”. Cualquier desvío de la norma los pone sumamente nerviosos. “¿Es normal?” es su pregunta de cabecera.
¡Y los Comparadores Compulsivos no se toman francos! Son las 9 AM de un lunes como hoy y te abrazás a un café, sentada en tu escritorio. Las ojeras te delatan. “Sí, no dormí nada” le vas diciendo a cada persona que pasa y te mira con lástima. Y como si esa escena no fuera lo suficientemente desgarradora llega la comparación, sin anestesia: “¿Todavía no duerme toda la noche? Ay, Fulanito a los 11 meses ya dormía de corrido, ¿probaste darle una mamadera?”. Porque la comparación suele acompañarse de un consejo que te indica, con toda claridad, que EVIDENTEMENTE ALGO estás haciendo MAL.
He llegado a la conclusión de que las preguntas de rigor nos perseguirán en nuestras vidas de madre para siempre, cual asesino serial de Criminal Minds. Lo intuimos, tratamos de evadirlas, incluso cambiamos de tema disimuladamente (“¡qué calor, che!”) pero nada ni nadie nos salva. “Menganita aprendió a leer a los 5 –PAUSA DRAMÁTICA- el tuyo todavía no lee?”. Y a vos te recorre una ola de ira, angustia existencial y demencia temporaria, todo al mismo tiempo, sin previo aviso. No sabés si dar explicaciones, recitar de memoria eso que leíste por ahí, salir huyendo por la ventana, teletransportarte al planeta Marte o sonreír mientras maldecís en griego antiguo a todos los miembros de su familia.
Mucha atención al TODAVÍA, porque es una de sus palabras preferidas. Casi una sentencia que cae sobre el acusado. LA acusada, en este caso. LA MADRE. Blanco preferido de críticas, opiniones, acusaciones y responsabilidades incumplidas.
Lamentablemente comparar no suele ser de ayuda para nadie. Todos los seres humanos somos distintos y tenemos ritmos diferentes. Además, no tiene caso. El sujeto comparatorio (real o no) siempre será más lindo, inteligente, adelantado, independiente, saludable, educado, celestial y perfecto que nuestros hijos. Sólo nos queda asentir cortésmente, desplegar una media sonrisa y, ahora sí, hablar del clima.