Realmente no entiendo a esos tipos que dicen tener suerte con las mujeres cuando salen con un montón de minas. Para mí, tener suerte con las mujeres es tener suerte con una, con la definitiva, con la cual uno se da cuenta que no necesita seguir buscando más. Por eso, alguna vez pensé que lo mejor sería encontrar a una chica igual a mí. O sea que tuviera mis mismos gustos, que pensase parecido, que escuchase la misma música, que leyera los mismos libros, que viese las mismas películas, en fin, una chica a quien, con una simple mirada, pudiese entender de pies a cabeza sin tener que preocuparme porque dijese o hiciera algo fuera de mis expectativas. Porque recuerdo que pensé… ¿qué mejor que estar con uno mismo pero con otra persona?
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La yunta
Cuando se ponen de novios muchos amigos desaparecen. Para algunos, este proceso se toma a la ligera, como algo común y silvestre que se da en la vida de todos los hombres en algún momento de su existencia. Sin embargo, quienes estamos solos sentimos esas pérdidas profundamente. Estas situaciones siempre me dejan pensando qué voy a hacer yo cuando formalice una relación con una chica. ¿Desapareceré para siempre sometiéndome a la exclusiva compañía de mi pareja? ¿O encontraré el equilibrio, accederé a los permisos necesarios, invertiré mi energía en conservar mi grupo de amigos? La verdad que no lo sé, pero, por lo pronto, de los amigos que se ponen en algo serio con alguien pude observar algunas cosas que me llamaron la atención.
Procesiones
Una de las cosas que más me quita el sueño luego de haber salido por primera vez con una chica es saber qué impresión se llevó de mí luego de la cita. ¿Se habrá sentido cómoda? ¿Habremos logrado alguna conexión al contarnos nuestras historias? ¿Creerá que realmente me interesa conocerla? ¿Le habré gustado? ¿Volveremos a salir? Todas estas preguntas y muchas más me surgen instantáneamente en la cabeza cuando nos despedimos y ahí arranca un maremoto de pensamientos agotadores que repasan cada pequeño detalle, gesto y palabra del encuentro para tratar de identificar aunque sea una mínima señal que me permita saber si el futuro nos encontrará intentando algo juntos o nos abandonará nuevamente a la soledad del desencuentro. Es que a veces los nervios te juegan una mala pasada y te querés matar porque una primera cita tiene el poder de definirlo todo: algo puede nacer o morir para siempre. Por eso, al despedirnos, al mirarla por última vez a los ojos sin saber si los voy a volver a ver alguna vez, en mi cabeza comienzan procesiones.
Encuentros cercanos
Todo empieza con un “sí” de ella, pero sólo vos sabés lo que tuviste que hacer para conseguirlo. Mantener tu confianza y seguridad frente a decenas de machos alfa que se creen los únicos deseados de la manada, resistir la desidia de incontables negativas y “vistos” jamás respondidos, noches de insomnio en guardia esperando encontrar la oportunidad de contactarla, creatividad agotadora al servicio de hacerla reír, soñar, emocionar, amar con no muchas más herramientas que un par de palabras pintorescas sacadas de un diccionario abandonado y una foto de perfil que, según tu quisquilloso criterio estético, cumple todas tus normas ISO 9000. Sin embargo, ella una vez (¡por fin una vez!) te acepta la invitación y vos sonreís pensando que lo lograste. Pero, a los pocos segundos de descorchar, te das cuenta que la verdadera aventura recién comienza.
La energía del amore
Muchos fines de semana recibo llamados de amigos desesperados que, aun estando en pareja, me piden salir conmigo a donde sea. A mí me sorprende un poco, porque son los mismos que, cuando estaban solteros, se quejaban de tener que verme la cara todos los viernes y sábados (los domingos están reservados para la familia, el fútbol y la depresión de las siete de la tarde). Y yo, como siempre estoy disponible, les digo que sí y, al instante, me transformo en su compañero de aventuras. Algunos mantienen su fidelidad a rajatabla, siguiendo el mandamiento tácito que han firmado con sus parejas, pero otros son, digamos… más flexibles. Sin embargo, algo de todos ellos me llama poderosamente la atención: por sus cuerpos circula la inagotable “energía del amore”.
Cruzar el Rubicón
Algunas veces tomamos decisiones irreversibles en nuestras vidas, pero al instante dudamos en ser tan determinantes. Yo creo que es porque lo irreversible parece ser contra natura. ¿Cómo admitir que no exista posibilidad de arrepentimiento? ¿Quién puede ser capaz de no permitirnos una contradicción? Nosotros mismos. Yo, vos, él, ellos, nosotros, somos los jueces más feroces, los únicos capaces de sentenciar una persona al olvido, a morir en vida. Y es en aquel preciso momento en que uno percibe que acaba de tomar un camino que no podrá ser corregido nunca más en donde se pregunta: ¿habré hecho bien?
Solteros en crisis
Llovía. Era un sábado a la noche de esos que sabés que no vas a salir. Cada uno de nosotros se había pedido el plato del delivery que más le gustaba. Por alguna razón, los seres humanos creemos que podemos superar la depresión con kilos de comida. Algo nos dice que mientras más comemos, más rápido se nos va. Entonces, el gordo, con unos palitos de queso en la boca, dijo: “¿Cómo puede ser? Si parecía que esta vez iba todo bien”, y yo, en ese instante, me di cuenta que estaba cayendo en los tres estadios de la superación del fin de una relación. Tres períodos que todos en algún momento pasamos y que son parte de las mecánicas defensivas que uno emplea para tratar de curar rápido la herida que dejó una partida.
Del otro lado
No siempre uno es el rechazado. También hay veces que nos toca dar por terminada una relación y lo difícil es encontrar el momento indicado y las palabras justas para no herir a la otra persona. Hay gente que no tiene consideración sobre este hecho y te pega una patada en el pecho con tapones de cancha de once sin ningún remordimiento, pero la verdad que yo prefiero no lastimar al otro porque muchas veces me tocó ser socio del club de las almas abandonadas y sé lo que se sufre. De vez en cuando me doy cuenta que tengo una platea en la tribuna de las negativas, y trato de ser gentil y caballero con la excomulgada de mi corazón. El problema es que difícilmente alguien quiera escuchar un “no” como respuesta.
Carne trémula
“¿Pero le diste o no le diste?”, me preguntó el gordo en el restaurante. “Es que vos tenés la idea fija, gordo”, le contesté yo que me había pedido un medallón de lomo a la mostaza con papas noisettes. “Todos la tenemos, pa, sólo que algunos subliman escribiendo”, me cacheteó el dogui (derivado de “dogor”) mientras se servía la primera porción de la grande de anchoas que se iba a lastrar hasta el cabito. “Pero si la mina no te cierra me parece que es como que la estás usando”, le dije yo. “¿Pero si ella te da cabida vos qué drama te hacés? Además te sacás las ganas y después ya está, ya fue”. Ya fue, ya fue, ya fue… me quedó rebotando como un eco en el marulo. ¿Así de simple puede verse una relación? ¿Puede separarse la carne del sentimiento? ¿Fue o es? ¿Qué onda el verbo to be? Todo esto me lo pregunté mientras cortaba el pedazo de carne rosada que sangraba y me hacía agua la boca. Y lo miré al gordo que se morfaba el pescadito apestoso ese con la mano antes de entrarle a la masa cocinada a la piedra. Y ahí pensé, ¿preferimos el amor romántico o todo se trata de saciar nuestro instinto carnal de supervivivencia de la especie?
Amistades peligrosas
Yo creo en la amistad entre el hombre y la mujer. Porque para mí, amigas son todas aquellas mujeres que quiero pero de las cuales nunca me llegué a enamorar. Igual, tengo que admitir que a veces la diferencia se me hace un tanto difícil de ver. No es fácil categorizar a las personas que uno conoce en amigos, conocidos, colegas o familiares. Por eso, reconozco que alguna vez esos límites se me volvieron un tanto difusos.