“Los cuentos de tu vida son los que vos decidas”

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“Los cuentos de tu vida son los que vos decidas” porque en realidad la vida termina siendo lo que uno determina y muchas veces esta infancia llena de inocencia nos hace imaginar y crear lo que deseamos y pensamos, no todos los cuentos nos conectan, siempre hay uno o unos favoritos y ellos terminan determinando nuestra vida de adultos!!! A reconectar con la inocencia que siempre tiene sorpresas para darnos!

Termine el mural del Hospital Gutierrrez, en la calle mansilla, un placer dejar colores para alegrar a los niños que van al hospital y al barrio en general. Continuamente los vecinos vienen a agradecerte, a felicitarte y a conversar. Además se comparte tiempo con otros artistas para conocer su obra y enriquecerte.

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El mural es parte del proyecto VENTAN.ARTE organizado por Marta Diaz y Soledad Demaría y el Gobierno de la ciudad de buenos aires. La idea de convertir a la Ciudad en una galería a cielo abierto se está haciendo realidad. En el Hospital Ricardo Gutiérrez, donde los protagonistas son los chicos, se empezaron a pintar más de 70 murales cuyo hilo conductor son los cuentos infantiles y las fábulas y con el objetivo de concientizar sobre la existencia de Enfermedades Poco Frecuentes en el país.

Pasen a ver los murales alrededor del hospital, y a conversar con los artistas que por otras semanas estarán poniendo su magía.

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Colores y Fantasía en el Hospital Gutierrez

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Seguimos poniendo color a la ciudad, esta vez estoy pintando el Hospital de Niños Gutierrez junto a una cantidad de maravillosos artistas, poniendo fantasía, alegría y colores a los niños. Pasen y vean…. Este recién es un comienzo de mi mural en la calle Mansilla.

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RAICES COMPARTIDAS

La cocha

Este es el relato de mi historia, de como hace 8 años que vivo haciendo lo que me gusta, tiene mas capítulos o mas partes y las iré compartiendo. Porque yo hace años que vivo ayudando o hablando o contándole a desconocidos o no tanto que se puede, que se puede ser feliz, que se puede cambiar, y en realidad lo hago porque a mi desconocidos me ayudaron a encontrarme a decidir vivir la vida con mis reglas!!

“RAICES COMPARTIDAS”

 Butterfly in Sidney

Había decidido irme de viaje a Australia sin saber que era solo un detalle para el comienzo de mi verdadero viaje: hacia mi misma. En realidad la decisión de ir a ese destino escondía el sentimiento de corroborar si un hombre con el cual mantenía correspondencia hacia más de tres años, era el hombre de mi vida. El viaje sería por casi dos meses y por una cuestión de economía tome un vuelo que pararía de regreso en Sudáfrica en donde haría un safari. Para eso logre que en mi trabajo me dieran el tiempo requerido para hacer esta travesía en el país del “Down under”. Así descubrí porque ningún trabajo te da más de un mes de vacaciones, volver es más difícil de lo que podía llegar a imaginar. Salí a la aventura un 4 de diciembre con todos los ahorros que tenia y mis 27 años, sabia que estaba buscando respuestas pero no sabia bien de que.

Llego a Sidney, Australia, sin preconceptos, ni ideas establecidas de antemano. El descubrimiento de esta ciudad me cautivo por su modernidad y diversidad de barrios y opciones que te dan la sensación de estar en más de un lugar al mismo tiempo. Mezcla de Inglaterra con Asia y Norteamérica seria la mejor manera de describirla. Ecléctica, cambiante, sus edificios y yuppies del downtown (centro de la ciudad)  contrastan con los surfers y bohemios de Bondi y Newtown. En realidad lo que me imaginaba por supuesto no sucedió, el hombre que pensé que podía ser el hombre de mi vida ni se imaginaba la historia que yo tenia en mi cabeza, lo que me hizo dar cuenta de la necesidad que tenia de decir lo que pensaba, lo que creía y sobretodo lo que sentía. De esta forma me encontré dando vueltas por el país australiano, recorriendo toda la costa Este entre playas y turistas. Disfrutando de paisajes paradisíacos y dándome cuenta que había crecido y que había cosas que ya no me interesaban como antes.

Después de mas de un mes, me fui para Sudáfrica donde me encontré en un safari en el Kruger Park con 16 personas, de las cuales quince eran mujeres y un solo ingles; mas los dos hombres del Tour que nos llevaban. Durante cuatro días compartimos charlas entre paisajes y animales exóticos. Pero lo que mas me sorprendió es que estas quince mujeres que venían de los países mas “desarrollados” del mundo, como Alemania, Estados Unidos, Holanda y Canadá, habían pagado para ayudar a orfanatos de chicos con Sida perdidos en África. Estaban donando su tiempo y su dinero para ayudar a otros. Al escuchar sus historias, me sentí por primera vez egoísta. Yo había ido a Australia a comprobar si un hombre con el cual solo compartía líneas cibernéticas era el hombre de mi vida, me había gastado todo mis ahorros en cruzarme el océano, dando vueltas por las tierras australianas buscando respuestas que no encontraban preguntas y principalmente me había dado cuenta que no podía comunicarme porque estaba mas perdida que cuando había empezado el viaje. La naturaleza te desborda en Sudáfrica. En realidad te hace pensar en la supervivencia y como todos los animales viven respetando sus espacios, existe la convivencia a pesar de la falta de agua, de los cambios climáticos y de la ferocidad o no de sus habitantes. ¿Cómo podría ser que los humanos pensantes no sabemos respetarnos? ¿Tendrían que enseñarnos los animales?

La verdad lo que parecía un dato insignificante, se convirtió en lo mas importante de este viaje. El encuentro en un aeropuerto, me cambio la vida. De regreso de Sudáfrica  el avión paro en Brasil para hacer trasbordo. Cansada de tanto recorrido, con la cuenta del banco en cero, pensando solo en comenzar de nuevo a trabajar y borrar a un hombre más de la lista de posibles príncipes encantados, algo ocurrió que jamás podré olvidar. Salí del avión agotada después de unas cuantas horas de avión, y escucho por primera vez después de casi dos meses hablar en castellano, lo cual mi corazón palpito y me exprese: ¡Que lindo escuchar hablar en mi idioma! Un hombre de pelo largo azabache con ojos profundos se me acerco a conversar. El estaba de conexión rumbo a Buenos Aires, venia de India después de estar seis meses viviendo un sin fin de aventuras que no necesitaba ni contar dado el brillo en sus ojos que me relataban que había encontrado la paz. Era colombiano y había estudiado antropología. Nos sentamos a esperar nuestros respectivos aviones, él saldría en unos minutos cuando se entera que le habían revendido su pasaje lo cual tendría que tomar el próximo avión que saldría en dos horas. Yo estaba tranquila porque sabía que tenía que esperar como cinco horas. Empezamos a conversar. El saco de su mochila un sin fin de telas de colores, sahumerios con fuertes olores que se desparramaron a nuestros alrededor, como si fuera un mercader de oriente me empezó a mostrar esos colores exóticos, y me regalo unos cigarritos hechos con hojas aunque no fumara me dijo que encontraría a quien regalárselos. Me contó un poco de su experiencia y fascinada yo lo escuchaba. En realidad mi historia no era tan maravillosa para relatarla, lo que había ido a buscar no lo encontré y sentía que por mas que había visto lugares maravillosos, los viajes los hace la gente y lo que uno aprende en ese lugar, las lecciones de vida. Dado lo que entendía, mi enseñanza era no volver a salir a buscar a alguien sin hacerle saber que iba a verlo.

En un momento, no se como ni porque, este hombre que hasta hacia una hora desconocía, me empezó a hablar de que me faltaba conectarme con mis raíces. Que tenía que conectarme con la tierra, con los abuelos, con la pachamama, que allí encontraría todas las respuestas. Que tenía que conocer a los abuelos. Que si era realmente artista no podía estar sentada en una oficina desaprovechando mi tiempo, tenía que arriesgarme y hacerme cargo de quien era, para eso tenia que hacer un viaje. ¿Un viaje?- dije. Pensé en mis adentros la idea de irme de nuevo de viaje después de estar casi dos meses dando vueltas arriba y abajo del planeta, mirando los animalitos de la tierra, del agua y los diferentes medios en los que habitan, no entendía que mas me faltaba ver. No tenía plata además para irme de nuevo de travesía, tenia que volver a trabajar. Lo cual este hombre me tiraba por la borda todas las decisiones que maduramente había tomado hacia solo unas horas atrás en el avión.

Antes de subir al avión pensé si conocería a alguien especial en el avión, ya que la mayoría de mis encuentros suceden en medios de transportes, en transito, cuando no estoy buscando nada, solo transcurriendo. Hablábamos de la vida como si nos conociéramos desde siempre mientras a nuestro alrededor todos los argentinos protestaban porque habían sobrevendido los pasajes del vuelo y saldrían dos horas mas tarde y pedían que la aerolínea les pagara el almuerzo; con Carlos estábamos en otra dimensión. Estaba abierto al mundo, unido al universo y conectado con su espíritu y se notaba. Después de tanta protesta y bullicio, los argentinos lograron que le pagaran el almuerzo y Carlos prefirió quedarse charlando conmigo.  De pronto viene uno de TAM y le dice a Carlos que tenia que acompañarlo al VIP de la compañía y que si quería podía ir con él. De esta forma terminamos tomando café, comiendo dulces y charlando de la vida. Me cuenta que viajaba por el mundo, y que en su empresa les regalaba viajes a sus empleados para que cumplan sus sueños. Yo lo escuchaba con los ojos y el corazón abierto. Su personalidad me atraía pero exteriormente no era mi tipo. Me dice que leía las manos y le muestro mi problema en mi mano derecha, que por suerte en Australia se había curado y ahora que volvía a Buenos Aires retornaban las ampollitas de agua. Me dice que los dedos en donde me aparecen son los de la intuición y de mi misión, que hay algo que me molesta, estorba o que me olvido de seguir cuando estoy en Buenos Aires y  que por eso aparecen para recordarme. El cuerpo expresa lo que la mente no dice. No te preocupes, tu trabajo y tu vida darán frutos buenos y que tenía más para contarme pero “alrededor de verde”. Al ver sus manos, no podía creer la cantidad de líneas que se entrelazaban mostrando que era un maestro, que había vivido muchas vidas y que venia a ser mensajero, era la primera vez que veía algo así. Decía que su obra iba a trascender, que iba a escribir libros y que dejaría algo a la humanidad. Llego la hora de que se fuera, su vuelo era exactamente una hora antes del mío, me mira y me pregunta esperando una respuesta: ¿Cuándo vas a estar preparada para viajar a Colombia? Sin ni siquiera pensarlo le dije en mayo. Pero hubiera podido decir primavera o el martes, mi corazón hablo en ese momento. Ya había estado en Colombia con solo 18 años y mi deseo de recorrer el mundo entero hacia que la banderita ya estuviera colocada en ese país, ¿para que volvería? ¿Cómo lo haría?

Me quede escribiendo mails contando mis aventuras en Sudáfrica, era un regalo que estuviera en primera clase, muy mimada, era un buen final para terminar mi viaje. Quiero creer, estoy preparada para escuchar cosas de mi vida. Antes tenia miedo a lo que me dijeran por adelantar mi futuro, pero ahora siento que mi camino ya esta tomado y que por ahí lo que escucho me sirve como herramientas para mi presente, ya que los mensajes llegan a mi sin buscarlos. Personas sin conocerme me dicen cosas de mi vida y de mi futuro y quiero estar abierta.

Color del día

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“A veces las líneas te llevan al encuentro”

Percibir al otro es fundamental para la comunicación y que los encuentros sean enriquecedores y hermosos. El tiempo deja de existir cuando hay encuentro de almas.

Tirar la vaca por el abismo para cambiar

Hoy antes de dar mi exposición para la “Equidad de género y empoderamiento de jóvenes líderes-2020″ organizado por la  Fundación Global a la que fui invitada. Otra expositora se puso a relatar el cuento de “tirar la vaca por la ventana”, y sonreí porque me di cuenta las conexiones que tenemos al conectarnos con las mismas historias, y me acorde de mi libro que espero algún día terminar que se llama RAICES COMPARTIDAS y de este capitulo que cuenta la historia de la vaca: RENUNCIAR

“Lo fuerte en lo profundo, me gusta el azar aunque todo esta escrito. Se viaja adentro mirando afuera, sombras que deambulan sin tocar mi centro, los dioses llegan para coronarme, mis almas, antigua familia comienzan a sonreírme. Otro lado, plantas secas que no han sido regadas, la tradición te dará tus raíces, tu reencuentro con los abuelos. El viaje te mostró que estas sola, porque lo estas, pero también porque estas sin nosotros, los hijos de tu tierra. Comienza otra vida y yo te vi entrar, no saldrás más porque adentro es abierto y no te vas a ir de los abuelos, ellos te protegerán y te sanaran. Tu puerta la abriste tú, bendiciones y regalos divinos. Un alma pura se conecta con la dulzura, vuelve a su futuro”. Me escribió Carlos al otro día de mi llegada ya que regresaba a Bogota en una noche de luna llena. Con estas pocas palabras decidí cambiar.

El primer día que me incorpore al trabajo fui a presentar mi renuncia pero no era tan fácil como pensaba, había procedimientos que tenía que respetar, le tenía que avisar a mi jefa que se encontraba de vacaciones y al menos un mes antes podía presentarla, luego de conversarlo con ella. Ahí empezó el peregrinaje de mi misma, de descubrir que el peor enemigo, es uno mismo. La que tenia miedo de ser artista era yo, no tenia nada que ver con mis padres, el país donde vivía o la globalización exacerbada que requiere trabajos especializados. La que no confiaba era yo misma, la que dudaba y se quedaría con la incertidumbre si no saltaba al vacío también iba a ser yo. “Si yo hubiera”, es una frase que no me la permitía, que no quería tener en mi vida. Continuamente he escuchado a los adultos decirla como si pudieran con esa frase modificar alguna de las decisiones que ya han tomado. En realidad la vida es justamente eso, elecciones. El que no elige no sabe lo que sucede, porque por más que uno quiera imaginarse lo que hubiera pasado es imposible, se vuelven a barajar las cartas y todo puede cambiar. Vivimos en una incertidumbre constante que tratamos de manejar, de hacer predecible.

Durante seis meses, todos los encuentros que tuve confabulaban para que tomara la decisión de renunciar al trabajo que me daba seguridad y empezar un camino totalmente incierto que significaba hacer lo que me gustaba. Una y otra vez se me cruzaban en mi camino personas que habían tomado el riesgo, que habían sido valientes por su sueño, por lo que les gustaba hacer, por los que le hacia feliz y la vida los había recompensado. Ninguno me decía que era fácil, pero cada día se iban a la cama con una sonrisa, finalmente hacían lo que les gustaba. Yo hacia veintisiete años que hacia siempre lo que quería compartiendo el tiempo con lo que supuestamente debía. Había estudiando exactas en la secundaria porque supuestamente era lo que servia cuando por todos mis poros las materias humanísticas brotaban desde mi ser. Había estudiado una carrera universitaria porque me daría el futuro que supuestamente quería. Trabajaba en un lugar hacia varios años porque me daba la seguridad económica que necesitaba. Pero en todo esto mi alma no estaba siendo escuchada. Yo quería crear, vivir de mis mundos de fantasías y poder utilizar mi desbordante imaginación para poder hacer soñar a otros. Pintar el mundo de colores, era una idea que desde pequeña me acompañaba.

Mientras tanto la vida no paraba de ofrecerme regalos para conectarme conmigo misma y escuchar mi corazón. Al siguiente mes de regresar, viaje a San martín de los Andes, invitada por un hotel para pintar, durante una semana me iba a encontrar en las montañas haciendo distintas actividades en la cual tuve tiempo de conectarme con la naturaleza. La invitación fue completamente sin buscarla, fui recomendada por una fundación y realmente parecía obra de la magia, dado que necesitaba tiempo para pensar en lo que quería. Di clases de pintura para niños, cosa que nunca había hecho y los niños me seguían para jugar conmigo en el hotel. El primer día me toco cenar con un artista muy reconocido y su ayudante y compartimos impresiones sobre la vida, yo no paraba de buscar señales. Entre actividad y actividad tenia mucho tiempo para mí, en el cual nadaba, miraba el río que pasaba entre las montañas y pintaba; no paraba de agradecer al universo lo que me estaba dando. Al tercer día tome una clase de yoga y la chica que la daba me llevo al centro en su auto para intentar vender mis remeras (que eran mi apuesta a mi futuro) y le pedí que me enseñara a meditar y me dijo: pensa del 1 al 10 y luego del 10 al 1 y visualiza la palabras inspiración e inspiración. Lo único que me repetía la chica es que no dejara de pintar, tus caritas y ojitos alegran. Después de caminar todo el centro sin resultados positivos, me fui a la playa y decidí hacer los ejercicios de yoga y fue raro porque cerré los ojos y me sentí toda rodeada de almohadones, cobijada, y al abrir los ojos estaba cerca de un abismo. La visualización me hizo pensar en mi miedo de que no funcione como espero, y en porque no me quedaba cómodamente en mi trabajo. Al volver al hotel un libro me estaba esperando en la puerta de mi cuarto “Los niños índigos”, sin ni siquiera saber de que se trataba lo ingrese a mi cuarto. La noche anterior había conocido a un hombre de cincuenta años, al cual denomine Búho, por su sabiduría, y fue el que me regalo el libro. Ni bien me cruzo por el bosquecito que comunicaba los cuartos con el restaurante me miro y me dijo: “No hay respuestas que buscar sino tenes que empezar a formular buenas preguntas, yo te puedo ayudar”. Un nuevo maestro aparecía en una nueva luna llena. Me lo encontré varias veces a lo largo de los cuatro días restantes y me dio varios mensajes: “Sos un río, te tenes que dejar llevar. Si miras un río, cuando esta enmarcado entre piedras el agua esta tranquila sino el río fluye con intensidad, confía y saca las piedras. Tenes que conectarte con tu intuición, ahí están todas tus respuestas. Cada vez que me veía me hacia preguntas y yo tenia que pensar en las respuestas, pero al pensarlas me replantaba lo que quería. Me dijo que tenia que empezar de nuevo, que todo lo que había vivido era un borrador, que cuando me conectara con mi alma y con quien yo era iba a encontrar todo lo que deseaba. El último día me pregunto ¿Qué es la felicidad para vos? Sin dudarlo le conteste “Momentos”; y el me agrego en los cuales uno comparte ya sea con el mundo o con otra persona. Pero al volver a Buenos Aires, la realidad me pesaba y volvían las dudas y las nubes que entorpecían mi visión.

La próxima luna llena nuevamente me surgió un viaje a Mendoza como anfitriona de una bodega para un cliente y sus amigos. Anduve a caballo entre las montañas, visite bodegas, conocí la historia del vino, y me reí incansablemente. Entre charlas y charlas con ese grupo de seis desconocidos, termine descubriendo que justamente eran todas personas que habían en algún momento de su vida tenido que tomar una decisión. Parecía una esponja que iba absorbiendo todos los mensajes. Uno de los hombres me contó la historia de “tirar la vaca al abismo” que cuenta lo siguiente:

Dicen que estaba el Maestro con un discípulo de paso por un pueblo. Pararon en la casa de unos campesinos muy humildes y pidieron algo de comer, la gente era tan pobre que les ofreció solo un vaso de leche de la vaca que tenían y un trozo de pan. El hombre les contó que si no fuera por la vaca no sabrían que hacer, gracias a la vaca podían vivir y alimentarse. El Maestro no dijo nada, comieron y continuaron con el viaje. Cuando llevaban andando unos minutos, el Maestro le dice a su discípulo – Regresa a la casa y tira la vaca por el abismo- “¡Pero maestro! Esa familia es lo único que tiene. El discípulo no quería pero obedeció al Maestro. Pasado un año el discípulo volvió al pueblo, a penas llegó se dirigió hacia la pequeña casa, pero no la encontró. En su lugar había una hermosa casa, al tocar la puerta se sorprende al encontrar al dueño cambiado y le pregunta ¿Qué ha pasado? El campesino le empieza a contar que se le murió la vaca, al principio pensaron que era una desgracia pero luego decidieron ponerse todos a trabajar, a buscar otras opciones, y al hacerlo mejoraron, siempre pienso que la vaca se debería haber caído antes- sonrío el hombre.

Cada vez que desistía o pensaba que era imposible mantener mi calidad de vida sin “la querida vaca” que representaba mi trabajo, aparecía un mensaje. Mayo cada vez se hacia mas cercano y nada estaba resuelto. Me encontré con un tío segundo que ni conocía que me dijo algo maravilloso mientras me lo representaba en la mesa del restaurante que estábamos sentados, al contarle que estaba tratando de jugarme por mis sueños: “Si uno tira una gota sobre la mesa uno puede ver el tema de la seguridad. Vivimos dentro de una gota de agua, donde sabemos nuestros límites y no pasamos las fronteras por temor a que se divida la gota o se esfume. Me mira y me pregunta ¿sabes que pasa cuando uno quiere salir de la gota? Mi cara de desconcierto hizo que continuara hablando, la gota en realidad se expande, se amplia”. Me contó que su padre tenia una empresa exitosa y lo mas lógico hubiera sido que el se hubiera hecho cargo de ella, pero un día se dio cuenta que no quería ser ingeniero sino arquitecto y que no iba a ser feliz en la fabrica por mas que le diera mucho dinero. Así que decidió hacer lo que gustaba y han pasado los años y siempre pienso que bueno que lo hice y gracias a mi esfuerzo y a mi pasión me va bárbaro. Hace lo que te gusta, es mi consejo”. Carlos, como si pudiera leer mi mente apareció en momentos justos, pero se mantenía distante, la decisión era mía. Hubo dos mensajes que me quedaron grabados: “Entendí algo, desenredarse, es decir, encontrarse, y además, trastocar la rutina que siempre nos hace miedosos, comienza con una nube oscurita en torno a uno que solo el soplo de los sueños logra alejar. Yo soplo y nada logro, estas lejos y no es mi nubecita. Toma aire, toma aire y sopla tu futuro” y el segundo fue “Se raqueta, no pelota. Con la quilla del barco Timotea, sin la quilla se lo lleva el viento. No enturbies tus pensamientos. Vos tenes el poder de pensar positivo. Tenes que tener seguridad, el vaivén no esta afuera, sino que sos vos la que quiere ir para atrás. Todo tira para adelante”. Mi corazón escuchaba pero mi mente no dejaba de ponerme trabas. Él me hablaba de mis sueños, de que tenía que tener confianza y yo me aferraba a mis miedos que provienen de ser obediente, de no jugarme, de sentir que tienen que venir las cosas paulatinamente. Pero internamente sentía que el que no arriesga no gana. “Quiero estar abierta a este nuevo mundo que él me describe, aunque todavía no pueda verlo claro dentro mío, tiene que ser posible”, me repetía todos los días. Siento que todo esta preparado para que de el gran salto pero no me animo. Yo se que soy la única que tengo el poder de no vivir la vida que merezco. En eso, recordé a un jefe que tuve años atrás, un día me llamo a su oficina como si hubiera reflexionado por un largo tiempo para utilizar las palabras correctas para decirme: “María has pensado en tu futuro, porque en realidad yo te tengo que decir que las comunicaciones han avanzado de una manera extraordinaria, no sé hasta cuando la diplomacia se va a mantener con la estructura actual”, como diciéndome esto tampoco es seguro, jugate por lo que realmente sentís. Los meses pasaban y yo no le encontraba la vuelta, no encontraba una reemplazante, no podía ahorrar para poder dejar mi trabajo, ¿Cómo mantendría mi estructura? ¿Qué haría?

Abrir los ojos no es tan fácil sobretodo cuando tanto tiempo has estado obediente. Aprendí a ser obediente, aprendí a hacer lo que debía hacer y ahora de ahí parte mi vaivén. Al principio me la pase explicando al afuera mis decisiones para respaldar lo que sentía porque creía no ser fuerte, luego decidí no explicar más. Mi mente ya no esta en mi oficina, pero de alguna forma extraña no me imagino no yendo todos los días allí, creo que eso me retiene de alguna manera. La incertidumbre de no tener la red, acostumbrarme a no tener esa seguridad, aparente tal vez pero que sentía que me respaldaba. Personas llegan con nuevos mensajes pero también esta mi pasado que se comprime y exprime para saber cual dirección tomar. Llego abril y los días cada vez se hacían mas cortos y mi decisión de renunciar parecía que nunca llegaría o por lo menos para mayo. A mitad del mes me llega el siguiente mail de Carlos: “Nuestro encuentro tiene fecha, llego el 15 de abril a Bs. As. He sentido tu fuerza estos días, siente la mía, Ahora no hay que mirar atrás, si quieres entender algo del pasado mira en vos”. Solo esas líneas que me implicaban un fin de plazo, que no se resolvía. Trate por todos los medios de encontrar una reemplazante para mi trabajo pero nadie aparecía y el dinero tampoco fluía para poder dejar mi trabajo. El día antes de que llegara Carlos termine en el hospital por un problema de ciática, los nervios me apremiaban y mi resistencia era muy grande. No podía caminar, varias inyecciones y reposo fueron el remedio al dolor pero el de mi alma por no sentirme preparada no se terminaba. Como podía explicarle que todavía no podía soltar mi trabajo, que no sabia como hacer. Ya era grande y no podía pedirle ayuda a mi familia, era una decisión que quería respaldarla con mi propio accionar. Llego Carlos a visitarme y recién había salido del hospital, me mira y me dice mañana nos vamos a Córdoba de viaje, necesitas volver a conectarte con la naturaleza. Estas mirando el detalle en vez de la grandeza que te rodea. Me dice “Ahora no hay nubecitas negras, es sólo que no has doblado la esquina, el paisaje es diferente porque hay movimiento y los contornos de la vereda te son ajenos por ser novedosos, acostúmbrate al paisaje mientras caminas, diocesita viajera, podes ser en el movimiento, pintora viajera, creadora que se renueva. No necesitas aula porque tienes el mundo, ¿para qué pizarrón si tienes tu sonrisa? Tranquila que ya estás haciendo tu parte, el resto llegará y lo sabrás reconocer, la oscuridad es pasado y la incertidumbre es presente, tu no sabes lo que va a venir pero sabes lo que quieres, ya no estás perdida si no, reconociendo el camino perdido”. Sus palabras eran como miel en mi escarcha interna que era endulzada para ver un poco de luz en mi camino. Mañana no me puedo ir, tengo que cumplir con mis obligaciones, todavía no renuncie a mi trabajo y hasta el jueves no puedo irme ya que el viernes es feriado. Estuvo de acuerdo en encontrarnos allá.

Una nueva luna llena me encontraba entre las montañas, la primera vez fue con la mariposa que me mostró las dimensiones, los infinitos puntos a recorrer; el segundo encuentro fue con el búho, esta vez las montañas me mostraron los otros mundos, las lucecitas de colores por doquier. Creo y me dejo fluir como el río, ahora solo me queda esperar a ver el sendero que tomo, no voy a hacer nada para no distraerme, me mantendré en movimiento con lo mío como siempre. Alumna que quiere aprender, la luna de abril me encontrara en el Unitorco, en las sierras cordobesas. Un cuento ya empezó a escribirse, es el camino de la luciérnaga que viene a cumplir su misión. Las montañas me cobijaron estos días, buscaba respuestas y no aparecían, hasta que ya no las busque y el mensaje llego. La próxima luna llena ¿donde me encontrara? Con la mariposa me entregue con el búho me costo; cerrada en mi caparazón me encontraba pero pude ver y creer. La luna me ilumino, el cielo me respondió, me dio la entrada a mi nuevo ser. Palabras sueltas, que fluían en mi cuaderno mientras el colectivo me llevaba a Capilla del Monte.

Carlos me esperaba en la estación con una gran sonrisa luminosa y yo me encontraba nublada, tenía miedos, incertidumbres que nadie más que yo podía resolver. Empezamos a caminar por el centro, rodeados de negocios de la nueva era, con atrapasueños de varios tamaños y colores, piedras energéticas, y libros de autoayuda. Hippies, hombres con barbas largas, mujeres vestidas como hindúes, nos cruzábamos en su calle principal cubierta por un techo que hacia de pasaje a otra dimensión. El lugar me resultaba de película de ciencia ficción un poco artificial para mi gusto. Nos sentamos para desayunar, su armonía desentonaba con mi ruido mental. Yo esperaba un viaje espiritual al uritorco dado que era mi primera vez allí, y el me dijo que no iríamos. Este viaje es para reencontrarte con vos misma, no siento que tenemos que escalar el cerro para encontrar respuestas sino que buscaremos la armonía del alrededor. Así fue como paramos en una cabaña con forma de observatorio a las afueras del pueblo. El resto del día paso muy lento, conversando sobre los meses que había separado ese encuentro casual en el avión. Su mirada era de amor y yo en lo último que podía pensar era en ello, sentía que estaba tomando la decisión más importante de mi vida y tenia mucho miedo. Además había vuelto a verme con un novio que tenia antes de Australia y no podía darle lo que buscaba. En varias oportunidades lo pelee, y me daba cuenta que el me quería ayudar, pero me sentía vulnerable. Al otro día cambiamos de lugar para dormir, fuimos al otro lado del pueblo. Caminamos por un laberinto de piedras y Carlos se subió a un árbol y me hablo desde allí como quien le susurra al corazón para que se despierte. De hecho gracias a sus palabras termine de darle forma al cuento de Lucecita una nenita que sale en busca de su corazón porque no lo puede encontrar. Después de esas intensas palabras se callo y durante todo el día se mantuvo en silencio, no me pronuncio una palabra y dentro de mí una tempestad me azotaba. Parecía tan fácil para el soltar y confiar en el universo, pero yo no sabía como podría sostener toda la estructura, no tenía ahorros, solo ganas y deseos de vivir una vida distinta a la programada. No quería que me ayudara porque yo tenía que llegar a Colombia con mi dinero, era mi decisión y no podía esquivar el camino. El decidió quedarse en San Marcos de la Sierra y yo tenia que volver a trabajar. En su interior él tenía expectativas de una historia de amor que en el momento que me encontraba era imposible que se llevara a cabo. “Tus palabras me lanzaron el balde de agua fría para despertarme pero me pesa todo el alrededor, tengo miedo pero quiero estar preparada, me voy a relajar y lanzar al vacío, confío en que la libertad me traerá felicidad y mas trabajos”, le dije al despedirme.

La cuestión fue que me senté sola en un café a esperar el colectivo que me llevaría de regreso a mi ciudad. Cuando me pongo a leer el diario del domingo en el que estaba el suplemento de viajes, al abrirlo descubro una propaganda que decía lo siguiente: “Quiere tomar un rico café, vuele a Colombia solo en el mes de mayo por $350 dólares. Aproveche esta oferta”. El comercial parecía que me hablaba a mí. Cuando el pasaje a Colombia costaba entre 800 y 1000 dólares había esa increíble promoción para las fechas que yo había dicho que viajaría. Sin dudarlo, sentí que ya había tomado la decisión. Regrese el lunes al trabajo y presente mi renuncia a mi jefa, no sabia que iba a pasar en adelante, ni como pagaría mis cuentas, pero sino tomaba esta decisión nunca lo sabría tampoco. Tenia que confiar, creer en mí, en lo que deseaba hacer. Más tarde ese mismo día me llamo una clienta para pagarme un cuadro que nunca me había terminado de pagar y me completo con remeras, así me llegaron los $400 dólares que necesitaba. Reserve el pasaje por telefono. Nunca iba a ser suficiente para tener el valor, siempre hay “peros” para no tomar una decisión tan importante en la vida. Finalmente me sentí en paz, tenia miedo ante la incertidumbre que se me presentaba pero estaba convencida que la única manera de descubrirlo era tomando el riesgo. El 30 de abril fue mi último día de trabajo, y fue una fiesta para mí, salí del hermoso edificio de cristal pensando que finalmente me había sacado una mochila de encima, mi destino ahora lo iba a comandar yo misma. Estaba acomodada y no me daba cuenta de la necesidad que tenía de accionar en la realidad y no solo soñar. Entre tanto cambio fui a comprar el pasaje al otro lunes y al llegar a la oficina me dicen que ese valor ya no era posible que salia mucho mas caro, yo con los ojos enormes, no sabia que hacer, le explique lo inexplicable y luego de una hora me respetaron el valor de la semana anterior, y de alguna forma senti que era una señal, todo indica que tengo que ir para alla. Me encontré con Carlos que regresaba a Colombia y le dije que seguía con el plan, nos encontraríamos en sus tierras. Le explique que estar con él me implicaba querer ser mejor y no contentarse con lo que soy ahora. Necesitaba pulirme como si fuera un diamante en bruto. Al lado de él me sentía opaca. Le agradecía por cada una de sus palabras y tenia que entenderme que si parecía dura y peleadora era parte de mi pelea interna. Me había costado más de lo que me hubiera imaginado. Carlos me miro y me dijo: ¡Qué bueno María!, estaba un poco preocupado porque dije muchas cosas que si no las acompañas de lo que yo soy y de mis acciones, van a parecer sólo censura y reproche a vos. La verdad creo que sos muy hermosa y sobretodo, encontrándote y dejando de vivir para los otros, brillarás sin necesidad de hacer cosas y decir más. Este es un tiempo para obrar con cautela y mesura mientras te acostumbras a tomar tus buenas decisiones. Pensa mucho en lo que te conviene, tenes que aprender a distinguir y fortalecer tu intuición desalojando los oráculos que te inmovilizan. Nos vemos en Colombia.

El colombiano me había dicho lo que estaba buscando escuchar, era yo la que quería creer en mi misma, en que se podía. El solo me había dicho lo que sentía que había ido a buscar a Australia, a Sudáfrica. Era yo la que me quería despertar de ese gran sueño en el que encontraba donde creía vivir de mis sueños pero que en realidad se quedaban dentro de mi cabeza, porque en la realidad vivía otras cosas o sucedían cosas que no era lo que quería. Tenía que despertar y para ello la idea de ir a reencontrarme con las raíces me parecía que era una posibilidad. Hacia años que buscaba renunciar a mi trabajo y nunca lo lograba porque me ofrecían una mejor renumeración, me cambiaban de oficina, o me daban más libertades. Esta vez que había vuelto del viaje convencida a volver a trabajar, a hacer mi trabajo rutinario que ya tenía programado en mi cabeza, renuncie. Era el momento, estaba preparada o eso creía, por lo menos iba a averiguarlo. El hombre de pelo largo del avión, me había hablado del Putumayo y de su riqueza y decidí viajar para ver de qué se trataba. El viaje era la excusa para tomar distancia, no podía cambiar de la noche a la mañana, estoy muy acostumbrada a un montón de cosas que antes no veía y que ahora veo y creo que el viaje me va a hacer bien para ver otras cosas. Los primeros días de mayo pasaron como anestesiados, estaba acostumbrada a trabajar bajo presión, tenia miedos y estaba dispersa, me olvidaba y perdía las cosas. Estaba agobiada y tenía que organizarme, ya que todo había venido muy rápido. Durante diez días casi empiezo a trabajar de vendedora en el local de una amiga porque no me soportaba sin estar ocupada, sin saber como pagaría mis cuentas a fin de mes, como sobrevivía un mes en Colombia con 400 dólares que escasamente había logrado juntar. Mis pensamientos me abrumaban, pero logre entender que solo yo tenía la posibilidad de ver nubes negras o blancas, y solo yo podía hacer un mundo por una piedra en mi camino o solamente correrla de mi paso. Durante diez días, me prepare para mi nuevo viaje aceptando la incertidumbre como variable.

“Icaro fue esta persona pretenciosa, con el deseo de volar, o mejor dicho, de llegar al sol, fue inventivo y talentoso, pero no porque alguien poso cierto dedo divino sobre su halo, fue hábil para realizar su pasión, el se proporciono de talento gracias a su propio deseo de volar. Claro esta que esto es solo un fragmento del hecho, ya que la historia sigue en una demostración de astucia, en una conjunción de materias, miel y plumas para ser especifico, así monto sus alas, el buen Icaro, el muy astuto sabia que íbamos a estar hablando de el centurias después. Maldito o bendito para otros fue su fin que, bajo goce exitoso, en las alturas, sus plumas se desprendían de la miel que comenzaba a derretirse al acercarse Icaro a las temperaturas adultas del sol. Cae al mar Egeo como cualquier otro fiel a las leyes de gravedad, y allí muere. Así cesa la historia de ICaro en este mundo. Ahora, te digo: mujer pájaro – río lentamente-, te hemos tendido una trampa, una joven trampa, una gentil. Icaro es abundante en riqueza de anécdotas, menos que no da respuestas, al menos en esta historia, pobre de vos que buscas respuestas, te hace tan ciega a ver las preguntas, a amar las preguntas. Se que escuchaste la historia de Icaro, hambriento, en busca de certeza y salud, pero te olvidaste de algo, de las palabras de su goce y disfrute, que no hay respuesta que buscar sino disfrute por proporcionar, que la respuesta es la pregunta, comienza a disfrutar, disfruta tus preguntas no te reproches nada, ni siquiera el hecho de reprocharte.”

 

 

Cuento LA NAVE DE LOS SUEÑOS

La nave de los sueños II

Sofía se levantó bien temprano a la mañana y le pidió permiso su mamá para ir a la playa que quedaba solo a dos cuadras de su casa. Llegó al gran arenero gigante de color dorado, y empezó a construir una nave espacial en la cual pudiera caber y salir a volar por el espacio. De repente llegó un nene con una gran pala y un balde y le preguntó si podía ayudarla. Sofía lo aceptó como compañero y empezó a darle indicaciones sobre cómo construir la nave de sus sueños. Corito -así se llamaba el niño- la ayudó a sacar la arena, a alisar el tablero de control, y a hacer el asiento para que pudiera sentarse dentro. Mientras trabajaba le preguntó a Sofía si podía hacer otro asiento para poder volar juntos. Pero Sofía no lo escuchó, siguió muy concentrada decorando las alas de la nave con estrellas como si las hubiera tomado del espacio. Corito se limitó a cumplir las indicaciones que recibía. Luego le sugirió a su amiga ir a buscar caracoles y almejas para decorar la nave. A Sofía le encantó la idea. Ya en la orilla disfrutaron de su compañía sin pensar en nada.
Llegada la tarde, Sofía estaba muy satisfecha con el resultado ya que empezaron a venir nenes de toda la playa para ver la gran nave espacial que se disponía a volar. Corito vio como todos le hacían preguntas a Sofía y sintió que sobraba, así que decidió ir a meterse al mar con su papá. Un rato después Sofía, sola en su nave, se dispuso a utilizarla por primera vez. Se metió dentro, le tiro unas gotas de agua salada como si fuera una botella de las bebidas burbujeantes que su papá guardaba en la alacena y se sentó a manejar los controles. Puso en marcha el motor de la nave y se dispuso a volar por los anillos de saturno, por las lunas de Júpiter y aterrizar en las arenas rojizas de Marte. Ni bien salió de la nave para hacer su exploración se dio cuenta que le faltaba algo. Entró de nuevo para ver si recordaba lo que le faltaba y vio que todo estaba en su lugar. En Marte se dio cuenta que las cosas se disponían de forma similar a la tierra, y entendió que se aburría porque no había con quien hablar. Corito, pareció decirle una voz. Descubrió que hacía tiempo que no lo veía y que no había viajado en la nave con ella. ¡Se había olvidado de invitarlo! ¿Como le había sucedido eso? ¿Dónde estaba? Ella no podría estar viajando a Marte o viendo los anillos de Saturno sin el trabajo constante de su nuevo amigo. Así fue como decidió retroceder y regresar a buscarlo. Durante diez minutos maniobró imaginariamente el volante, tocó varios botones hechos con caracoles y almejas y frenó con una pala que la había colocado Corito como freno de emergencia. Ni bien creyó aterrizar de nuevo en la playa, salio corriendo de la nave a buscarlo. Caminó por la arena dorada pero no lo veía. Con el apuro de construir la nave y de llevar a cabo su deseo no le había preguntado donde estaba su carpa, si vivía allí, de dónde era, como podía ser que no lo hubiese visto antes. Solo se había dispuesto a darle instrucciones de cómo llevar a cabo la nave de sus sueños.
Después de buscarlo durante una hora, lo vio jugando con unos chicos a la pelota. Fue corriendo a buscarlo y a pedirle que vuelva a jugar con ella en su mundo espacial. Corito la miró y le dijo que él había jugado con ella toda la tarde, y como no le había puesto otro asiento a la nave pensó que ella quería viajar sola. Sofía le dijo que tenían que volar juntos. Sofía confesó que lo extrañaba. Él la envolvió en miradas y le pidió que lo esperara un rato, que después de jugar con sus amigos, la acompañaría.

Sofía se sintió abandonada. ¿Por qué tenia que terminar el partido si sus amigos podían terminarlo sin él? En cambio ella no podía viajar a nuevos planetas sin su tripulación. Sofía no espero a Corito y se fue sin decirle nada. Mientras volvía a la pista de aterrizaje vio un nene que estaba mirando las burbujas de aire que hacen las almejas cuando están debajo de la arena. Lo observó siguiendo los agujeritos y tratando de hacer pozos para encontrarlas. Meditó y creyó que podría ser un buen copiloto. Así que lo invitó a jugar en su nave. Lo llevó a donde esta se encontraba, le mostró las medidas, los controles y le dijo que había decidido en este viaje ir al cinturón de Orión a ver a las constelaciones de las tres Marías. Matías -tal el nombre de su nuevo amigo- montó apresuradamente a la nave y se llevó puesto el escalón que Corito había hecho durante un buen rato. Sofía, molesta, pensó que era mejor que nada, así que le hizo un lugarcito en su asiento y le empezó a indicar que tomara el control, mientras ella medía la temperatura desde las ventanas. Así fue como Matías, descubrió la almeja en el botón de mando y no pudo resistirse a robársela y salir corriendo de la nave con su tesoro. Sofía empezó a correrlo por la arena pero fue en vano, el nene era mucho más veloz y Sofía terminó rodando por el agua sin lograr recuperar la almeja ni a su nuevo compañero de viaje. ¿Por qué todo le pasaba a ella? ¿Qué hacia mal que nadie se quedaba a jugar con ella? ¿Por qué Corito no había vuelto? ¿Por qué? Solo porqués y las lágrimas que empezaban a rodar por sus mejillas cuando ve a Corito sentado con su familia leyendo un libro. Secándose las lágrimas, mojándose el cabello para demostrarle que había estado nadando y olvidándose de todo lo que había sucedido, se decide a reconquistar a su amigo. Realmente lo extrañaba, se habían divertido tanto construyendo la nave. Él la había entendido. Habían hecho un buen equipo desde el principio.
Se acercó decidida y le pidió a Corito que volviera a compartir sus aventuras. Después de todo lo que había trabajado en la nave ni siquiera la había probado. Corito continuaba leyendo sin mirarla. Sofía sentía bronca y empezó a planificar tácticas y utilizar mentiras para lograr la atención de su amigo. ¿Cómo recuperar lo que había perdido? ¿Como no se había dado cuenta de lo que valía? ¿Por qué se había cegado tanto? ¿Por qué no se había dado cuenta de lo importante que era su compañía? La experiencia sólo sería completa si estaban juntos. Lo que Sofía no sabia es que Corito había vuelto a jugar con ella ni bien ella se había ido sin hablarle. Pero al ver que Sofía invitaba a otro nene a manejar la nave que los dos habían construido, se sintió traicionado. No tenía más ganas de verla, por más que había disfrutado construyendo la nave con ella e imaginando todos los lugares que visitarían, era más seguro viajar con su libro. Había abandonado el partido y ni diez minutos había esperado. Sofía no se contentaba con la respuesta de Corito y empezó a hacer ruido para llamar su atención e impedir que leyera. Corito se daba vuelta pero ella seguía tocando los baldes como si fueran tambores hasta que sé tentó, empezó a reírse y se decidió a acompañarla a jugar. PUFF! ¿Por qué sos así?, no te das cuenta que estuve horas queriendo jugar con vos pero vos estabas más preocupada en hablar con otros nenes que ni conocías- le dijo Corito. Ya sé, perdóname, yo solo quiero jugar con vos- repetía incansablemente Sofía.
Había atardecido, los dos nenes empezaron a buscar la nave espacial por la playa, pero esta ya no estaba. ¡No puede ser! gritaba Sofía. ¡Alguien la destruyó! ¿Cómo puede ser que no este? La habíamos construido entre la carpa amarilla y la roja a lunares. ¡Fijate Corito! – lo mandaba. Sofía empezó a llorar y no podía detenerse. Corito fue a preguntarles a los de la carpa amarilla si no habían visto la nave espacial. Un abuelo con gafas se acercó al niño y le contó que la marea había subido así que habían tenido que mover sus cosas, ya que el agua había arrasado con gran parte de la playa. Corito volvió para contarle a su amiga lo sucedido. Pero Sofía no podía escucharlo, había perdido su nave espacial y no había podido jugar en ella porque Corito se había ido. Te das cuenta Corito vos tenés toda la culpa. ¡Si no te hubieras ido! Yo no tendría que haberte ido a buscar, todo por tu culpa, no pudiste jugar ni una vez conmigo en la nave espacial. Yo quería llevarte a Plutón y a galaxias desconocidas que nunca podrías explorar con otra persona ya que sólo yo conozco donde están. ¿Por qué? ¿Por que? – repetía. Corito la miró por unos segundos y se dio cuenta que no ganaba nada explicándole por qué se había ido, ya que él creyó que la había ayudado en su proyecto y que eso la haría feliz. En un momento Corito le ofreció ayudarla a hacer la nave espacial de nuevo al otro día. Pero Sofía no entraba en razones, le decía que si le hubiera importado tanto la nave espacial no se habría ido, que no jugaría nunca más con él. En realidad no era lo que ella quería porque le había gustado mucho conocer un nuevo amigo pero no podría controlar su lengua. Llegó la mamá de Sofía a buscarla y al verla llorar la subió a sus brazos y la llevo a su casa sin darle la oportunidad a Corito de despedirse.
Al otro día, Corito fue a buscarla a la playa para jugar juntos pero Sofía no apareció en todo el día. Se quedó en su casa dibujando naves espaciales, imaginándose los planetas a los que hubieran ido con Corito, los habitantes del espacio que hubieran encontrado. Durante todo el día dibujó y dibujó a pesar de que el día era hermoso y le daban ganas de jugar en la arena o en el mar. Luego de pintar por un buen rato recordó lo divertido que había sido construir la nave espacial y cómo lo habían logrado. Al pensarlo se dio cuenta de que nunca le había agradecido a Corito su ayuda, sin él nunca lo hubiera conseguido. Así que le pidió permiso a su mamá y fue a buscarlo. Había atardecido y por más que lo buscó por toda la playa, Corito no estaba.
A la mañana siguiente, Sofía se levantó muy temprano para ir a ver a su amigo. Se dio cuenta que había sido una tonta por pelearse con él cuando el había sido tan importante para la construcción de su nave y que tal vez podían hacer una más grande esta vez. Llevó uno de sus dibujos para regalárselo. Llegó a la playa emocionada buscándolo para jugar con él. Pero al verlo jugando con unos nenes a la pelota, se fue corriendo a la carpa donde estaba su mamá. Escondió el dibujo en un bolso y se sentó a leer un buen rato. Pasó la tarde sin que Sofía se moviera de la carpa. Cuando se disponía a irse vio que Corito venía corriendo a saludarla. ¡Hola! ¿Cómo estas? ¡Que bueno verte! ¿Dónde habías estado? Hoy jugamos a los piratas con los chicos en la playa, hubieras podido venir a jugar con nosotros, ¿dónde estuviste? Sofía sólo atinó a decirle que lo vería mañana. No pudo darle el dibujo que guardaba en el interior de su bolso. Estaba enojada y no sabía por qué había estado toda la tarde esperando que la viniera a buscar cuando Corito ni la había visto.
Al otro día, a Sofía se le hizo tarde para ir a la playa porque estuvo ayudando a su mama. Corito al verla, se acercó enseguida. ¡Hola!, de nuevo. Te estuve buscando toda la mañana, porque en una hora me voy. Yo soy del interior, vine a visitar a unos tíos con mis padres y ya estoy regresando. Sofía no podía creerlo, se iba y no habían podido jugar. No tenemos tiempo de hacer la nave espacial de nuevo- decía Sofía con cierta tristeza en sus ojos. Sin dudarlo Sofía sacó el dibujo del bolso. Se había arrugado y los garabatos se habían transformado en una mancha de color. Pero igual decidió regalárselo. Corito lo miró y dijo “Muchas gracias”. En realidad se ha estropeado un poco, pero lo hice pensando en vos- aclaró Sofía. Corito, vio en el dibujo una oportunidad para jugar. Tiene tan lindos colores el papel, ¿Qué te parece si lo transformamos en un barco para que navegue en el mar? Tal vez no será la nave espacial pero el barquito puede navegar por el océano y viajar a muchos lugares que nosotros ni sabremos pero llevará tus colores y mi ingenio. A Sofía le pareció una linda idea. Sentados en la arena se pusieron a armar el barco de papel. Ni bien lo terminaron se fueron a la orilla y lo soltaron imaginándose que eran dos tripulantes de esa navegación. En ese mismo instante los padres de Corito lo llamaron para irse. Se despidieron con una gran sonrisa. Sofía se quedó mirando al barco que se perdía en el mar. Ya no le importaba donde llegaría. Era mucho mas importante cómo había sido hecho.
La nave de los sueños I
FIN

Cuento de una noche de verano de causa y efecto constante

Vagando por la ciudad

“Vagando por la ciudad”

Verano del 2003, Buenos Aires era una explosión de turistas por doquier. La devaluación había provocado un flujo de extranjeros por doce años jamás vistos; la ciudad necesitaba acostumbrarse a ello. Los souvenirs, las oficinas de turismo comenzaron a aparecer sin antes jamás haberse dado cuenta de explotar esa veta. Argentina por mucho tiempo solo se observo así mismo, sin querer que otros la vieran, ahora la necesidad lograba la apertura. Pero la falta de costumbre provocaba diferentes reacciones de la gente, se pasaba de ser demasiado amable a demasiado interesado por el vil billete verde, que hacia como respirador artificial de las esperanzas de los argentinos tan acostumbrados a este. Los aprovechadores, estafadores, en fin la viveza criolla aparecía como una realidad triste de enfrentar. Esta eventualidad me llevo esa noche calurosa de verano a vivir una instantaneidad con tanta profundidad que ahora me embarcare a contar. Una sucesión de causa y efecto interminable que me llevo a su encuentro, que me condujo a sus brazos, que me controlo sin poder despegarme. Partir de una decisión sin poder determinar lo que sucedería, sin poder imaginar jamás lo sucedido. Accionar en la realidad siempre te da su recompensa, siempre te brinda un espacio de juego nuevo y lo bueno es que todo puede cambiar. De alguna forma se abren puertas y se puede encontrar más de una salida al final. Solo hay que dejarse llevar, y las alas luego comienzan a desplegarse como si fueras una gran águila empiezas a volar, sin saber nunca donde tu instinto te llevara.

Eran las dos y media de la noche del primer viernes del año en Buenos Aires. El clima en general era distendido, la mayor parte de mis amigas estaban de vacaciones. Yo había decidido no tomármelas por el momento dado que no tenía ningún programa que valiera la pena para hacerlo. Sin poder encontrar compañía esa noche decido salir sola. Sentía que no valía la pena internarme en la noche sin tener un programa definido, pero algo en mi interior me decía que no podía perderme esa hermosa noche de verano. Me encontré caminando por la zona de moda de bares, sin destino definido; actuando como si estuviera esperando a alguien que nunca llegaría. Disfrutando de observar a mí alrededor, la explosión de gente aprovechando de la oscuridad y del encuentro. Caminaba de esquina a esquina viendo si alguien conocía, si alguien me atraía, en definitiva si algo podría cambiar mi destino. Entre en varios bares buscando algo que no sabia que era pero que no encontraba.

Luego de un rato decido quedarme en una esquina del barrio de Palermo, donde había un bar que se extendía a la calle. Estaba tranquila en mi burbuja, observando a la gente pasar. De pronto, escucho un grupo de chicos que me hablaban de atrás y a los cuales no me interesaba prestar atención. En realidad, estaba haciendo tiempo para ir a otro bar donde se encontraría una persona que conformaba una historia, un expediente abierto que quería terminar, quería saber que era lo que pasaba. Así fue como luego de unos segundos, siento un frío mojado en mis piernas, me habían arrojado un vaso de coca cola con alcohol por detrás. Una bajeza difícil de aceptar de un hombre, una ofensa inentendible sino no creyera en la causa y efecto de las cosas. Me doy vuelta y lo observo, un hombre o en realidad dada su acción un niño de 30 años rodeado de seis amigos, no me miraba denotando su culpabilidad. Mi bronca interna era enorme, no solo por sentirme perpleja, sino que tenía puesta una pollera de gamuza que se encontraba toda manchada y mojada. Al verlo pensé en buscar un vaso de alguna bebida e imitar su acción, pero sentía que estaba repitiendo su bajeza, que estaba llegando a su mismo nivel, y su actitud no tenia ni explicación. La segunda opción que paso por mi cabeza fue pegarle una bofetada, tenia tanta bronca que no me costaría nada tomar fuerzas y hacerlo, pero el hecho de estar sola y de que tuviera su pandilla alrededor me daba más que temor por no saber que sucedería. ¿Alguien realmente saldría en mi defensa?, o ¿todos serian tan cobardes como los amigos de este para permitir algo como ello? En unos segundos varias acciones habían pasado por mi cabeza, pero al verlo solo atine a denotar mi perturbación con una verborragia de palabras correctas, y señalando su culpabilidad. “Solo puedo entender que seas un tarado, de hombre no tenes nada, te falta mucho”. Esas pocas palabras frente a sus amigos mostrando su vergüenza eran suficientes. Mi tiempo se había acabado en esa esquina. Tenia que seguir mi camino, mi próximo destino me esperaba.

Camine esas cuatro cuadras que me separaban del lugar donde se encontraría mi último affaire, después de estar un mes deseándolo, se había producido el encuentro. La primera vez que estaba con un médico, no es una profesión afín a mí. Aunque al verlo al “Doc” nunca lo hubiera imaginado: pelo castaño, candadito finito en la pera, nariz prominente que lo hacia interesante, cuerpo bien formado. Tenía un arito en la lengua que no se le notaba, solo si lo besabas, y que al él le resultaba excitante. En definitiva, tenía mucha onda y era muy atractivo. Era el típico creído al cual no le daría el gusto, pero nunca digas nunca. Así fue como una noche me deje llevar por sus encantos después de haber hecho buenas jugadas. Me había escrito su numero de teléfono en un papel para que lo llamara, pero daba inexistente. No entiendo la necesidad de dar tu número equivocado cuando ni se lo había pedido. Pero en vez de hacer supuestos erróneos; de vez en cuando hay que hacer frente a la situación y preguntar porque.

Sabía que esa noche estaría allí. No sabía si valía la pena volverlo a ver, pero todavía rondaba en mis pensamientos. El hecho de estar sola en esta situación me hacia sentir que no tenia una armadura en la cual esconderme, una compañera que me diera la excusa de estar allí, un viernes a la noche en ese bar buscándolo a él. Llegue al bar y sin dudarlo me dirigí a la terraza, estaba repleta de gente. Entre la multitud lo diviso, rodeado de amigos. Paso de largo, doy una vuelta observando si había alguien a quien conociera. Avanzo nuevamente hacia donde él se encontraba, me observa y con una sonrisa en la boca se me acerca y me saluda. Comenzamos a charlar de las fiestas que transcurrieron hacia poco, y de eventualidades para achicar la brecha de desconocimiento que existía entre los dos. Una noche de pasión nos había unido, y esa misma noche ahora nos separaba. Él no tenía respuestas, y yo demasiadas preguntas. La conversación se desvió al punto que me hacia estar allí. Su número tenía un solo digito erróneo y me argumentaba que lo había escrito mal; cuando él lo había hecho. Pero no había necesidad de entrar en detalle. Quería saber en que terreno me encontraba con él, si había algo que rescatar o si me lo tenía que olvidar. Tal vez al no actuar era claro, pero yo necesitaba escucharlo para que el expediente pudiera cerrarse. En medio de la conversación me dice “me voy a dormir ¿Vos te vas a quedar esperando a tu amiga?”. Comentario que le había hecho al saludarlo y preguntarme con quien había venido. Hay a determinadas personas que uno puede decirle que estas sola, pero con otras es preferible callar, y con él sentía que su ego se iría más alto de lo que ya lo tenia. Asimismo, ¿que significaba que me hiciera esa pregunta? ¿Querría que lo acompañara? Le digo si queres te acompaño unas cuadras, así charlamos. Me mira y me dice “si queres charlar lo hacemos acá”. A lo que le contesto, ¿pero no es que te vas? Seguidamente le digo, adelantándome a su pensamiento, ¿No te voy a acosar, si es lo que te preocupa? Solo quiero conocerte un poco más. Me mira y de alguna forma logro escuchar lo que estaba buscando. En realidad era un poco de sinceridad, la cual parecía que le costaba demasiado. “Me encanto conocerte, esa energía increíble que tenes. Pero la verdad es que recién acabo de terminar una relación que me importo demasiado, y no quiero ningún tipo de compromiso. En realidad no quiero conocer a nadie”. Razones valederas y que se entienden.

¿Porque a algunos hombres hay que sacarles con tirabuzón las palabras? ¿Porque no pueden realmente ser sinceros y decirte lo que realmente pasa sin dar vuelta la situación, sin llegar a ningún puerto? Podría ser tan fácil, y al final siempre se complica. La comunicación termina siendo la llave que falta para poder abrir esa puerta y llegar al otro lado. Él, no solo me denotaba su falta de interés, sino también su inestabilidad y falta de saber que era lo que quería. No podía ser claro, y ello me hizo decirme a mi misma “Basta, ¿Para qué me voy a quedar esperando aquí a una amiga que nunca llegará, y que piense lo que quiera? Vos te queres ir, me parece bien, pero primero me iré yo, pensé. No sabía adonde, como ni porque, pero sin dudarlo luego de entrar brevemente al baño y mirarme al espejo, y decirme a mi misma que había venido buscando respuestas y las había obtenido, no tenia más sentido perderlo con alguien que no era para mí. Me fui del baño, teniendo un solo objetivo salir de ese bar lo antes posible. Pase a su lado mientras él despedía a su amigo en la caja, ni pare para decirle “Chau”, mi mirada estaba más allá, no quería ver atrás. “Mi tiempo había terminado aquí” me dije interiormente, y salí del lugar.

Salí con un ímpetu que derribaba árboles a mi paso, quería volar, olvidar la desilusión. Sin haber caminado cinco pasos, dos chicos altos de apariencia extranjera, captan mi atención. Mis pasos comienzan de a poco a frenarse para escuchar la conversación que entablan con tres chicas. No pude seguir caminando, necesitaba escuchar de qué se trataba. No perdía nada, mi noche ya se había acabado, me iba a dormir. Al principio dude que fueran un grupo, pero al escuchar que los extranjeros les preguntaban a las chicas de algún lugar que les pudieran recomendar para ir a bailar, comprendí que no lo eran. Quería ver que sucedería, si terminarían con ellas. Hablaban español de Latinoamérica pero en su acento se podía observar que eran de otra parte, de un lugar más lejano. Uno era muy alto así que no pasaba desapercibido, con pelo ondulado, ojos chiquitos pero chispeantes, el otro era más bajo de contextura bien formada con nariz perfecta y ojuelos en la sonrisa; muy atractivos ambos. Pero ni bien las chicas mencionaron un lugar, no pude escucharlo porque la actitud de una taxista llamo completamente mi atención. Se bajo del taxi, dejando el auto en marcha en doble fila, y camino cerca del de estatura normal, tocándole el hombro le dijo “no te preocupes que yo los llevo”.

La escena me resulto sospechosa, dado que ellos todavía no habían definido el lugar, ni buscado a un taxi; se mantenían con calma agradeciendo a las chicas por la ayuda. La actitud de la taxista era excesivamente servicial. Ellos al ver que la mujer se les había ofrecido a llevarlos, asintieron con las cabeza la propuesta. En sus caras podía observarse confianza hacia la mujer, hasta cierta ingenuidad que me conmovió. Por mala suerte en Argentina siempre hay que pensar en lo que te puede pasar, porque siempre algún vivo hay y no se puede estar desprevenido. Al ver a uno subirse al taxi sin ni siquiera dudarlo, algo dentro de mí me llevo a acercarme al de más estatura que todavía se encontraba afuera y agarrándolo del brazo lo freno. Se da vuelta anonadado, sin saber de adonde había salido, y le digo sin soltarle el brazo: “no podes subirte a un taxi sin saber a donde ir, porque los va a pasear por todo Buenos Aires. Es peligroso, tienen que tener cuidado”. Me mira y me dice “¿pero que hacemos si no? Queremos salir”. En un segundo pensé en como solucionar la situación, ya que era evidente que la mujer los iba a estafar, y no me podía ir sabiendo que corrían ese riesgo. ¡Solo había una solución! Lo miro y le digo “si queres los acompaño. Yo me iba a dormir, pero la verdad he viajado sola y siempre he encontrado gente que me ha ayudado a mi paso, es lo menor que puedo hacer. Después yo sigo mi camino, pero soy de acá y conmigo no van a tener problema”. Él me mira y sin vacilarlo me dice “Perfecto”. Así fue como me subí al taxi con estos dos extranjeros totalmente desconocidos, pero a los cuales pensaba defender de la “viveza criolla”.

Ni bien entro al auto, la mujer se sorprende ante mi presencia, y le dice en forma incisiva al que ya se encontraba dentro “¡Ah! Pero si viene ella, no los voy a poder llevar al lugar que te comente antes”. La miro y le digo “¿Qué lugar es ese? Yo soy de acá y los voy a acompañar a donde quieran ir”. A lo que contesta el extranjero de menor estatura “no se, dice de un local donde las mujeres bailan, me dijo que es lo mejor de Buenos Aires”. Los miró, ya que la situación se me había ido de las manos, en milésimas de segundo pensé que tal vez eran peligrosos, ¿no tenia sentido estar allí? Yo ni los conocía, pero una fuerza difícil de explicar me había llevado a encontrarme en esa situación de la cual ahora no podía salir. Estaba ya sentada en el medio de estos dos desconocidos, y les pregunto ¿Pero ustedes quieren ir a un cabaret?, porque si es así me bajo. “No” contestan a unísono. El más alto agrega “Solo queremos ir a un lugar a bailar, estamos cansados de dar vueltas por bares. Estas chicas con las que recién hablamos, mencionaron un sitio que se llama Podesta, ¿lo conoces?”. A un cabaret los quería llevar esta mujer, y ellos sin ni siquiera saber. ¿Que tipo de comisión tendría allí?, pensé. Era la señal que necesitaba para saber que había hecho lo correcto. Antes de que pusiera el auto en marcha, le digo que espere para poder definir adonde ir, pero sin escuchar mis palabras arranco. “¿Haber, ustedes que quieren hacer? Mi nombre es María. ¿Cuales son sus nombres? ¿De donde son?”. Al que había agarrado el brazo me dice Jeff y el otro Christian. Somos de Canadá, dicen.

Al decir que eran de Canadá, mi corazón comenzó a latir dada la unión que siento por ese país. Cuando tenía dieciocho años me fui a vivir por casi cinco meses a Ottawa a estudiar en una Universidad un curso intensivo de Ingles como Segunda Lengua. Pero no solo un idioma aprendí, sino que fue mi primer contacto conmigo mismo. Sola me encontraba en un país desconocido con costumbres, clima y cultura diferente, y a la fuerza me independice y comencé a descubrir el mundo. De alguna manera rompí el cascarón del huevo en el que me encontraba, descubrí que había un mundo enorme detrás de la ciudad que había vivido toda mi vida, y que tenía que descubrirlo. Que el mundo no solo estaba conformado por personas provenientes de inmigrantes europeos, sino que había otras culturas y religiones y prácticas que nunca antes había visto y que podían convivir, o que por lo menos en Canadá intentaban hacerlo. Todos esos recuerdos aparecieron en mi mente, pero sólo comente que había vivido en Ottawa algunos meses y que adoraba ese país. ¿De que parte son?-Proseguí. De “Québec” responden. De veras, me encantó Québec, yo justo tuve la posibilidad de estar en el Carnaval de Invierno. Me impresionaron todas esas esculturas de hielo y nieve por doquier. Todas las casas y calles decoradas con delicadeza y fineza por el hielo. Tantos recuerdos pasaron por mi mente: andar en trineo, ver una carrera de canoas con el río a medio congelar, y ni hablar del Chateau du Frontenac, esa magnifica construcción francesa que se convirtió en un hotel cinco estrellas y que predomina la vista de la capital.

La taxista se apresuró a sugerir lugares mientras el auto había comenzado a andar y nuestra conversación se mantenía en su lugar de origen. Propuso la Costanera Norte, o a otros lugares, que involucraban cruzar media ciudad para llegar. Dado que eran las cinco de la mañana no valía la pena ir sin saber si había una buena fiesta. Así que les mencionó donde quedaba el lugar que ella se refería con sus pro y contras. Ellos subrayaban que no les importaba el lugar solo bailar. A lo que digo “entonces no se si vale la pena dar tantas vueltas para llegar a la Costanera, que no solo les quita dinero sino tiempo”. Para que mencione ello. La taxista comenzó a manejar en forma apresurada y encolerizada. ¿Cuál es tu negocio?- Me dice de mal modo. A lo cual pensé, ¿de que negocio me está hablando? Si solo yo pienso en protegerlos, el hecho de que la taxista se bajara del taxi no es algo común ni en Buenos Aires, ni en cualquier parte del mundo. Había gato encerrado, podía presentirlo. Su proceder fue extraño desde el principio. Me dice furiosamente: “Me estas haciendo perder mi negocio, no te das cuenta que me haces perder dinero”. La mujer frenaba con gran ímpetu, haciéndonos el viaje realmente incomodo. Así que la miro y le digo: “Sabes que el país esta como esta por personas como vos, que buscan estafar a la gente. Estos chicos vienen a conocer Buenos Aires, y vos los queres pasear, de alguna forma embaucarlos. Yo he viajado por el mundo y siempre me han ayudado. No tengo ningún negocios con ellos, solo demostrarles hospitalidad y por favor nos bajamos en el bar que dijeron que ahí definiremos adonde vamos. Si queres esperarnos, espéranos, sino ándate”. El bar solo quedaba a pocas cuadras, los extranjeros no entendían nada pero compartían la idea de no estar mas en ese auto.

Nos quedamos un rato charlando de lo ocurrido y terminaron convenciéndome para que los acompañara a bailar. De esta forma nos encontramos los tres en la puerta del boliche. Hacia tiempo que no iba a ese lugar así que no les podía realmente recomendar, pero ante la insistencia de ambos de bailar dado que desde las seis de la tarde se encontraban dando vueltas de bar en bar y ya estaban cansados; no dude en que entráramos y de ultima nos íbamos a otro sitio. No entendían que saliéramos tan tarde los argentinos. Así fue como me encontré bailando con estos dos desconocidos canadienses que por un momento me hacían olvidar de lo que había transcurrido durante toda la noche, y me hacían pensar en la casualidad del encuentro. Disfrute de bailar con ellos sin pensar en nada, me mantuve en mi burbuja disfrutando del momento. Se hizo de mañana y decidimos ir a desayunar medialunas con dulce de leche y mate a casa. Ni bien llegamos, Christian decidió seguir camino hacia su hotel comentando que estaba cansado. A esa altura de la mañana era notoria la atracción que había con Jeff y decidió dar por enterado al amigo que se quedara sin desayuno en una conversación interna entre ellos que no logre escuchar pero que luego me confeso. De esta forma nos quedamos con Jeff charlando hasta muy entrada la mañana para terminar enredados en la cama. Toda la noche había fluido como si hubiera sido digitada, yo solo me atreví a dejarme llevar y no me había equivocado.

Acordamos quedar para cenar. Se unió una amiga al grupo y nos juntamos a la hora acordada. La charla se dio amistosamente en castellano y en francés, tan bello idioma. Comenzamos a contarle a mi amiga como nos habíamos conocido, a lo cual, Christian confiesa que el pensó que yo estaba en asociación con la taxista. Ante mi cara de sorpresa desplegó su teoría que se había formulado cuando había entrado al taxi. Pensó que estaba en complot con ella para pasearlos pero al preguntarles de donde eran y comentarles que había vivido en Canadá, y habiendo dado detalles de que realmente conocía su país; reflexiono que no podía ser cómplice de la mujer. Por eso mientras yo me peleaba con ella, ellos en francés trataban de dilucidar lo que estaba ocurriendo. Les habían dicho que Buenos Aires era una aventura, que se dejaran llevar por lo que les sucediera y eso era lo que habían hecho. Estaban preparados para que los estafaran, por eso la situación no les pareció inusual después de todo lo que habían escuchado. Tenían varias anécdotas para contar y hasta australes les habían dado, moneda que hacia años que no estaba en circulación en nuestro país. En realidad yo era la que tendría que haber tenido miedo dado la situación: Subirme en un taxi con dos hombres extranjeros, de los cuales ni sabía los nombres y con los cuales no había hablado ni una palabra. Pero el sentimiento de que los iban a engañar fue más fuerte, además de su atractivo que no podía negar. Mi conciencia no me hubiera dejado en paz si no hubiera intervenido.

Después conversamos sobre lo que hacían en Bolivia. Estaban trabajando en un programa de cooperación en el medio de la selva, completamente desconectados de la civilización tratando de educar a los que vivían allí. Ambos eran ecologistas y no se conocían antes del programa, de hecho convivían con otras 20 personas de alrededor del mundo. Paradojas del mundo globalizado, querían ayudar a la barbarie, y los indígenas no querían ser ayudados. Venían desde la comodidad y lo previsible de Canadá, donde la tecnología ha ganado a la naturaleza, donde todo se recicla y se aprovecha para buenos usos, y se fueron a las Yungas, tierras de nadie. Nadie se interesa por ellas, ni los que viven a sus costas, y ellos como si fueran “evangelizadores” de antaño iban a enseñarles. Pero se encontraron que ellos no querían escuchar lo que venían a predicar, querían conservar su manera de contactarse con la tierra sin aprovechar al máximo sus recursos, no querían usar preservativos para controlar la natalidad, no les interesaba aprender nuevos oficios para superarse, lo cual hacia su trabajo muy difícil. Hacia un año que estaban allí y era el primer viaje que hacían. A la mañana siguiente ya regresaban después de estar un mes recorriendo el norte, Córdoba y Buenos Aires.

Luego fuimos a bailar a la Costanera, al lado del río alrededor de una gran fogata, rodeada de carpas blancas, llena de gente en una hermosa noche de verano. Disfrutamos de bailar y de contemplar la noche llena de estrellas mientras el sonido constante del agua arrullaba nuestros oídos en sinfonía de la música electrónica de fondo. En un momento, desaparecimos con Jeff para casa, los minutos escaseaban y había que aprovecharlos. Llegamos y nuestros cuerpos se unieron, se fusionaron en la penumbra que la ventana dejaba entrever del exterior. Dos cuerpos que se encontraban y lograban comunicarse. Mezcla de risa y placer, mezcla de explosión de energía compartida por los dos. Quedamos tirados boca arriba pegados mirando el techo sin poder pronunciar una palabra porque la situación nos había invadido. Creía que se necesitaba un tiempo considerado para llegar a ese nivel. La fusión de dos almas sinceras a pesar de la instantaneidad del momento puede provocar cosas impensadas con el raciocinio. Éramos dos espíritus libres.

Y se fue, ¿tal vez hubiera podido retenerlo?, ¿tal vez hubiera podido dejar pasar el hecho de que él apagara el despertador y seguir durmiendo en sus brazos? Pero su amigo y un ticket lo esperaban. No pude, el hecho de saber que cada uno tiene que seguir su camino me impide no actuar en consecuencia. Al observar como apagaba el despertador, a pesar de mi cansancio, a pesar de que solo hacia unas horas que nos habíamos acostado, me impidió cerrar más mis ojos. Me levante y comencé a buscar un cuadro entre mis cuadros para que se lo llevara de recuerdo, no lo olvidaría, la energía que compartimos fue hermosa. No necesitábamos las palabras, hablábamos el mismo idioma. El idioma de las almas que buscan encontrarse, que buscan llegar hasta el punto muy lejano de su propio ser, y para lograrlo necesitan cruzarse con personas como ellas, en las que se puedan ver reflejados, y sentir que no caminan solos, que comparten una misma visión. De esta forma seguirán solos hasta que llegue el momento de parar de caminar, de parar de buscar. Me pregunto si algún día llegara ese día porque parece que crecer nunca tiene un límite definido. Siempre se puede aprender algo nuevo. Lo desperté, tenia que seguir su camino. Le escribí unas breves líneas atrás del cuadro que encontré creyendo que era “justo para él”: La independencia nunca se pierde mientras uno se respete a si mismo”. Una mujer en una noche estrellada, pero que en realidad se encuentra en un día soleado en medio de un mar incierto, donde navega una barcaza sin rumbo definido pero que no deja de navegar. Así lo veía a él, podía sentirse que se encontraba rodeado de estrellas pero en realidad el sol le brillaba.

FIN

Campaña Pro Lluvia:

Pensando en Cordoba:

Tailand 2 630

Manifestamos la lluvia que apaga el fuego

Campaña Pro Lluvia:
La idea es que todos pongamos una foto o algo referido a la lluvia así la atraemos…
Es fundamental ponerle intención a la acción, así que cuando estén subiendo la foto, “quieran que llueva”…
El pensamiento se hace materia..

LLUVIA

Buda de la Radiancia

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La radiancia es un concepto poco utilizado pero de gran poder. Implica confiar en el universo y entender que todo lo que es de uno le llega a uno. La radiancia implica volverte un imán a tus propias oportunidades.

Les comparto este mantra que es para la radiancia y el cual es muy efectivo AJAI ALAI. Escucha el mantra para atraer las prosperidad a tu vida: http://www.youtube.com/watch?v=ODEJ-Hln9TY

Color del día

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“Misma dirección”

El amor te renueva, te energiza, te dan ganas de crecer, creer y hasta de volar por los aires.  El amor fluye como el viento o como la marea del océano, no se puede frenar, siempre encuentra su lugar. Confía que todo es perfecto y que cuando llega ni te darás cuenta.

Color del día

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“Árbol genealógico”

“Cada ancestro de tu árbol es un don que hay dentro de ti para ser usado a tu favor y al de todo el Universo”. Alejandro Jodorowsky

Tomando el té con mi abuela

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“Tomando el té con mi abuela”

Mi abuela se llamaba Hilda de los Milagros Ranea, nació en Santa Fé y le gustaba tomar el té. Siempre te invitaba a las cinco de la tarde casi como un ritual, jugaba a las cartas, bordaba pañuelos y te contaba cuentos mágicos. Su desarrollada imaginación hacia que me quedara toda la noche escuchándola cuando era chica para no perderme sus historias, que jamás podía volver a repetir, ya que improvisaba con una seguridad que te hacia pensar que el cuento existía y que lo había estudiado de memoria. A mi abuela le gustaban las estampitas, los rosarios y los pesebres. Cada vez que viajaba le traía alguna de estas cosas porque las coleccionaba y las guardaba como un tesoro. El puente de santa fe era su memoria y le gustaban las rosas, pero lo que mas le gustaban eran los bombones de chocolate y los secretos que terminaban siendo conocidos por todos porque empezaba una cadena de contar sin que nadie cuente nada pero se tentaba y le contaba a varios, por lo tanto si uno solo abría la boca nos enterábamos que todos sabíamos la misma historia. Mi abuela siempre lograba lo que se proponía y como si tuviera una varita mágica le hacia honor a su segundo nombre: Milagros.

Este cuadro es mi homenaje a su existencia en mi vida, era puro corazón y muy femenina, le gustaba la noche y las joyas y si quería podía hacerte ver que se podía volar en alfombras mágicas y que el príncipe de tus sueños siempre estaría esperándote si te hacías rogar lo suficiente. Mi abuela tenia tácticas de los si y los no en una relación aunque después no los aplicara. Le gustaba cocinar y te hacia sentir que su cocina era la del mejor restaurante. Sus placares estaban llenos de tesoros de antaño,  los sombreros y los guantes eran mis preferidos, te llevaban a otro tiempo con solo abrir las cajas que los guardaban, por momento me sentía cenicienta bailando en el baile con las zapatillas de cristal por las piezas que me mostraba.

Cuando murió prometí escribirle un cuento ya que siempre la imaginaba como una muñeca de porcelana, porque era muy sensible y muy bella.

“Había una vez una abuelita que se llamaba Hilda, tenia la piel como la porcelana, rizos colorados y  los ojos claros que cambiaban según el tiempo. Hilda parecía una princesa que se había escapado de algún cuento de hadas. Era tan bella que pasaba horas contemplándose en el espejo para estar siempre radiante. Hilda estaba llena de secretos, de cofres y cajas en las que guardaba recuerdos. No podía desprenderse de nada, a cada objeto le encontraba un lugar especial. Su marido Jaime trabajaba la mayor parte del día lo cual le daba mucho tiempo para estar consigo misma. Hilda se imaginaba historias para contarles a sus nietas cuando se quedaban en la casa…” Han pasado varios años desde esa promesa y cada vez que siento a escribirle no puedo continuarlo, tal vez porque no quiero convertirla en un personaje de mis cuentos sino quiero que siga fresca y real en mi vida tal cual era.

Esta es la historia que nunca termina de cerrarse…

 

MUÑECA DE PORCELANA

Había una vez una muñeca de porcelana, era tan hermosa como frágil por lo cual tenia que ponerse dentro de una vitrina especial siempre bajo llave. La vida pasaba por detrás de la vitrina, ni el aire le llegaba. La muñeca se acostumbro al silencio del espacio y a inventarse amiguitos imaginarios dado que la soledad era su gran compañera. Desde la vitrina veía como las niñas la miraban pero siempre terminaban eligiendo a las muñecas de goma o de trapo. Se imaginaba a veces que era una de ellas pero también de esa forma corría el riesgo de ser olvidada o dejado de lado por una más nueva. Como ella era tan cara y hermosa nadie la compraba en la juguetería, era lo que pensaba. Todo el mundo la miraba deslumbrada: ¡que hermosa es! Puede dejármela ver, le preguntaban al juguetero y cada vez que el la sacaba respiraba el aire puro y se llenaba de ilusión; pero duraba tan poco fuera de la estantería que ni bien sentía el aire en sus pulmones se daba cuenta que ya estaba dentro de nuevo. El problema de la muñeca era que tenia una pequeña rajadura en su mejilla derecha, era un defecto de fabrica, por eso debía ser tratada con mucha cautela y todos los compradores al verla en detalle creían que no valía la pena comprarla.

Hasta que un día, una niñita de pecas coloradas y ojos color del tiempo la compro. La niña era tan frágil como la misma porcelana, de piel blanca como la nieve y labios morados. Sentía que como la muñeca no podía hacer muchas cosas así que le parecía que iba a ser una buena compañía para su largo viaje y la nombro Marilu, por haberla encontrado. La niñita llamada Hilda se mudaba de ciudad, se había tomado la decisión por el trabajo del padre y dado que sus cuatro hermanitos se habían muerto por diferentes pestes a lo largo de sus seis años, la cuidaban con extrema delicadeza para que nada le pasara. Solo ella y su hermanita más chica que estaba enferma desde su nacimiento quedaban. Los padres les habían prometido que podían llevar solo dos objetos, uno viejo para recordar lo que dejaban atrás y uno nuevo para que puedan ver lo que les esperaba. Hilda tuvo que dejar su caballito de madera, los vestidos de seda de las muñecas de trapo, el oso de peluche que solo le quedaba un ojo, y todo lo que le había pertenecido a lo largo de esos años. Hasta los soldaditos de plomo de sus hermanitos tuvieron que ser dejados. Todo su mundo para ella desaparecía, pero el único objeto que no podía dejar era un armario dorado de fino metal con cajoncitos de nácar y perchas del mismo material. El armario tenía muchos cajones donde Hilda guardaba recuerdos, su primer diente, una piedra de forma de corazón, un pedazo de piel, y otras cositas que había encontraba por el camino. En su interior, también había sombreros, pañuelos y algunos tapados para muñecas.  Por la mudanza solo podían llevar lo imprescindible, repetía el padre sin cesar, por eso Ángeles, la madre, decidió salir de compras con las dos niñas. Ni bien Hilda vio la muñeca de porcelana con sus ojos de vidrio y sus cachetes colorados, sintió que era la cosa mas extraordinaria que había visto en su vida y le pidió a su madre que se la comprara. La verdad que el juguetero al ver a la mujer y a las dos niñas que le contaron su historia decidió dejarle la muñeca a un precio más accesible, considerando que hacia años que se encontraba en la vitrina y nadie finalmente la compraba. Hilda, descubrió al sacarla que tenia una grieta en su cachete pero para ella era tan hermosa que no le importo, era la poseedora ideal del placard dorado. La hermanita eligió un conejito de peluche que se sumaba a la cajita de música rosa con una bailarina en su interior que siempre la acompañaba. De esta forma salieron del negocio contentas y agradecidas por sus nuevos objetos que llevarían de viaje.

El viaje duraba dos largos días en auto y sus cosas recién llegarían en dos semanas. Dejaban no solo su casa sino todos sus recuerdos. Empezarían una nueva vida en una nueva ciudad. Así fue como ni bien llegaron a su nueva casa, las dos niñas eligieron el cuarto que compartirían. Marilu se había acostumbrado a mirar el mundo por la vitrina pero no ha vivirlo y ahora tenia la oportunidad de estar en él. Todo la sorprendía, pero veía que Hilda no se manifestaba, permanecía en su mundo, recluida, sin decir casi palabras. Su hermanita no hablaba bien, por lo cual su relación se basaba en el cuidado de Hilda para que nada le pasara. Marilu quería que su dueña le contara cosas, le mostrara el mundo. Pero Hilda tenía miedos de que le pasara algo como a sus hermanitos y por eso permanecía encerrada dentro de la casa. No salía a jugar con sus amiguitas a la soga sino que se pasaba muchas horas en la cocina aprendiendo nuevas recetas y escuchando los chismes de las vecinas del barrio que le contaba la cocinera de la casa.

 

Marilu fue la compañera de todos los cambios de Hilda, desde su paso por el colegio hasta cuando decidió casarse con Jaime, un extranjero que la conquisto por su insistencia y su determinación en el amor que le profesaba. La muñeca fue la testigo del nacimiento de sus tres hijas y hasta de sus nietos y la que escuchaba las confesiones de su dueña sin filtro y sin palabras endulzadas. Hilda siempre la cuidaba, pero con el paso del tiempo la guardo en una vitrina al igual que en el negocio que había estado. Un día Hilda se olvido de ella, y abrió la vitrina apurada para sacar unos bombones que había guardado y Marilu queriendo llamar la atención de su dueña se cayo del estante. La muñeca se destrozo a pedazos y con ella todos los secretos de Hilda se esfumaban. Marilu se transformo en partículas de porcelana brillante y Hilda entendió que a pesar de que ya no estaba más sus recuerdos siempre la acompañarían porque eran parte de su alma y que finalmente la muñeca que había sido su futuro se había convertido en su pasado.

 

 

Color para día de lluvia

bajo el agua 2

“Bajo el agua”

No todos nos conectamos desde el amor desde el mismo lugar. A veces somos niños amando otras veces adultos y otras veces ancianos. El amor es una experiencia de entendimiento de uno mismo sin tratar de entender nada. El amor aparece sin buscarlo. Es un misterio a descifrar y el otro simplemente nos espeja lo que queremos o lo que no.  Jugamos un juego de resistencias iniciales o hasta de elástico nos corremos y volvemos. Lo importante no es lo que no sucede sino lo que si pasa. Terminamos conectados con lo que al otro le pasa y nos olvidamos de preguntarnos lo que me genera. Cuando uno se abre al encuentro el amor tomo la forma que quiere o que puede. Lo importante es ver lo que se genera. El vinculo que encierra el encuentro o no con un otro.  Cada historia genera movimiento y lo bueno no es borrar sino aceptar esa corriente que aparece en nuestra vida. A veces desaparece sola o encuentra un río donde confluir o se mimetiza con la naturaleza. Empecemos a ver al otro en nosotros mismos para aceptarnos y amar en el envase que venga.

Color del dia

Cuadro Geisha mirando el afuera

“Geisha”

Predicción para la sede para los Juegos Olímpicos 2020: TOKIO. Ciudad que hay que conocer

VALIJA TERRORISTA Cuento

amsterdam

Después de ocho meses viviendo en Holanda, me despedía de ese país. Utrecht quedaba atrás guardado como una joya en mi corazón. Un nuevo capitulo comenzaba y no podía saber lo que me esperaba. Era un 2 de agosto del año 2001. De Ámsterdam a Paris fui en tren con más bolsos de los que podía cargar, pero no tenía otra opción porque no me había organizado. Al llegar al hotel, me di cuenta que así no podría continuar viajando el mes que me faltaba para volver a casa. Decido enviar por correo el contenido de una de las valijas, para no pagar una fortuna por el exceso de equipaje en el vuelo hasta Madrid. Empecé a tirar cosas de las valijas sin poder realmente reducir el peso, desde ropa hasta unos ricos té que había comprado en Turquía que compartí con los huéspedes del hotel. Perdí todo un día averiguando el envió, consiguiendo una caja para armarlo y finalmente mandándolo. Con mi escaso francés y la poca voluntad de estos para ayudarme se hizo más difícil de lo que me imaginaba.
La valija en cuestión era negra de tamaño mediano, me la había regalado mi papá y la verdad no quería desprenderme de ella. Intente enviarla dentro de la caja sin resultado positivo. Para tal fin, le había arrancado un bolsillo y una manija con un cuchillo intentando que entrara en la caja mientras una mujer francesa repetía incansablemente que no podía excederme del peso acordado. La valija ya no servia para nada, pero al tener rueditas pensé que sería bueno utilizarla para llevar las bolsas de mano en el metro hasta el aeropuerto. Después de tal trajín, recuerdo que estaba en Paris. No podía dejar de ir a algún bello lugar antes de tomar mi avión. Luego de mirar por unos minutos el mapa de la ciudad de las luces con sus avenidas y estaciones, decido ir a la Bastille a ver la Place des Voges. Uno de mis lugares preferidos, donde el tiempo parece que no paso. Camino lentamente por sus corredores, bajo los portales de esas casas simétricas, dejándome llevar por los colores de las vidrieras tan bien diseñadas y por el espíritu de la historia que se encuentra en cada paso en esta bella ciudad.

A la mañana siguiente, me dirigí al aeropuerto con la valija de mano y la mochila llena. Antes de hacer el check in veo una mujer sentada con una niña y le pido que me cuide la valija negra mientras emito el pasaje. La señora sin problema cuida del equipaje. A los minutos regreso, abro la maleta que contenía las bolsas de mano con libros pesados. Cierro nuevamente la valija vacía y decido dejarla escondida, detrás del mismo banco. Tome las bolsas e hice el abordaje, sintiéndome satisfecha por la misión cumplida. Ahora me restaba esperar la hora de partida del avión. Me senté a dibujar mientras tomaba un café. A los pocos minutos de encontrarme allí, escucho por el altavoz que se buscaba a la persona que había abandonado una valija negra, que por favor se dirigiera al mostrador de la aerolínea. Escucho atentamente el mensaje que se repite varias veces, pero con el conocimiento de que la valija no tenía contenido continúo dibujando. A la hora se repite nuevamente el mensaje, esta vez con tono imperativo se solicitaba la presencia del dueño de la valija negra. ¿Para que iba a presentarme?
Se hizo la hora de partida pero el vuelo se había demorado. No preste interés a lo que estaba aconteciendo dado que toda mi atención se dirigía a estos trazos negros que se desparramaban aleatoriamente por el papel blanco. Con una hora de retraso salio el avión. Al entrar, unos ojos verdes atrapan mi atención. Dejo las bolsas en la gaveta y observo que este hombre de ojos claros no me sacaba la mirada. Así que espontáneamente me surge sonreírle. Se encontraba justo detrás de mi asiento. Mis ojos encontraban cualquier excusa para darme vuelta y mirarlo. La azafata pasa ofreciendo los diarios y advierto que el hombre que me interesaba tomaba un diario en francés. Mi francés se reducía a pocas palabras, no podría comenzar una conversación con un asiento de distancia. Me daba mucha vergüenza con solo pensarlo. Pasados unos minutos del despegue, un niño comenzó a vomitar y a continuación empezó a llorar desconsoladamente; provocando que las azafatas corrieran de un lugar al otro para calmarlo. La criatura era francesa y viajaba solo. La serenidad del avión se había quebrado. Para mi era una suerte, porque el niño se encontraba en la parte trasera del avión y me facilitaba la excusa para seguir observando al galán de mis espaldas. Nuestras miradas se encontraban una y otra vez pero ninguno pronuncio una palabra. Había una complicidad perceptible.
El avión aterrizo. El salio primero que yo, teniendo de esta forma la oportunidad de seguirlo para ver donde se buscaban las valijas. Caminamos por los corredores del aeropuerto y él encontraba cualquier pretexto para darse vuelta y mirarme al igual que yo lo había hecho en el avión. Bajando las escaleras mecánicas nuestras miradas volvieron a encontrarse. Yo me retrase agarrando un carrito y el espero en la escalera haciendo que buscaba un papel hasta que me vio y continuo caminando sin decir una palabra. Ante mi sorpresa, el hombre que cautivo mi atención salio del aeropuerto solo con su maletín de mano, lo que deducía que venia por negocios al estar vestido formal con un traje y una camisa celeste. Yo me tuve que quedar esperando que saliera la mochila de la manga. Me quede con la impotencia de decirle algo. La atracción era mutua y notoria. ¿Adonde iría? Me preguntaba.

Tome el metro que me conduciría al hotel en Gran Vía que había reservado desde el aeropuerto. Como seguía cargada y esta vez sin la valija con rueditas, se me hacia imposible movilizarme en los largos trechos para cambiar de estaciones. Por suerte un chico moreno de Republica Dominicana se ofreció a ayudarme hasta mi destino. Charlamos todo el camino. Se me hacia extraño volver a utilizar mi idioma después de tantos meses hablando en ingles. Claro que el chico trato de concertar una cita para más tarde por la asistencia brindada, a la cual desistí diciéndole que tenía novio. Una mentira para salir airosa de la situación. ¡Sola no podía cargar con todo! Como era la segunda vez que estaba en Madrid ya tenia el itinerario de lo que iba a hacer. Plaza Mayor era mi meta, pero decidí primero ir a comer a la plaza Santa Ana que recordaba de la primera vez. Encontré lugar en el restaurante. Tome sangría y comí unas tapas mientras conversaba con unos españoles que estaban al lado.
Luego de un rato, decido salir caminando por el lado opuesto a la Plaza Mayor sin saber porque. Al llegar a la esquina, veo por la ventana del bar al francés del avión. ¡No lo podía creer! Estaba solo, sentado en una banqueta en la barra mirando para el otro lado. Retorne, para corroborar que realmente era él. Me daba vergüenza entrar, así que seguí caminando. Después de unos minutos, pensé en lo grande que era Madrid para encontrarte de casualidad. Así fue como decidí volver al bar. Lo salude en ingles y al verme el hombre de ojos verdes se sorprendió y al mismo tiempo me sonrió. Me consiguió una banqueta y me invito una copa de vino y comenzamos a charlar. Me subrayó que hubiera entrado a hablarle. Conversamos en ingles sin cesar. Me manifestó que le gustaba mi sonrisa y yo le comente que a mi sus ojos. Había venido por negocios solo por el día como me lo había imaginado. Charlamos del nenito del avión que no dejaba de llorar y de que nos miramos todo el vuelo pero ninguno de los dos hablo. Me comento que me vio siguiéndolo en el aeropuerto pero no sabia que decir. A continuación me referí a lo cargada que estaba de equipaje, que había tenido que dejar una valija abandonada en el aeropuerto de Paris.
Al mencionar la palabra valija, la cara del francés cambia de expresión. Me describe las características de mi valija con tanta precisión que me asombra. Me cuenta que al llegar al aeropuerto, tardo una hora para hacer el check in. La causa se debía a que había policías por todos lados rodeando a la valija negra. ¡Creían que contenía una bomba! Se había desplegado todo un operativo para desactivarla, hasta hacerla explotar para comprobar finalmente que estaba vacía. Mi valija negra era el motivo por el cual el avión se había retrasado. Toda la aerolínea estaba perturbada ante el eventual ataque terrorista, mientras yo me encontraba completamente relajada dibujando garabatos en la sala de embarque. Era muy graciosa la forma en que me enteraba sobre el destino de mi valija. No entendía porque la había abandonado cuando él viajaba siempre sin equipaje y hubiera podido esperar un rato y pedirle que la llevara. Era una opción que no había contemplado en la locura de no seguir tan cargada.
Seguimos tomando vino, la conversación fluía sobre viajes y vida. Cedric, así se llamaba, era muy interesante. En un momento de la conversación le cuento que mi intención había sido ir a la Plaza Mayor y me dice de ir juntos para allá. Pidió la cuenta y salimos caminando del brazo. Llegamos al gran cuadrilátero después de unos pocos minutos de caminata pausada. Nos sentamos en los redondeles blancos en el centro de la plaza, mientras la luna llena resplandecía a lo lejos. Seguimos conversando, cuando de repente, espontáneamente me da un beso en la mejilla. Me mira con sus ojos claros penetrantes y me dice “Tengo que ser cuidadoso”. Lo miro sin entender sus palabras. Continúa diciéndome, que tenía una novia hacia siete años y que la amaba. Esa era la razón por la cual no me había hablado en el avión ni se había acercado cuando salimos de el. Me dijo que mi belleza lo había cautivado desde el momento que entre en el avión. Me quede pensando por unos momentos sin decir una palabra, la situación de que tuviera novia no me gustaba. Se acerco nuevamente y volvió a besarme en el pómulo, y no pude apartarme. La atracción era compartida. Tomo mis manos y me abrazo fuertemente.
Luego me invito a tomar algo en un café de la plaza. Nos sentamos en las mesas de afuera con manteles a cuadros y velitas encendidas. Cedric no paraba de fumar, denotando su nerviosismo de no saber que hacer con lo que estaba aconteciendo. Pidió una cerveza y un café para mí. Su deseo era notorio como así su cargo de conciencia de saber que lo que estaba haciendo no era lo correcto, por lo tanto yo me limitaba a disfrutar de la velada. Seguimos charlando mientras besos se intercalaban por toda mi cara sin llegar a mi boca. Unos músicos con guitarras y violines aparecieron. Comenzaron a tocar melodías encantadoras para una noche de luna llena como si el escenario de una obra de teatro cayera por detrás, las piezas no podían encajar mejor. Ni bien la música comenzó, al compás de estas, Cedric me tarareaba las letras en francés a mi oído lo que me resultaba encantador dada mi fascinación por ese idioma tan dulce. Me estremecían sus roces tan cercanos. Se había hecho tarde, a la mañana siguiente él tenia una reunión muy importante. Me mira y finalmente me dice de marcharnos. Nos levantamos y salimos abrazados por una de las callejuelas poco iluminadas de la ciudad. Me alza en sus brazos y recién en la penumbra me besa en la boca. La pasión nos desbordaba. Caminamos nuevamente con destino a la misma plaza donde nos reencontramos. Allí, me confiesa que él entro al bar de tapas en el que yo comí, y que me vio. ¿Que parecida a la chica del avión?- pensó. Pero como no había lugar, siguió hasta donde yo lo encontré. ¡De alguna forma nos teníamos que encontrar! Le pregunto a donde nos dirigíamos y me contesta que a su hotel a darnos “the last kiss” (el último beso) pero que no haríamos el amor aunque quería estar conmigo.

Fuimos a su hotel cinco estrellas, subimos a su cuarto con vista a la plaza Santa Ana. Nos abrazamos tiernamente y comenzamos a besarnos recostados en la cama. Durante unos minutos fluimos en la energía que compartíamos. Su cargo de conciencia era notorio y la verdad me incomodaba. La atracción era muy fuerte y no era cuestionada. Pero yo no podía ayudarlo si se resistía a liberarse. No me sentía bien estando con alguien que no podía entregarse completamente. Yo quería lo mutuo, no la mitad. El deseaba darme placer sin que yo pudiera darle nada, pensando que de esta forma no engañaba a su pareja; mientras el solo hecho de haberme invitado a su cuarto lo ponía en una situación no aceptable. Yo me sentía satisfecha de la noche que habíamos pasado, para que seguir intentando algo que no terminaba siendo claro, cuando solamente había entrado al bar a conocer al dueño de esos ojos verdes que me cautivaron.
Mire el reloj despertador que se encontraba en la mesita de luz, y le hice referencia de la hora. Me levante de la cama con dirección a la puerta de la habitación y precipitadamente se levanta y me agarra la mano. “No te vayas, vas a estar en mis sueños. Me gustas toda. Estoy feliz de haberte encontrado de nuevo”, me dice y me besa apasionadamente queriendo retenerme y volver a empezar lo que habíamos dejado. Lo miro intensamente y le digo: “Exacto, soy un sueño. Pensa que desde las diez de la noche, cuando nos encontramos, empezaste un sueño conmigo el que no te permitiste vivir cuando te fuiste del aeropuerto sin hablarme”. A lo que me contesta, “el más maravilloso sueño que he tenido”. “Por eso, ahora me voy. ¡Seguí soñando lo que sigue! Tuve una noche fantástica. Te deseo que tengas buena vida” le contesto. De esta forma salí caminando por el largo pasillo bajo la mirada cautiva de sus ojos. Desde la puerta me miraba y yo no volví atrás. No intercambiamos apellidos, teléfonos, ni contacto alguno para volver a vernos. Como en un sueño, desaparecía de su vida.

Salí del hotel, caminando. La noche estaba despierta, mucha gente circulando por la calle. Mi pensamiento estaba prisionero en su mirada, recordando cada detalle de esa noche maravillosa que acababa de suceder. A veces, uno tiene que reconocer hasta que punto llegar. Su amor era más fuerte que su pasión. El respeto era una cualidad que se merecía acatar, yo no iba a terciar. Un avión nos encontró y de alguna forma la vida nos unió. Mi valija había tenido una historia para contar que hubiera desconocido si no me encontraba con él. La noche había sido un gran sueño y había llegado el momento de despertar.

FIN