La gematría

Cada letra del alfabeto hebreo tiene un valor numérico.

La “alef”, la primera, que tiene un sonido mudo, es el 1. La “bet” (equivalente a la “b”), el 2. La “guimel” (la “g” del español), el 3. Luego del 10, la “iud”, que equivale a nuestra “y”, la ascendencia es de 10 en 10. Así es como la letra siguiente, la “kaf” (que puede utilizarse tanto como la “c” dura como la “j”), vale 20. Y la “lamed” (nuestra “l”, 30). La “kuf” (“k”) corresponde al 100 y la siguiente, “reish” (“r”), 200.

A continuación, un detalle de todas las correspondencias:

 

La gematría consiste en analizar los números que esconden las palabras, compararlos, asociarlos y encontrar coincidencias.

Un ejemplo: uno de los nombre de D-s suma 26, porque utiliza las letras “iud” (10), “hei” (5), “vav” (6) y “hei” (5). La palabra “amor”, en hebreo ahavá, suma 13: “alef” (1), “hei” (5), “bet” (2) y “hei” (5). La palabra “uno”, en el sentido de único, que se dice ejad, también suma 13: “alef” (1), “jet” (8) y “dalet” (4). O sea que la sumatoria del amor y de lo único nos lleva a D-s.

 

La identificación con el personaje bíblico

Consideramos que se puede acceder a esa experiencia mística desde cualquier tradición y religión, desde cualquier sistema formal o informal. Nos proponemos mantener la matriz y no desvirtuar la esencia de concepto. Para eso, enfatizamos en la recuperación de la figura de un verdadero maestro. No es sencillo. Por una cuestión ontológica, todos fuimos iniciados por un Josué, un interlocutor que representa todo el legado cultural.
¿Aprendimos a hablar solos o hubo alguien que nos enseñó a modular? Apenas uno nace, aparece un Josué que nos explica cómo se hacen las cosas. Nada fue más difícil y natural al mismo tiempo como aprender el lenguaje materno. Así también es la iniciación a la cábala. Vivimos en un mundo de leyes, de convenciones, de tradiciones, de limitaciones. También es de contención, de nutrición. Por eso, la idea es liberarse pero no perderse. Es decir, no desperdiciar todo el bagaje que uno trae incorporado, gracias a la presencia de los diferentes Josués con los que se relacionó. Pero tampoco negarse a la apertura.
La función del texto hace que las historias de vida, las experiencias subjetivas, las búsquedas íntimas, puedan quedar registradas en cuerpos sociales y culturales de hermenéutica. El texto interpretado, conversado, dialogado, que sirve como hito para que todos podamos abrevar en esos arquetipos que se reedifican, se regeneran y se restituyen en la propia experiencia.
La historia de la zarza ardiente o el episodio en que D-s se presenta ante Abraham, el primer patriarca del pueblo judío, y le ordena: “Vete de la casa de tus padres hacia la tierra que yo te muestro”, son relatos que, además de llevar adelante una narración lineal o literaria, se transforman en arquetipos de la memoria, en situaciones que todos atravesamos de una manera u otra a lo largo de nuestras vidas. Tal vez, esto haya hecho de la Biblia uno de los principales best sellers de todos los tiempos. Su capacidad de apelar a cuestiones ontológicas y existenciales del ser, mucho más allá de las desventuras que puedan vivir sus personajes.
Así como Moisés, en esa primera Mishná que tanto conocimiento aporta sobre el mundo de la cábala, no es sólo un hombre que se llama de esa manera, sino un estadio de espiritualidad, tampoco Abraham es sólo una persona que salió de Ur de Caldea, sino otro estadio. Cada personaje tiene atributos místicos. La cábala despliega en su literatura, metafórica y poéticamente, esas simetrías, con tanta potencia que nunca se está hablando de un personaje histórico, sino de un estadio humano, de un nivel de vibración, de un estado cuántico, de una disposición de energía.
Por supuesto, permite la identificación. “Yo soy como Moisés”. Esto no es lineal, es decir, no es sinónimo de “Soy idéntico a Moisés”, sino que apela a una representación, a la posibilidad de equipararse con ese Moisés que se salió del camino para visualizar que un arbusto estaba quemándose y no se consumía, que tiene la capacidad de escuchar una voz, de recibir una Torá, de situarse en la punta de una montaña, de seguir avanzando y liderando aunque su propio grupo le dé la espalda, con ese que le exige al Faraón la libertad, aunque nadie le dice que tiene garantizado el éxito.
Este mismo ejercicio puede hacerse con cualquier personaje bíblico y siempre va a funcionar.

Shavuot, la fiesta central de la mística

El término “Torá” alude a las tablas de la ley propiamente dichas. Al día de hoy, en las sinagogas, en diversos momentos de la semana se recitan párrafos de la Torá.
El texto se almacena en rollos “Sifrei Torá”, que se abren específicamente para los instantes de lectura y se ubica sobre un atril en la tebá, el púlpito, un espacio elevado por sobre las sillas de los concurrentes. La dramatización es que el libro a esa altura representa la montaña. Para cada fragmento, se invita a uno de los asistentes a “subir” “aliá” al Séfer Torá. De nuevo la alegoría: uno del pueblo, que estaba con todos, como si fuera el Monte Sinaí, es invitado a recibir la Torá. La fórmula ritual es muy sencilla: la persona se ubica al lado del baal koré, que es quien está haciendo la lectura, y dice una bendición en la que agradece a D-s el hecho de habernos entregado la ley.

En la cábala, el desafío no es recitar esa bendición formal, sino el hecho de poder recibirlo. Esto se refleja en la fiesta central de la mística, Shavuot, que conmemora, precisamente, ese momento en el cual todo el pueblo aguardaba al pie del Sinaí que llegara Moisés.

Zman matán Torateinu, “el tiempo en que nos fue entregada la Torá”, es otro nombre para el período de esta festividad. ¿Por qué se celebra año a año? Porque si bien fue entregada una vez, existe el reto de seguir recibiéndola, de que se produzca la cábala. Ni siquiera cobra importancia el hecho de discutir si la revelación, como acto físico real, existió. Lo importante es el enfoque circular de la mística: el retorno al punto de recepción, para que vuelva a producirse.

 

La conexión entre el hombre y la luna

En la filosofía de Grecia y de Roma, se apostaba a lo lineal. También el tiempo es lineal: camina hacia delante en su inexorable secuencia cronológica. Pero lo místico es circular. Volvemos al punto de partida con la misión de transformar nuestras preguntas para habilitarlas como otras nuevas, para convertir ese círculo en una espiral, que nos permite hacer avances (aunque también traiga aparejado el riesgo de sufrir retrocesos).

Otro elemento del judaísmo que está relacionado con una de las experiencias místicas más ontológicas y originales es su calendario: basado en la luna y sus movimientos, representa la conexión del hombre con la inmensidad. El ser humano frente a un cielo estrellado.

Es imposible, como individuo, enfrentar ese momento sin que suceda algo. No se trata de algo cognitivo, sino visceral. La proporción, la finitud, son conceptos que caen sobre nosotros. Después hacemos un trabajo de intelectualización, pero el contacto es mística absoluta. Al mismo tiempo, a partir del cielo comenzamos, como humanidad, a establecer referencias temporales. La luna hace un giro completo alrededor de la tierra en cuatro semanas. Y cada siete días, cambia un cuadrante. En la antigüedad, por esta razón, por esta capacidad de mutación frente a los ojos de quienes estamos en la tierra, se la entendió con un ser vivo. También se sospechó de la existencia de diferentes lunas, que se turnaban para aparecer por las noches en la sucesión de los meses.

Ese ciclo vital, por el cual la luna moría y volvía a nacer, estableció fiestas y reverencias. Y también formas de conteo. Rosh Jódesh, la “cabeza del mes”, el primer día de cada mes hebreo, celebramos el nacimiento de la luna. Porque la luna nueva es una luna que no existe, que vuelve a surgir, que va a comenzar a crecer. Desde el punto de vista práctico, ese círculo blanco que aparece en el cielo todas las noches sirve para llevar cuentas temporales extensas: en tantas lunas se realiza la cosecha, cada tantas lunas cambia el año. Al mismo tiempo, el ciclo de la luna se refleja, en cantidad de días y en facetas, en el de ovulación de la mujer. Mística y matemática, astrología y biología. No hay área de conocimiento que escape a esta conexión entre el hombre y la luna.

¿Cuál es el secreto?

El texto tiene lo literal (el pshat), la homilética (el remez), la parábola (el drash) y el secreto (el sod). ¿Y cuál es el secreto? Para la cábala y para la mística, es lo que uno descubre. Es un secreto circular, un “acertijo siempre cambiante”. Por esto quienes se dedican a la física cuántica y a la matemática tienen una orientación hacia lo místico. Una ecuación o una matriz puede seguir un patrón y resolverse a través de un algoritmo, pero cada vez que se cambien los números, los resultados van a ser diferentes. La ciencia se encuentra con lo existencial todo el tiempo. Incluso, las similitudes continúan vigentes en la era digital. Basta pensar que nuestra unidad de memoria cerebral funciona exactamente igual que la RAM de una computadora: sólo mantiene vigente su información mientras hay energía circulando, en este caso a través de los sistemas neuronales.

Pero una vez que se “corta la luz”, la memoria se pierde. La energía que circula hace posible que la memoria sea una acción presente que recupera el pasado y permite hacer desde ese presente un futuro.

 

La función del texto

La función del texto hace que las historias de vida, las experiencias subjetivas, las búsquedas íntimas, puedan quedar registradas en cuerpos sociales y culturales de hermenéutica. El texto interpretado, conversado, dialogado, que sirve como hito para que todos podamos abrevar en esos arquetipos que se reedifican, se regeneran y se restituyen en la propia experiencia.

La historia de la zarza ardiente o el episodio en que D-s se presenta ante Abraham, el primer patriarca del pueblo judío, y le ordena: “Vete de la casa de tus padres hacia la tierra que yo te muestro”, son relatos que, además de llevar adelante una narración lineal o literaria, se transforman en arquetipos de la memoria, en situaciones que todos atravesamos de una manera u otra a lo largo de nuestras vidas. Tal vez, esto haya hecho de la Biblia uno de los principales best sellers de todos los tiempos. Su capacidad de apelar a cuestiones ontológicas y existenciales del ser, mucho más allá de las desventuras que puedan vivir sus personajes.

Así como Moisés, en esa primera Mishná que tanto conocimiento aporta sobre el mundo de la cábala, no es sólo un hombre que se llama de esa manera, sino un estadio de espiritualidad, tampoco Abraham es sólo una persona que salió de Ur de Caldea, sino otro estadio. Cada personaje tiene atributos místicos. La cábala despliega en su literatura, metafórica y poéticamente, esas simetrías, con tanta potencia que nunca se está hablando de un personaje histórico, sino de un estadio humano, de un nivel de vibración, de un estado cuántico, de una disposición de energía.

 

 

 

Cábala, la expansión de la conciencia

La cábala se alimenta de la mística, uno de los fragmentos de la espiritualidad. Podemos definir “mística” como la conexión directa, no mediatizada, de una persona con la dimensión trascendente. Estas definiciones acarrean siempre nuevas dudas. ¿La religión desarrolla la mística? Sí, pero sólo dentro de sus formas, de sus reglas, de sus preceptos.

Cábala, entonces, es la expansión de la conciencia para no estar alienado, para evitar el automatismo, para evitar apoyarse sobre derechos adquiridos o quedarse haciendo la plancha. No todo está dado. No todo “es”. Hay que estar permanentemente en un estado de apertura, de sensibilidad. Abrir los poros y estar conectados con el aquí y el ahora, una terminología que se puso muy de moda en los últimos años. Pero que en este caso cobra particular relevancia: solo cuando uno está aquí y ahora, sucede la recepción. Es un instante, un “resplandor” (Zohar), un insight, un “lo vi”, “lo sentí”, “lo entendí”. Si uno está en cualquier otro lado, no está entonces ahí donde hay cábala.

También es una importante técnica anti-estrés. La conciencia, como mente o como pantalla, se baja de la situación de estrés permanente, a la que está sometida por la sociedad, por el consumo, por correr a ningún lugar. ¿Cómo funciona el estrés a nivel mental? Lleva la cabeza al pasado o al futuro, pero nunca está en el presente. Uno está rumiando por lo que acaba de suceder o planificando cómo resolver lo que está por suceder. Y no hay cábala, ni recepción, ni revelación, si el individuo no está en el presente. El maestro inicia al discípulo en la cábala a partir del atributo de fijar la mente en la dimensión de tiempo y espacio para que pueda estar cien por ciento “ahí”. Solamente de esa manera, las cosas suceden. Si no, no hay recepción.

Cuatro niveles para estudiar los textos sagrados

La tradición rabínica establece cuatro niveles para estudiar los textos sagrados, cuyas iniciales en hebreo forman la palabra “Pardés”, que se traduce como “jardín” y que puede interpretarse como el paraíso (el jardín del Edén). Los niveles son:

1. Pshat (literal). Consiste en entender el significado específico de las palabras.

2. Remez (indicio). Es analizar el texto con mayor profundidad, para detectar a qué alude.

3. Drash (exégesis). Se trata de una explicación elaborada con datos anexos, que pueden estar contenidos o no en el texto original, que se obtienen de fuentes como el Talmud (libro que contiene las principales discusiones entre rabinos de la historia y que comprende a la Mishná) o estudios diversos realizados por sabios reconocidos por la religión judía. Su objetivo es establecer valores filosóficos o morales respecto del texto original, pero nunca puede desautorizar o negar el pshat.

4. Sod (secreto). Es el nivel místico, el que permanece velado a la mayoría. La tradición judía sostiene que solo los grandes cabalistas pueden acceder

La raíz de la palabra Cábala

Es en el primer versículo del primer capítulo de la Mishná donde aparece un fragmento que podría considerarse la explicación de qué es la cábala: Moshé kibel Torá mi-Sinai u-mesarah le-Ioshúa.

Son solo seis palabras en el original hebreo y son suficientes para explicar mi aproximación al significado de la cábala.
Es un texto maravilloso que contiene todo el significado de este concepto. Cualquier análisis posterior, sale siempre de este pequeño conjunto de términos. La traducción literal es: “Moisés recibió la Torá en el Monte Sinaí y se la transmitió a Josué”.

Si observan con atención la palabra “kibel” tiene la misma raíz de “cábala”: “kuf”, “bet”, “lamed”. Plantea una situación arquetípica, más allá de su valor histórico. Hay alguien que recibe algo. El primer punto para destacar es que la oración se pone en el lugar del receptor, y no del emisor. Habla de Moisés, responsable de recibir la Torá, y no de quien se la está entregando, en este caso D-s. Es decir, la Mishná arranca hablando del receptor. Y también menciona un contenido: Torá, la Biblia.

La búsqueda de un maestro

La búsqueda del maestro no es un tema menor, ni sencillo.

Difícilmente encontremos a alguien que pueda decir: “Me gustaría ser como fulano”, y que esa frase no esté impregnada, entre otras, de alguna de estas variables:

- La idolatría (fulano es estrella de rock, futbolista, multimillonario).

- Los estereotipos (fulano es “lindo”).

- La moda y el consumo (fulano está en todas las tapas de las revistas, fulano es el personaje del momento).

- Lo políticamente correcto (fulano es un líder solidario o pelea contra las corporaciones).

Los jóvenes, a medida que se van emancipando y dejan de idealizar a sus padres, necesitan comenzar la búsqueda de referentes. Esto, que en la psicología evolutiva es una cuestión evidente, también tiene fortaleza en el crecimiento y en la maduración espiritual de un adulto. En ese plano, se puede ser grande sin haber crecido. Se puede haber alcanzado una edad importante y continuar con muchísimos temas irresueltos.

Incluso, podríamos decir que la inmadurez espiritual es uno de los signos de este tiempo. Somos muy sofisticados y logramos, como humanidad, avances impensados en los más diversos campos del conocimiento.

Sin embargo, no logramos madurar o resolver determinadas crisis existenciales.

Un ejemplo muy sencillo y muy profundo a la vez: la idea de D-s. No vamos a hacer teología en estas páginas.

Simplemente, vamos a analizar el hecho a que, desde pequeños, nos inculcan una representación física de D-s. Es simbólica, un elemento didáctico. Cuando tenemos cinco años, no podemos abstraer a D-s de manera conceptual. Entonces, cuando nos hablan de Él nos figuran (y nos comenzamos a figurar) un señor con barba blanca, ubicado sobre una nube en pleno cielo, capaz de ver todo lo que hace cada uno de los seres humanos en cada momento de su vida, que aporta premios a los que se portan bien y castigos a los que se portan mal. Para esa edad, es una idea

excelente, una didáctica antropomórfica para resolver un problema práctico. Sin embargo, no son pocas las personas que vivieron cinco décadas que terminan por descartar a D-s de sus vidas, sólo porque no pueden concebir, desde una sensatez mínima, que hay un tipo con barba en el cielo con un control remoto desde el cual mira, imparte castigos y reparte premios.

¿Qué ocurrió en el medio? ¿Qué pasó con esa persona, que no logró hacer un estadio evolutivo de D-s en todos esos años? A los cinco, resultaba una idea funcional para ese momento específico. ¿Pero por qué no hubo una nueva representación a los diez, otra a los veinte, otra a los treinta y otra a los cuarenta? El esquema de sustituciones falla. Queda instalado en el mundo adulto una imagen creada para el de los niños. Entonces, los adultos optan por la cancelación. Como no puede ser un tipo con barba en el cielo, entonces no es.

Con la cábala, el pensamiento es similar. Quien se quiere vincular necesita entender que el maestro, los símbolos, los textos y los recursos son medios, no fines. La búsqueda siempre está abierta y el motor es ser buscador: no el medio, no el artefacto, no la materia, no el símbolo. El secreto es que la recepción, para que funcione como tal, no requiera intermediación. Esto va en contra del concepto habitual de las religiones formales, que establecen siempre un intermediario, un punto de administración de poder. La mística, en cambio, lo cancela.